Las Reformas Educativas V. El caso de México (1965-1980).

Las Reformas Educativas V. El caso de México (1965-1980).     

Alfredo Macías Narro.

180810.

Hacia fines de los sesenta, el Estado postulaba el ejercicio de la inteligencia, en sentido enciclopédico y positivista, como la preparación para servir a los intereses del pueblo mexicano. Las autoridades apelaban a la razón, como el medio más eficaz, para hacer frente a las desiguales manifestaciones de los diferentes pueblos, de tantas culturas existentes, de la enorme pobreza e ignorancia que les agobian.

“Al interesar a los niños en su medio geográfico, en la economía y las estructuras sociales y culturales de su país, las escuelas despertarían el sentimiento de colaboración, conservación y desarrollo de los valores y recursos que el medio ofrece. Una altruista y tolerante participación en la vida familiar, escolar y de la comunidad, era requisito indispensable del proceso de gestación académica de hombres integrados a su época y a su realidad.” [1]

Estos principios, encontraron una dura confrontación con la realidad, no en las aulas o los talleres escolares, sino en las calles de la Ciudad de México. En el Zócalo capitalino, lugar en el que apenas unos años atrás, el presidente López Mateos afirmaba “el ser mexicanos”, a través de su plan de 11 años; mismo que “dignificaría al pueblo a través de los escolares”. En 1968, el gobierno respondía a las demandas de estudiantes y profesores con bayonetas.

El “súmmum”  del autoritarismo del régimen “revolucionario”, culminó en la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco aquél 2 de octubre. Repetida sólo tres años después, el 10 de junio de 1971 en las calles aledañas a la Escuela Normal Superior. En boca del entonces rector de la Universidad Nacional autónoma de México:

   “El movimiento estudiantil de 1968, no es una invención, ni una respuesta organizada, al paso de los sucesos y frente a la represión del gobierno. Tampoco surgió a causa de la agresión premeditada ocurrida en las calles de la Ciudad de México, en julio de ese año, ni sólo como acto de protesta por la ocupación militar de la Escuela Nacional Preparatoria. Todo ello influyó. Fueron parte de sus causas o de sus móviles inmediatos, mas sus raíces estaban en la situación de los jóvenes mexicanos, educados no en el espíritu de la antigua revolución, sino en el de un amplio camino de transacciones (…) La educación o transforma un sistema o desaparece como proceso formativo de los hombres para volverse un régimen de repeticiones escolares. Era más fácil corromper a los jóvenes (la habitual forma de asimilar al sistema a las nuevas generaciones) que educarlos”. [2]       

El sistema educativo mexicano, enfrentaba un nuevo proceso de reforma sumido, nuevamente, en una profunda crisis. 

A partir de 1970, el gobierno mexicano organiza y coordina, desde la cima del poder, un programa nacional de “Reforma Educativa”, destinado a todos los niveles académicos, como una suerte de respuesta institucional a las demandas económicas, políticas y sociales de la población. El llamado del movimiento estudiantil, a emprender los cambios necesarios en el país, desde la base misma, exhibió la rigidez, la debilidad y anquilosamiento de las instituciones que, tradicionalmente, habían servido de fundamento a la maquinaria burocrática gubernamental.          

Los centros de educación superior del país, no habían logrado establecer un programa de acción que diera respuesta, por una parte, a las necesidades académicas impuestas por la industrialización y la diversificación de los servicios y, por la otra, los cuadros profesionales y técnicos que habían venido formando, carecían de expectativas laborales, en un mercado dominado por la penetración extranjera y una enorme disparidad de precios en los productos.

Se dispuso pues, en este sentido, la aplicación de un programa de desarrollo, a través de la generación de tecnología y del adiestramiento de las nuevas generaciones. Educar, desde esta orientación política, significaba favorecer un cambio de mentalidad en la población, a través de la depuración de las técnicas de enseñanza y canalizar, por medio de las instituciones gubernamentales, acciones y actividades diversas, en busca de equilibrar o, más bien, de reequilibrar el sistema social. 

Las políticas educativas, estaban pensadas, hipotéticamente, como una serie de estrategias, encaminadas a la habilitación de la población para la participación masiva en la actividad económica y cultural y superar las condiciones del subdesarrollo impuestas, en un esquema neocolonialista,  por los países desarrollados.          

En este rubro, se insertarían las estrategias educacionales, de tendencia nacionalista y actualizada con procedimientos eficaces para la enseñanza; el discurso oficial, aseguraba que, el mexicano educado, podría contrarrestar la subordinación colonialista, la influencia de los medios masivos de comunicación y la injerencia, sistemática y acumulativa, de la transmisión de los valores de las clases dominantes, en una lógica consumista de los representantes del mercado.

La gran burguesía, entraba en pugna, nuevamente, con un gobierno que, desde su punto de vista, comenzaba a parecerse, al menos en la retórica  del discurso oficial, al del régimen del presidente Lázaro Cárdenas y, por tanto, era percibido como una amenaza para sus intereses de clase.

En lo académico, la avalancha tecnológica en la educación, en oposición con las metas de crear conciencia en la población, contribuyó a reducir la participación popular en las decisiones y los destinos del país.

 


[1] Robles, Martha. “Educación y sociedad en la historia de México”. Ed. Siglo XXI. Méx. 1984.  

[2] “Javier Barros Sierra, 1968.” (En conversaciones con Gastón García Cantú). Ed. Siglo XXI. Méx. 1972.

 

 

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