Bosquejo histórico de la educación formal del cuerpo en México: de los pueblos prehispánicos al siglo XIX

Julio Israel Flores González

Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto Politécnico Nacional

Resumen: En el presente trabajo se hace un recorrido histórico de las prácticas sobre el cuerpo que se siguieron en la educación formal en México durante la época prehispánica (aztecas y mayas), la colonia, y el siglo XIX. En cada una de estas épocas históricas han existido formas de educar al cuerpo tanto de manera explícita en el currículo como ocurrió con la materia de urbanidad y la inserción de ejercicios gimnásticos en el siglo XIX, así como implícita a través de las metodologías didácticas llevadas a cabo que pueden o no considerar directamente al cuerpo en la formación de la persona. Un aspecto importante es el castigo del cuerpo en la educación, el cual no tiene las mismas intenciones en las épocas prehispánicas que en la época colonial ya que las prácticas educativas sobre el cuerpo responden a los ideales socio-culturales que se tengan en un momento determinado.

Palabras clave: cuerpo, historia de la educación, educación prehispánica, siglo XIX, época colonial

Recibido:  Enero de 2012; aceptado para su publicación: abril de 2012.

El cuerpo es un topos donde el tiempo deja su huella-

Conrad Vilanou

20080413-No toques el pie

1. Introducción

La educación es entendida como un proceso de formación del ser humano que se caracteriza por brindar a los individuos los valores, habilidades y actitudes que son aceptadas y reconocidas socialmente. Es decir, la educación es un medio de socialización del individuo que lo inserta en su contexto cultural. Por ello, Gonzalvo (1990) menciona que la sociedad se asegura la incorporación de los individuos bajo la misma perspectiva a la comunidad a través de la educación. La educación reproduce la cultura pero también es un vehículo para transformarla.

Al hablar de educación como proceso se entiende que ésta no es exclusiva de un periodo de tiempo sino que es continua a lo largo de la vida. Se puede expresar a través de instituciones destinadas específicamente a ello como lo sería la educación formal, o bien a través de prácticas de enseñanza informales como ocurre con la familia.

Por su parte, al hablar de formación se entiende que el ser humano se está haciendo y no es una obra terminada  Se va conformando a través de los grupos en los que participa, es decir, “nacemos humanos pero eso no basta, tenemos también que llegar a serlo” (Savater, 1997, p. 21). En este mismo orden de ideas, Ferry y Didier (2002) se refieren a que el ser humano tiene “la facultad de perfeccionarse a lo largo de la vida, mientras el animal guiado desde su origen y de modo firme por la naturaleza, es por así decirlo perfecto de una vez desde su nacimiento” (p. 31). Esto supone que la educación juega un papel importante en la humanización pues gracias a aquella se aprehende la cultura de una comunidad dándole cohesión a través de la transmisión de un conjunto de símbolos y significados compartidos.

El hombre y la mujer son eminentemente culturales, a través de las prácticas que realizan en interacción con los otros, crean y reproducen la cultura de su grupo de pertenencia y de referencia. La inscripción de la cultura está en lo que es y hace el ser humano, un ejemplo de ello es el cuerpo como entidad que posee un significado a partir de un contexto. La educación como medio de transmisión de la cultura, contribuye a la formación de ciertos cuerpos.

Como sugiere López (2006) “el cuerpo no es natural, ya que resulta que las células se han transformado con los procesos sociales y culturales” (p. 14), es decir, el cuerpo se constituye en un depositario de las prácticas culturales y sociales modificando su condición y funcionamiento. Los usos del cuerpo son expresiones socio –culturales mismas que se aprenden a través de un proceso de educación y es ahí donde encontramos la relación cuerpo – educación.

La educación del cuerpo se refiere al proceso de formación sobre los usos del cuerpo del individuo. Aprender a ser y usar el cuerpo se da por prácticas informales como formales y dichas prácticas, como todo proceso educativo, están en función del espacio – tiempo en que se desarrollan.

A continuación se presenta un ejemplo de la articulación entre la educación, el cuerpo, la cultura y la dinámica social en México comenzando por las culturas mexica y maya, posteriormente se recupera la época colonial para concluir con el siglo XIX.

a) La educación del cuerpo en el pueblo mexica

Kobayashi (1974) comenta que en el pueblo mexica existían dos clases de educación:

La primera que se podría llamar doméstica, comienza en el momento de su nacimiento y se desarrolla durante los primeros años de vida bajo el cuidado de los padres en la intimidad familiar. La segunda que es la escolar, se realiza en instituciones a tal efecto fundadas y mantenidas por la comunidad social o el Estado. (p. 60)

Ambos tipos de educación tenían la finalidad de formar a un hombre maduro de corazón firme y rostro sabio. Fortaleza e inteligencia eran los principales valores a los que aspiraban los jóvenes aztecas. Para cumplir tal finalidad la educación de los mexicas era rigurosa en todos los niveles. El cuerpo era el depositario de algunas de éstas prácticas que se traducían en usos y castigos tanto en la educación doméstica como en la escolar y cuya finalidad era lograr conservar los valores exaltados en los aztecas.

Kobayashi (1974) señala que la educación doméstica se caracterizaba porque los padres se ocupaban de la educación de los varones y la madre de la educación de las mujeres. Para los primeros sus tareas consistían en aprender las labores del trabajo de campo, de pesca, caza y otros oficios, mientras que para las segundas las actividades eran hilar, tejer, moler y barrer la casa.

Esta educación está vinculada a la idea de los aztecas de ser personas trabajadoras donde el ocio era castigado. La importancia del trabajo radica en que era el único medio para satisfacer las necesidades de la organización socio – económica de los aztecas: el Calpulli. El trabajo era un valor para la sociedad.

En la enseñanza que se daba en los hogares se realizaba una educación del cuerpo para responder a las demandas del trabajo. Se aprendían usos del cuerpo a través de la imitación, pues éste era la herramienta principal para realizar las labores en las cuales cada parte corporal cumplía una función, como ejemplo, Escalante (2004) comenta “los pies eran pinza, las piernas soporte y palanca, la cabeza misma era el punto de apoyo en los procesos de carga” (p. 241). Estos usos del cuerpo eran necesarios para comerciar, labrar tierras y en general realizar el trabajo de campo y comercio. Por su parte, también existía un uso especial del cuerpo de la mujer para realizar las labores domésticas, Escalante brinda otro ejemplo:

En la faena más común de la mujer mesoamericana, moler en el metate, también trabajaban los pies, pues en la postura que debían adoptar con las piernas plegadas pero sin sentarse completamente los empeines contribuían a dar impulso al cuerpo para que efectuara el movimiento hacia delante y hacia atrás. (p. 241)

Sin embargo, en la educación doméstica no bastaba con enseñar los usos del cuerpo para efectuar el trabajo sino también se fomentaban otros aspectos que se valoraban en la sociedad mexica como la obediencia, el respeto a los otros, la humildad y la cooperación (Kobayashi, 1974). Para educar esta otra parte de la personalidad mexica también se recurría al cuerpo como un medio pedagógico a través del castigo de éste:

Los castigos que imponían a los hijos desobedientes, mentirosos y descuidados eran bastante duros. Se les castigaba azotándoles con ortigas, punzándoles con espinos de maguey hasta sangrar, pellizcándoles hasta dejarles llenos de cardenales, golpeándoles con un palo, dejándolos sobre el suelo mojado o húmedo atados de pies y manos colgándoles atados de pues o haciéndoles respirar el humo de chile quemado. (Kobayashi, 1974, p. 65)

 

Larroyo (1979) comenta que, a través de esta educación se conseguía un(a) joven con:

Temor a los dioses, amor a los padres, reverencia a los ancianos, misericordia a los pobres y desvalidos, apego al cumplimiento del deber, alta estimación a la verdad y a la justicia, y aversión a la mentira y al libertinaje. (p. 70)

La institución familiar era una reproductora del sistema lo que favorecía a la cohesión social de los mexicas y el desarrollo de una identidad. Lo que se hacía con el cuerpo cumplía una función socio – cultural para formar sujetos ad hoc a lo que exigía la cosmovisión azteca del ser humano.

Esta cosmovisión que se reproducía a través de la educación informal del cuerpo también se daba en la educación escolar la cual se brindaba en las dos instituciones principales destinadas a ello era el Calmécac y el Telpochcalli. Ambas instituciones cumplían la función social de formar individuos que respondieran a dos de las principales prácticas mexicas que eran la guerra y la religión.

El Calmécac era destinado principalmente a los hijos de los nobles y tenía tres finalidades:

En primer lugar era donde se crían los que rigen, señores y senadores y gente noble, que tienen a cargo de lo pueblos de allí salen los que poseen ahora los estrados y sillas de la república, en segundo lugar, era también el plantel en el que se formaban los que están en los oficios militares que tienen poder de matar y derramar sangre, y en tercer lugar, era el centro de capacitación de donde salían los ministros de los ídolos. (Kobayashi, 1974, p. 76)

Para cumplir estos tres objetivos educativos (formar dirigentes políticos, militares y religiosos) se seguía una educación del cuerpo caracterizada por su rigor con miras a fortalecer el carácter de los jóvenes. Se sometía al cuerpo a diversas prácticas como bañarse con agua fría, abstinencia, poco sueño, entre otras. Si los jóvenes no cumplían tales acciones había castigos corporales muy  severos como eran los azotes con ortigas, punzar su cuerpo con espinas de maguey o colgarlos de los pies respirando humo de chile quemado (Kobayashi, 1974). De ahí que los Calmécac fueran considerados como casas de lloro y tristeza debido a la rigidez de su disciplina.

Por su parte, el Telpochcalli era una institución destinada a los macehuales o gente del pueblo y encargada de formar guerreros a través del fortalecimiento físico y la obediencia disciplinaria (Kobayashi, 1974). Para lograr este fin, el cuerpo era sometido a trabajos rudos y castigos severos para que el joven fuera capaz de resistir el hambre, la sed, la fatiga y los cambios climáticos lo cual era menester en la práctica guerrera.

La educación del cuerpo en el pueblo mexica también se vinculaba a usos religiosos como lo era la danza o baile. La religión mexica se caracterizaba por su politeísmo y antropomorfismo pero además por las prácticas diversas que realizaban para tener comunicación con los dioses tanto en el sentido de agradecimiento como de petición. Una de estas prácticas era el baile el cual se enseñaba en el Calmécac y el Telpochcalli. El método era el ensayo lo cual permitía que los jóvenes fueran adquiriendo el dominio de su cuerpo de acuerdo a los diferentes pasos que demandaba el sonido de los tambores.

b) La educación del cuerpo en el pueblo maya

La educación maya estaba encaminada a formar individuos que sirvieran a su pueblo, a su religión y a su familia para ello realizaban una serie de prácticas educativas que comenzaban en el hogar y posteriormente, seguían en otras instituciones públicas.

La educación en el hogar estaba dirigida por los padres y se acostumbraba dejar a los niños que jugaran. El juego servía de un medio educativo y de expresión socio – cultural ya que a través de él se reproducían las actividades que hombres y mujeres realizarían cuando estuvieran más grandes. Así los niños ayudaban a sus padres en las labores del campo y las mujeres habían lo propio con su madre pero en las labores domésticas.

Los establecimientos educativos extrafamiliares eran de dos tipos, uno para nobles y otro para el pueblo en general “en el primero se daba preferencia a las enseñanzas de la liturgia, sin descuidar lo relativo a la astrología, la escritura, el cálculo y la genealogía. En el segundo la educación era menos esmerada, acentuándose las prácticas militares” (Larroyo, 1979 , p. 78).

En estos centros educativos se promovía la disciplina a través de algunas prácticas y castigos al cuerpo como los periodos de ayuno y continencia a partir de lo cual se buscaba tuviera un efecto en la personalidad de los jóvenes a través del autocontrol, la cooperación y la sobriedad (Thompson, 1984).

El baile constituye otro ejemplo sobre los usos culturales del cuerpo. A través de esta actividad se pretendía realizar rituales religiosos:

El baile era muy popular entre los mayas y se puede decir que era un rasgo esencial en sus costumbres y un elemento indispensable en su vida. El baile se mezclaba en todas las solemnidades públicas y privadas, religiosas y civiles, cambiaban de figuras según las circunstancias en que se verificaba, sus pasos se ajustaban al objeto que se festejaba. (Larroyo, 1979, p. 79)

Otra práctica corporal importante para los mayas la deformación de su rostro con la finalidad de no ser como los dioses además de corresponder a su ideal de belleza. Dicha práctica iniciaba desde la infancia:

Que las indias criaban a sus hijitos en toda la aspereza y desnudez del mundo porque a los cuatro o cinco días de nacida la criatura poníanla (sic) tendidita en un lecho pequeño, hecho de varillas y allí, boca abajo, le ponían entre dos tablillas la cabeza: la una en el colodrillo y la otra en la frente allí padeciendo hasta que acabados algunos días les quedaba la cabeza llana y enmoldada  (sic) como la usaban todos ellos. (De Landa, 1985, p. 76)

A través de las líneas anteriores se intentó caracterizar la educación del cuerpo de los pueblos aztecas y mayas. Se puede observar que en ambas culturas los usos del cuerpo están en función de los valores exaltados por estos pueblos sobre todo en tres aspectos que les daban su identidad: el ser guerrero, el ser religioso y la relación con su prójimo. Tanto los aztecas como los mayas educan al cuerpo para que sea expresión de su actitud guerrera caracterizada por la fortaleza sobre todo en los mexicas, pero también  el cuerpo es medio de expresión religiosa tanto en el baile como en los atuendos que se ponen en él así como un medio para educar una actitud sobre todo de cooperación y respeto.

El cuerpo es expresión del concepto de ser humano que se tiene en una sociedad y la educación de éste es un medio para reproducir la ideología y preservarla. Los pueblos maya y azteca eran profundamente místicos, sus cuerpos también. En ambas sociedades había  un profundo respeto por el trabajo, el ocio se condenaba y eso mismo les dio grandeza.

En estas culturas, la educación como proceso socializador seguía cumpliendo su objetivo a través del cuerpo ya que había una intencionalidad de enseñar qué hacer con él ya sea a través de la educación doméstica y la educación escolar. Conocer la educación del cuerpo en las culturas mesoamericanas ilustra que estos pueblos tenían una visión más completa sobre el ser humano donde no bastaba una formación intelectual sino que se concebía el hecho de que el trabajo con el cuerpo es una posibilidad de formar una actitud ante la vida.

2. Cuerpo y educación en la época de la conquista y de la colonia

Desde la conquista de México acaecida en la segunda década del siglo XVI, seguida de un periodo de tres siglos de colonia, en el rumbo de la educación se pueden identificar dos grandes momentos. El primero de ellos en manos de la iglesia católica integrando la denominada conquista espiritual, la creación de escuelas para el trabajo así como la fundación de instituciones de educación superior. El segundo momento comprende los esfuerzos por la secularización educativa teniendo como punto clave la expulsión de los jesuitas en el año de 1767.

La conquista espiritual inició con Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora en 1523, todos ellos de la orden franciscana. Posteriormente, llegaría otra misión de la misma orden encabezada por Martín Valencia (Larroyo, 1979). Serán hasta los años de 1525 y 1533 cuando arriben otros grupos misionales, dominicos y agustinos, respectivamente. En manos de estos tres grupos estaba la tarea de evangelizar a los pueblos originales. La finalidad de ello no sólo era de corte ideológico-religiosos en cuanto que habría que derrocar a las “religiones satánicas” que, a ojos de los misioneros, profesaban tan fervorosamente los indígenas e implantar la religión verdadera derivada de cristianismo católico; también había una finalidad política de someter a un pueblo desarraigándolo de su cultura e introducir el miedo, la culpa, el cargar su cruz, la promesa de vida nueva en el más allá a pesar del sufrimiento y sometimiento que sufriera en el aquí y ahora.

Este proceso demandaba un ejercicio educativo mismo que no encontraría un sendero fácil. Varios obstáculos se hicieron presentes como fue el lenguaje y la resistencia a dejar los cultos indígenas en pueblos cuya vida cotidiana estaba impregnada de carácter místico-religioso. Ante el desafío que representó el lenguaje, surgieron varios métodos pedagógicos como la pintura, el teatro y el canto, empero las dificultades no cesaron por lo que los niños se convirtieron en foco de atención para cumplir dos funciones: la de servir de intérpretes al castellanizarlos y, al hacerlos bilingües, que se convirtieran en agentes evangelizadores en sus hogares e ir cambiando desde la raíz a los futuros ciudadanos adultos de la Nueva España.

En este camino, el cuerpo adquirió el significante de lugar de pecado, origen de concupiscencia, por ello había que lacerarlo y someterlo. Al respecto Pastor (2004) comenta:

El cuerpo sangrente de Cristo sacrificado en la cruz se expuso como la lección moral que debía remitir a los creyentes a la piedad, la caridad, la resignación y el amor por las cosas espirituales contra el egoísmo, la avaricia, la soberbia y el amor por los bienes materiales…

De acuerdo con la explicación que les dieron los religiosos a los indígenas, los seres humanos compartían una naturaleza pecaminosa que los colocaba a todos en la misma miserable condición. Todos sufrirían un mismo sentimiento de culpa y – para resarcir los males y aplacar la ida divina- todos tendrían que participar ofreciéndose como víctimas, a imagen y semejanza de Jesucristo. Cada quien contribuiría con su abstinencia, su ascesis y su penitencia a ganarse el perdón de los pecados, pero todos formarían unidos a la iglesia o cuerpo místico que regularmente celebraría el rito de la misa o sacrificio incruento por el cual se renovaría el sacrificio cruento de Jesús en la cruz. (pp. 39-40)

Si bien la idea de sobrepasar lo material como fin último de la existencia pareciera que eleva el espíritu humano, el trasfondo político de esto hace caer la intención discursiva. La postura era que en este mundo habría que someterse a la autoridad religiosa y política para ser “buenos” y obtener las ganancias prometidas pero en el fondo era el camino a la explotación y abuso. En este orden de ideas, el cuerpo se presenta como génesis del sufrimiento además de que se invita a un abandono del mismo para alcanzar lo místico. En este momento, no se considera al cuerpo como posibilidad de desarrollo a través del trabajo con él sino que es impuro e imperfecto por lo que hay que marginarlo pues el alma no necesita de él (Pastor, 2004).

Esto es, el rechazo del cuerpo permitía acercarse a Dios. Se transitaba de una cultura fusionada con la naturaleza a una cultura antropocéntrica y anti-cuerpo que se comenzaría a instaurar en los pueblos mexicanos a partir de la educación que Larroyo (1979) llama misional caracterizada por la escasa sistematización y cuyo principal objetivo era cristianizar a los paganos.

Estos primeros intentos educativos también fueron acompañados por la enseñanza de la lecto – escritura como vía para facilitar la dominación, además hubo intentos para establecer la relación educación-trabajo en la nueva era para los pueblos mexicanos que ya veían dicha relación en sus centros educativos. Así, encontramos los esfuerzos realizados por Pedro de Gante quien fundó el Colegio de San José de los Naturales (1525) y Vasco de Quiroga con el Hospital de Santa fe (1532). En estos centros se promovía la idea del cuerpo como mano de obra a través de la instrucción en oficios que también implicó un cambió en la relación hombre-trabajo porque se implantaron técnicas europeas.

Por otra parte, se continuó con la diferenciación genérica de los cuerpos. El ser hombre implicaba servir en arduas labores del campo mientras que ser mujer era sinónimo de tareas realizadas principalmente en el hogar y al servicio de su pareja.

Desde la conquista la fusión étnica tanto física como cultural[1] fue un hecho común que llevaría a  una constitución diferente del cuerpo pues cambiarían las prácticas de alimentación, vestimenta, educación, y un largo etcétera. Se continuaría con una división social que se traducía en que no todos los habitantes tendrían los mismos cuerpos ni mucho menos la misma educación dado el peligro político que representaba.

Ejemplo de esto fue la creación de diversas instituciones educativas para diferentes grupos sociales. El Colegio de San Juan de Letrán dirigido a los mestizos que, a pesar de seguir el mismo patrón educativo guiado por la religión se veía en sus egresados, los futuros letrados del país que serían profesores. Sin embargo, esto cambiaría con los esfuerzos de algunos misioneros que confiaban en la capacidad intelectual del indígena para lo cual se crearon instituciones propias para los pueblos originarios mexicanos como lo fue el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, primer institución de educación superior creado en América en el año de 1536.

Larroyo (1979) hace una descripción del aspecto curricular del Colegio de Santa Cruz y es de llamar la atención la enseñanza de la medicina indígena, esto supone un reconocimiento a la forma de atender y entender el cuerpo en los pueblos originarios lo cual hoy día ha sido relegado institucionalmente e inclusive satanizado, llevando a un saber hegemónico sobre la salud encabezado por la medicina alópata que, sin demeritar sus logros, ha llevado a erigir al médico como el profesional de la salud.

Otros colegios superiores surgieron acompañando a la Real y Pontificia Universidad de México en 1551 en el cual encontramos el origen de la medicina europea-occidental pues, una vez institucionalizada su enseñanza a partir de 1582, en el siglo XVII se  instauró la enseñanza de la cirugía lo cual impactaría en las formas de entender y curar al cuerpo. Por otra parte, en esta institución de enseñanza superior fue un claro ejemplo del olvido del cuerpo como vía de conocimiento en el proceso educativo, pues se enseñaba con el método escolástico con claro corte racional. Pero aún con esta enseñanza ni la razón queda exenta de estar subordinada, no es libre sino sólo una herramienta de la fe y la tradición.

Se continuó con la creación de varios colegios de estudios superiores pero todos ellos con la finalidad principal de formar clérigos para contribuir a la consolidación de la cultura cristiana-católica y otros dirigentes políticos de la colonia. Entre estos centros encontramos el Real Colegio Seminario de México, el Colegio Mayor de Santa María de los Santos y el Colegio de Comendadores de San Ramón Nonato.

Ahora bien, Pastor (2004) comenta que la labor educativo-religiosa de las órdenes misionales franciscanas, dominicas y agustinas mostraría deficiencias a la luz de la Corona Española y el Papa, lo cual representarían un riesgo ante el movimiento protestante que ya tenía fuerza en Europa debilitando el poder político e ideológico español, por lo que se envía a la Compañía de Jesús a México para evangelizar y educar combatiendo el incipiente protestantismo en México.

Ante ello arribaron los jesuitas en el año de 1572 cuya estancia duraría aproximadamente 200 años hasta su expulsión por motivos políticos. Las escuelas que fundarían tendrían el carácter de ser internados y con un profundo estudio de las humanidades, ubicados tanto en la capital como en otros estados. Algunos de los colegios fundados por esta orden fueron El Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, el Colegio de San Idelfonso, el Colegio de Tepotzotlán (Larroyo 1979).

La rigurosidad de la formación jesuita siguiendo el ejemplo de Ignacio de Loyola su fundador, serían un camino para reafirmar la fe pero también de castigar aún más al cuerpo de los educandos y del resto de la gente. Dice Pastor (2004) que los jesuitas promovieron el miedo al demonio e infierno, así como el sentimiento de culpa y sufrimiento para lo cual se siguieron prácticas corporales severas vinculadas a la mortificación corporal que eran vistas como prácticas de penitencia.

Si bien, algunos de los ejercicios propuestos por los jesuitas resultan interesantes con sus efectos psicológicos en busca de una mayor trascendencia, es la idea de castigo y pecado lo que los hace ser ejercicios que cultivan el miedo y la culpa con sus efectos colaterales en las personas. Por lo pronto, se puede decir que la dirección que tomo la educación formal e informal por parte de este grupo religioso sólo intensificó lo ya realizado por las órdenes anteriores. Hasta aquí se puede afirmar que no existía una educación del cuerpo de manera explícita sino que ésta se conformaba con el acontecer mismo del acto educativo. Ni en las instituciones de enseñanza elemental, ni con el surgimiento de otras instituciones de carácter superior, existió una preocupación por el cuerpo, el cual no dejaba de ser un instrumento de pecado y mano de obra.

La educación en manos del clero regular (órdenes religiosas) también sufrió una baja en su impacto dado que el clero secular comenzó a ingresar al campo para restarle poder. Sin embargo, su labor educativa no fue suficientemente provechosa dadas las limitaciones pedagógicas que se presentaron en las escuelas fundadas por ellos (escuelas pías). Siguiendo a Larroyo (1979):

En dichos establecimientos se tomaban como maestros a cualesquiera sujetos, las más de las veces sin preparación suficiente para impartir la enseñanza elemental, pues los clérigos carecían de tiempo para realizar estas funciones, debido a las ocupaciones peculiares de su profesión. (p. 180)

El cuerpo era sólo un instrumento para castigar los errores de la razón de ahí la existencia de algunas escuelas de beneficencia como las de los betlemitas quienes seguían el lema “la letra con sangre entra”. Sin embargo, ya para fines del a sexta década del siglo XVIII, comenzaría a desvanecerse el control religioso en el campo de la educación. Tal derrumbe inicia con la inauguración del Colegio de las Vizcaínas que, aún sin desligarse del todo de los contenidos religiosos, si lo hizo en cuanto a su administración pues fue creado por la iniciativa privada. Así empezaron a surgir una serie de establecimientos de corte artístico como la Academia de San Carlos y otras de corte científico como la Escuela de Minería y el Jardín Botánico.

También se dio un impulso al periodismo científico, antecedente de la divulgación científica. Al introducirse una visión laica del mundo se sentarían las bases para llevar una revolución educativa donde los dogmatismos promulgados por tres siglos, fueran resquebrajados e inclusive remplazados por la visión científica que se impondría en el siglo XIX (el positivismo) que, a su vez, impactaría al cuerpo cuya lectura no sería tan halagüeña.

3. La educación y el cuerpo en el siglo XIX y principios del XX

Cuando los criollos y mestizos organizaron al pueblo con la idea de la Independencia en una lucha que se extendió por once años hasta que el 27 de septiembre de 1821 se firmara el Acta de Independencia. En este largo periodo, la educación no sufrió grandes cambios aunque como ya se ha descrito, venía soltándose de las manos del clero. Una vez consumada la Independencia, la educación en México entraría en un vaivén en manos de conservadores y liberales, que se caracterizaría por la no concreción cabal de uno u otro proyecto.

Los intentos de la secularización educativa siguieron su marcha y uno de los más importantes esfuerzos fue el de la Compañía Lancasteriana cuya labor iniciada en 1822 con el centro llamado El Sol, tuvo éxito  que fue recompensado para el año 1842 cuando se le encargó la organización de la educación primaria en México a través de la Dirección General de Instrucción Primaria. Sin embargo, la Compañía no manejó un discurso explícito de qué hacer con el cuerpo de los educandos, salvo que éste como en épocas anteriores, era sujeto de represiones ante la ignorancia. Al respecto Larroyo (1979)  comenta que en las escuelas Lancasterianas “la táctica y disciplina se aseguraban por medio de celadores o instructores y monitores. Éstos se servían de cuadros de honor, cuadros negros, orejas de burro y, en general, de premios y castigos” (p. 234).

El primer intento legal de la enseñanza libre del clero sería hasta la Reforma de 1833 promulgada por Valentín Gómez Farías con la cual se buscaba una enseñanza libre para todos los niños y adultos enfatizando el conocimiento científico y técnico. A estos cambios también se sumó la creación del Colegio Militar el cual se constituiría en una de las instituciones incipientes de la educación del cuerpo de manera formal.

La inestabilidad política que vivió México como nación independiente ante el cambio constante de mandatarios sin consolidarse un proyecto político se reflejo en el campo educativo. No hay un avance significativo en cuanto a los contenidos de enseñanza pues la ideología cristiana no fue fácil de erradicarla de los recintos escolares. Un ejemplo lo constituye la escuela elemental en la cual aún se impartía la doctrina cristiana a través del catecismo del Padre Ripalda hasta que se puso fin con la Ley de 1867.

En cuanto a los métodos pedagógicos, el castigo corporal continuó en las aulas a través de golpes en las manos o la imposición de artefactos (como las orejas de burro) a aquellos alumnos que no cumplían los requerimientos que les demandaban sus profesores (Larroyo, 1979).

Sin embargo, a nivel de currículo formal se dio otro lugar al cuerpo a través de la materia de urbanidad en la enseñanza primaria que inició con el Plan General de Estudios de Santa Anna en 1864 y, luego de un periodo de supresión, se reinstaló en el año de 1865 (Díaz, 1991). La intención de esta materia era la de presentar cuerpos sofisticados, es decir, de las llamadas “buenas maneras” al estilo europeo.

En esta época el discurso sobre el cuerpo quedó sitiado en la urbanidad e inserción de la educación física o ejercicios gimnásticos en el currículo escolar tanto en la educación elemental como en la formación de docentes como lo ilustra la aparición de materias sobre natación y armas en la normal para varones. Sin embargo, Meneses (1998) señala que también comenzaron a realizarse algunos intentos reflexivos en torno al ejercicio físico como los son las propuestas de Ignacio y Juan Montero quienes, al fundar la Academia de Primera Enseñanza, proponían al ejercicio como una solución para combatir el tedio.

Después de una serie de eventos político-militares que se tradujeron en una danza constante en la sucesión presidencial, desde el derrocamiento de Santa Anna para 1855 seguido de Martín Carrera, Rómulo Díaz de la Vega, Juan Álvarez Benítez e Ignacio Comonfort hasta el arribo de Benito Juárez al poder el cual conservaría por cuatro periodos consecutivos, se consolidaría la definitiva secularización de la educación así como en otros ámbitos de la política.

Con Benito Juárez la educación laica se reafirmaría a través de la Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal en 1867 que se ajustaría para 1869. En este dictamen, se buscaba uniformar la enseñanza, declararla gratuita y laica. En cuanto a los contenidos, la escuela primaria y secundaria aún existía la división por género de los contenidos educativos, conservándose la visión de higiene y urbanidad como vías para educar al cuerpo.

Para este periodo, una corriente filosófica se fue consolidando en México: el positivismo, mismo que tuvo su principal representante en Gabino Barreda discípulo de Augusto Comte. La visión pedagógica era compatible con la secularización de la educación puesto que se consideraba que la formación humana tendría que estar inspirada en la razón y la ciencia lo cual se traduciría en la enseñanza objetiva que enfatizaba la experiencia como vía de acceso al conocimiento (Larroyo, 1979), esto supone que el aprendizaje deviene a partir de los sentidos y no de la mera especulación pretendiendo desterrar de esta manera a la metafísica que por más de tres siglos abundo en las aulas.

Ahora bien, el hecho de que el positivismo insistiera en la objetividad, postura que impactaría sobremanera a la educación, no privó del surgimiento de otras perspectivas donde lo racional no era el único campo de la educación así, se menciona en las fuentes a la obra de Pedro Alcántara García quien en su obra Teoría y Práctica de la Educación y la Enseñanza, expone el impacto de los sentimientos en la educación (Meneses, 1998).

Para Meneses (1998) estos esfuerzos intelectuales se concretaron en el Congreso Higiénico-Pedagógico de 1882 que, desde su mismo nombre, aludía a una concepción que pregonaba una educación desde un punto vista ecológico. Larroyo (1979) señala como las principales conclusiones de este evento las ideas sobre el método de enseñanza y su adaptación al alumno, la importancia de la educación del cuerpo en cuanto a la higiene y la gimnasia, y la instauración del método objetivo como camino del aprendizaje.

En cuanto al trabajo con el cuerpo, Moctezuma (2002) señala la obra de Celso Pineda sobre la educación física como uno de los primeros intentos en reflexionar sobre este campo. Estos esfuerzos pedagógicos perseguían una cambio en la forma de educar que, siguiendo a Moctezuma favorecerían el desarrollo intelectual físico, moral e intelectual del alumno para lo cual “se prescribió la práctica de la gimnasia, los ejercicios militares, el trabajo manual, la higiene en la escuela y la realización de paseos escolares” (p. 280).

En este sentido dos congresos de instrucción en 1889 y 1891 fueron fundamentales en la  reestructuración educativa. Ambos con conclusiones importantes como la edad de ingreso para la primaria, la importancia de la uniformidad, laicidad y gratuidad de la educación así como el carácter integral de ésta, y en cuanto al cuerpo, se comienza a sistematizar la educación física pues se habla de su metodología de enseñanza (Larroyo, 1979).

Al respecto del papel de la educación del cuerpo a fines del siglo XIX y principios del XX, De la Luz, Molina, Orellana, Aquino y Guerrero (2007) comentan:

A fines del siglo XIX y principios del XX, durante la última parte del régimen de Porfirio Díaz, se inicia el proceso de institucionalización caracterizado por: 1) inclusión de la educación física como parte de la educación integral a los planes y programas de primaria en 1891, a partir de la Ley Reglamentaria de la Instrucción Obligatoria del Distrito Federal, y a los territorios de Tepic y Baja California se le reconoció componente de la “educación integral”, educación física, intelectual y la moral; 2) se impartieron las primeras clases basadas en ejercicios gimnásticos y militares; y 3) la creación de la Escuela Magistral de Esgrima y Gimnasia, antecedente de las posteriores escuelas formadoras de docentes en la especialidad (…) Para los escolares se propuso la gimnasia sueca, determinada por el efecto fisiológico e higiénico, no dinámico, sobre el cuerpo. Este método fue el que principalmente se aplicó en las escuelas primarias de México (…) Los propósitos de la gimnasia buscaron los aprendizajes para el orden y control propios de la disciplina militar, habilidades deportivas de exhibición como la esgrima y la equitación, la gimnasia en aparatos, los ejercicios militares y el adiestramiento en el manejo de las armas (…) En la práctica docente, los principios higiénicos y terapéuticos se dejaron en un segundo plano, ocupando su lugar los aspectos de vigor, fuerza y disciplina militar que se promovieron como indicativos de prosperidad individual y nacional. Se buscó el perfeccionamiento físico, por la vía mecánica del movimiento o por la “anatómica-fisiológica”. (pp. 114-115)

La visión que se detenta es de un cuerpo-máquina que a través de una serie de ejercicios se favorece su funcionamiento, pero como se lee en la cita, al parecer no existe una vinculación del trabajo corporal con los aspectos más íntimos de la persona como las emociones que también impactan en la formación de aquel. Se trataba de convertir a un cuerpo con mayor funcionalidad física pero no necesariamente favoreciendo el desarrollo integral del alumno. En este orden de ideas, López (2000) afirma que en el siglo XIX había:

Un sistema educativo que aspiraba a estar a la altura de los países más desarrollados contempló los métodos pedagógicos más avanzados, mismos que eran extrapolados a la sociedad mexicana de esos años. Un aspecto muy importante fueron las implicaciones sociales e históricas de estos sistemas en el mediano plazo. Fundamentalmente en la conformación de los valores y las manifestaciones en el cuerpo, el impulso de la racionalidad científica y sus mecanismos de objetivación crean una relación disociada cuerpo- pensamiento, es decir, que lo orgánico del ser y lo emocional son procesos autónomos. La separación o la dualidad sólo constituye la atomización de la vida personal y social. (p. 19)

Y continúa el autor:

La sociedad mexicana que emerge del movimiento de independencia hereda un sistema educativo católico que censura, castiga y reprime acciones que se hacen con el cuerpo y toma en cuenta la salud física y psicológico como resultado del cuerpo y su circunstancia. (p. 21)

Se formaron cuerpos según las clases sociales, por un lado, un pueblo mayoritariamente analfabeto y con condiciones de vida no muy halagüeñas por otro, las clases pudientes que recibían formación artística y humanística con el afán de emular  el modelo del ciudadano europeo.

No se niegan los esfuerzos de recuperar al cuerpo en el campo educativo sin embargo, hay que problematizar en cuanto a la idea de cuerpo – sujeto educativo que se tenía para entonces. Se venía de una herencia pecaminosa del sujeto como ente  encarnado, posteriormente se transita a una secularización que se traduce en lo opuesto, la objetivización del cuerpo-sujeto, donde más que educar, pareciera instruirse con base en la visión antropológica dominante naciente del positivismo. Esta dirección de educar el cuerpo se extendería a otros niveles educativos ya no elementales como fue la Escuela Nacional Preparatoria que, desde sus orígenes en 1868 no había puesto interés en trabajar al cuerpo en los jóvenes, será con Ezequiel Adeodato Chávez que, tras presentar su proyecto que se transformó en Ley el 19 de diciembre de 1896, se modificaría el plan de estudios de la Preparatoria para dar cabida, entre otros cambios, a la asignatura de ejercicios físicos, innovadora hasta entonces.

Consideraciones finales

Hasta aquí se ilustra la existencia de una educación del cuerpo no ajena a los intereses político-sociales muchas veces incompatibles con el objetivo real de la educación en cuanto a formar para mejorar la calidad de vida de la persona. El cuerpo es entonces un depositario de esos discursos y el quehacer educativo contribuye en ello a través de los métodos didácticos, el contenido del plan de estudios, la concepción de aprendizaje y alumno que tienen los actores educativos (docentes y responsables de la política). Este breve recorrido histórico da cuenta de algunos hechos sobre cómo se ha abordado al cuerpo en el contexto educativo y mientras no se problematice tal relación, se caerá  en el error de hacer de la educación formal un espacio de cultivo de la fragmentación y la razón imposibilitando al alumno de otras vías de conocimiento y desarrollo. Las consecuencias de estas prácticas se reflejan el estado de salud de los educandos como lo es el problema actual de la obesidad en México.

Referencias

De la Luz, M.; Molina, M.; Orellana, G.; Aquino, H. y Guerrero, A. (2007). “La educación física y deportiva: significados y corrientes”. En: Eisenberg, Wider, R. Corporeidad, movimiento y educación física 1992-2004. México: COMIE.

Díaz, H. (1997). El origen y desarrollo de la Escuela Primaria Mexicana y su Magisterio de la Independencia a la Revolución Mexicana. México: Ediciones Acatlán-UNAM.

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Ferry, L. y Didier, V. (2002). ¿Qué es el hombre?. México: Taurus.

De  Landa, D. (1985). “Castigos: ejemplos y enseñanza. Educación de los jóvenes y crianza de  los niños entre los indios de Yucatán”: En: Escalante, P.. Antología: Educación e ideología en el México antiguo. México: SEP – Ediciones el Caballito.

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Kobayashi, J. M. (1974). La educación como conquista. México: Colegio de México.

Larroyo, F. (1979). Historia comparada de la educación en México. México: Porrúa.

López, S. (2000). Zen y cuerpo humano. México: Verdehalago.

López, S. (2006). Órganos, emociones y vida cotidiana. México: Los Reyes.

Meneses, E. (1998). Tendencias educativas oficiales en México 1821-1911: a problemática de la educación mexicana en el siglo XIX y principios de siglo XX. México: CEE-UIA.

Moctezuma, L. (2002, mayo agosto). “Educar fuera del aula: los paseos escolares durante el porfiriato”. Revista Mexicana de Investigación Educativa, , vol  7 num. 15. México: COMIE. pp. 279-302.

Pastor, M. (2004). Cuerpos sociales, cuerpos sacrificiales. México: Fondo de Cultura Económica.

Savater, F. (1997). El valor de educar. España: Ariel.

Thompson, E. (1984). Grandeza y decadencia de los Mayas. México: Fondo de Cultura Económica.



[1] El usos de las representaciones del cuerpo como instrumento de dominación la encontramos en el relato de la virgen de Guadalupe, donde el cuerpo indígena pero con la ideología católica se fusionan con el afán de identificación corporal con los pueblos indígenas, el ser uno como yo es un recurso psicológico utilizado en el mecanismo de persuasión periférica, una lectura ésta desde la psicología social.

 

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