El mito de la transición democrática

El mito de la transición democrática

  •  Imagen de archivo. Claudia Sheinbaum Pardo.
  • Cortesía <adnpolitico.com>

Claudia Sheinbaum Pardo*

Revista ‘Memoria’/190316.

El libro de John Ackerman** ‘El mito de la transición democrática’ revela un sentimiento de dolor y pesadumbre de este momento histórico del país que nos ha tocado vivir. Lilian Hellman diría “tiempo de canallas”. Pero hoy, la canallada toca límites imperdonables (si este régimen tiene límites y si alguna vez los canallas tendrían perdón). El límite ominoso del cinismo y la frivolidad frente a la pobreza, la desigualdad y la violencia.

John nos lleva de la mano en la vivencia de estos últimos conmocionados y convulsionados tres años de la historia reciente de México.

“El retorno del dinosaurio”, título del primer capítulo, se refiere a 2012, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI), con Peña Nieto, retomó el poder. Aunque, como apología a Monterroso, creo que el dinosaurio nunca se fue y de retorno no tiene nada, pues la supuesta transición electoral de 2000 sólo mostró que el PRI y el Partido Acción Nacional, y hoy el Partido de la Revolución Democrática, como señala al final del capítulo Ackerman, son caras de la misma moneda. O dicho de otra manera, son la cabeza, el tronco y la cola del mismo dinosaurio; un régimen en descomposición. Cuando leí este apartado me generó una sensación de asombro, de ¿Cuánto han sido capaces en estos tres años? Increíblemente, parecen lejanas la provocación y represión del 1 de diciembre de 2012, en medio de la creciente y abominable violencia del Estado.

El segundo capítulo, sobre el “Fraude institucionalizado”, nos recuerda las trampas y la compra del voto. Parece el nuevo episodio de la tragicomedia mexicana de José Agustín. Las instituciones electorales han fallado totalmente en cumplir su mandato constitucional; como dice John, vivimos hoy en México en una situación de fraude electoral institucionalizado.

Siguiendo esta lectura por capítulos, John nos presenta en el tercero sus reflexiones sobre la “Soberanía sacrificada”, que tiene su pico en el robo del siglo, el despojo de la nación, la sumisión ante el imperio: La venta del petróleo y la traición a la patria. La oligarquía apátrida mexicana, dice John, que —parafraseando a Andrés Manuel López Obrador— no tiene llenadera.

Los últimos dos capítulos, “La sociedad se levanta” y “Hacia un nuevo régimen”, nos recuerdan los movimientos sociales como el #YoSoy132, que contagian de esperanza. John nos propone la necesidad de un movimiento popular que acabe con este régimen cada vez más caduco.

No soy experta en “transiciones democráticas” ni socióloga, historiadora o politóloga. Soy una ciudadana que frente al nombre de este libro sencillamente se pregunta: ¿Alguien en nuestro país o en el exterior todavía puede hablar de la “transición democrática” en México?

La falacia del cambio de estafeta en el poder en 2000 hoy muestra que aun cuando la mayoría de los votantes decidió un cambio en el país en aquel entonces, la traición ya estaba organizada. Es lo mismo, pero desafortunadamente no más barato, sino con un costo altísimo para la nación y el pueblo.

En México, el estado de derecho es una entelequia.

El 2 de octubre de 2015 se cumplieron 47 años de la masacre en Tlatelolco y, días antes, uno de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

Esas acciones, como dice Carlos Ímaz, tienen paralelismos que hablan de una evidente continuidad:

“Ambas constituyen crímenes de lesa humanidad; ambas fueron realizadas por fuerzas armadas del Estado mexicano; ambas ejecutadas contra jóvenes rebeldes desarmados; y en ambas con ‘verdades históricas’ oficiales que no resisten ni al sentido común, con encubrimiento oficial descarado, mentiras evidentes y la complicidad de la mayoría de los medios de comunicación masiva”.

No quiero polemizar con John acerca de los alcances de la lucha electoral, cuando él mismo reconoce la importancia de no abandonar esta trinchera de lucha.

Sólo me gustaría que pudiéramos reflexionar sobre lo que han sido —en los últimos años— las elecciones de 1988, 2006, 2012. ¿Qué no han sido también parte de la rebelión popular? Al voto del pueblo en 1988 se le llamó “rebelión en las urnas”. Cómo olvidar el desafuero y las movilizaciones electorales de 2006 y la lucha contra el fraude en el mismo año. ¿Qué no el movimiento #YoSoy132 fue parte de la rebelión de los jóvenes frente al autoritarismo en el marco de los comicios de 2012?

México requiere un cambio profundo, estructural, que promueva la equidad y la justicia, con base en principios éticos de honestidad y solidaridad. El país necesita un cambio que recupere los recursos naturales de la nación a fin de promover su preservación y aprovechamiento para el bienestar colectivo, y gobiernos que sirvan a su pueblo y no que se sirvan de él.

Algunos, de forma legítima, creen que la vía electoral no es una opción. Otros, por desesperanza y los sistemáticos fraudes electorales, piensan que votar no tiene sentido. Pero también desde el propio gobierno quieren impulsar la idea de que todo da lo mismo, que no hay nada que hacer. Cuando eso pase, ellos habrán ganado. El coraje que hoy sentimos por lo que ocurre en nuestra vida cotidiana en el país debe transformarse en acción organizada. No podemos caer en la desesperanza, en el todo es lo mismo, en no sirve para nada actuar. La esperanza de México es posible sólo en la acción.

Escribo como ciudadana, pero también he sido recientemente elegida como delegada del gobierno del Distrito Federal en Tlalpan. En este marco, concebimos la vía electoral como un espacio de lucha pacífica para esa transformación, y en el caso de tener acceso a un encargo público, la oportunidad de hacer gobierno y poner los recursos públicos al servicio de la gente, empezando por la más necesitada.

Desempeñar un buen gobierno en las condiciones actuales sería un acto de subversión.

No sólo se trata de administrar con honestidad y eficiencia los recursos del pueblo. Queremos combatir la desigualdad y ampliar los derechos sociales y forjar ciudadanos participativos, críticos y solidarios. Queremos detener el deterioro y rescatar a nuestro país del abandono, la entrega y la corrupción. Por eso participamos en las elecciones. Desde el pedacito de territorio que nos toca gobernar y con las atribuciones conferidas seguimos resistiendo y luchando. Para nosotros, esto es parte de la transformación de la patria.

Por ello estoy convencida de que, en el plano electoral, es momento de construir un gran movimiento social, crítico, manifestado en las urnas.

La construcción de este gran movimiento social requiere el compromiso de todos desde las diferentes trincheras. Creo en la lucha pacífica; sólo el pueblo puede cambiar al pueblo, y jamás hay que cansarse de luchar por la justicia.

La verdad histórica, con todas las dificultades inherentes a la palabra verdad, no pertenece a los tiranos sino al pueblo de México.

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** John M. Ackerman, ‘El mito de la transición democrática’. Nuevas coordenadas para la transformación del régimen mexicano. Temas de hoy, México, 2015.

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Nota mía: Respetuosamente me permití modificar levemente la estructura del artículo de Claudia Sheinbaum Pardo, con la exclusiva finalidad de facilitar su lectura en el formato de Odiseo. Alfredo Macías Narro.

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