Movimientos Democráticos en la UNAM IX (1972-1980).
A manera de recapitulación.
Alfredo Macías Narro.
Agosto 2010.
Como se puede desprender de las entregas precedentes, es clara la omisión de la Autogestión, no solamente como herramienta de vinculación o medio de aprendizaje autodirigido, en todos y cada uno de los intentos reformistas del Estado, sino como un medio de transformación de la realidad, tanto en el plano individual-formativo, como en el plano social.
Esta dimensión, la que da la extensión de las tareas académicas hacia el beneficio de las clases desposeídas, es lo que resulta intolerable para las clases dominantes; en este sentido, un par de excepciones son, por una parte, la reforma educativa cardenista del año 1934, cuya orientación socialista ha sido desprestigiada, ridiculizada y totalmente tergiversada; por la otra, como hemos discurrido a lo largo de este trabajo, está la búsqueda de alternativas educativas, como las provenientes, de manera directa o indirecta, de los movimientos sociales recientes, entre los que destaca muy particularmente el movimiento estudiantil-popular de 1968.
El movimiento, puso al descubierto la fragilidad del sistema político mexicano, en cuyo monolitismo estribaba, paradójicamente, su vulnerabilidad.
“A finales de la década de los sesenta a la sociedad mexicana se le imponía una doble moral; se prohibía la edición de libros que “ofendieran” las concepciones trasnochadas de políticos, curas y maestros (al extremo de despedir a Arnaldo Orfila de la dirección del Fondo de Cultura Económica por haber editado el libro “Los hijos de Sánchez” del antropólogo Oscar Lewis). El mismo presidente Díaz Ordaz era un anticomunista recalcitrante que gobernaba con arbitrariedad e intolerancia”.[1]
El movimiento estudiantil encarna la lucha de lo nuevo y la renovación; la construcción de una nueva sociedad. La lucha trasciende los ámbitos escolares y gana la calle; el trabajo autogestionario se vuelca en pos de un cambio, que tiene que ver con los añejos problemas estructurales en la economía y la gran desigualdad social del régimen capitalista dependiente del México de los 60; la falta de libertad política, la existencia de una doble moral y la enorme hipocresía de una sociedad, que no crece por el paternalismo del propio Estado totalitario y recibiendo la continua agresión y hostilidad de parte del aparato represivo del régimen.
“La juventud de finales de los sesenta cargaba bajo sus hombros una enseñanza tradicional fuertemente influenciada por la iglesia a conveniencia del gobierno, para evitar movimientos como el que estaba por despertar. Los jóvenes, con las contradicciones de su entorno, comienzan a reflexionar y cuestionarse el rumbo no sólo de su sociedad sino de la política que se estaba desarrollando en el país. El descubrimiento y comercialización de la píldora anticonceptiva colocó por primera vez a las mujeres en la posibilidad de controlar su cuerpo, de hacer el amor con quien quisieran sin el temor de quedar embarazadas, constituyó una verdadera revolución en las relaciones sociales y en la moral de la época. El rock con representantes como Elvis, Janis Joplin, los Beatles, los Rolling Stones y los intérpretes nacionales se convierten en el himno y bandera de esta explosión contracultural”[2].
La tranquilidad, más aparente que real, de la sociedad mexicana de la época, es abruptamente interrumpida por las jornadas de lucha estudiantil, con manifestaciones, brigadeos, mítines relámpago en puntos estratégicos de la ciudad (como mercados, escuelas, fábricas o en las terminales de autobuses), a bordo del transporte público y, por supuesto, en los campus universitarios. En diversas ciudades, lucen los muros y el exterior de los autobuses y trolebuses del transporte público combativas e ingeniosas “pintas”, difundiendo las consignas políticas del movimiento, atrayendo la atención de la sociedad, por medio del “volanteo”, generando una prensa alternativa, en la que se denuncian las actitudes y acciones gubernamentales, descalificando, amenazando y calumniando a los estudiantes; en sólo unos contados casos, se abren foros (acotados y vigilados por agentes del gobierno) para la discusión.
El conflicto teórico-pedagógico, queda pues subsumido en el conflicto ideológico-político, mismo que ha pretendido (generalmente sin éxito), enmascarar los intereses de clase que dominan y determinan los esquemas y la orientación académica del sistema educativo en su totalidad.
Las experiencias académico- políticas, que hemos descrito a lo largo de esta serie, particularmente el Autogobierno de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura, dan puntual cuenta de ello: Es destacable, también, que la escuela recibiese varios premios por sus propuestas arquitectónicas, como son dos menciones de la Unión Internacional de Arquitectos (en 1978 y 1980) por su diseño urbano para Temoac, Morelos, y por el Plan Parcial de Tepito; asimismo, también se atendían los demás aspectos formativos integrales del ser humano; en este sentido, fueron muy significativas las manifestaciones culturales y hubo desde numerosos festivales musicales y eventos académicos de alto nivel, hasta significativas puestas en escena, como fueron “La rebelión de los colgados”, “Jesucristo Súper Estrella” o “El señor de las moscas”, entre otras, en que la participación de muchos profesores de la escuela, al lado de los estudiantes, tanto de la propia escuela como, significativamente del CLETA, fue notable
Sólo la educación comprometida con la transformación de las estructuras caducas de la sociedad y puesta al servicio de las clases populares,tendrá la significancia y pertinencia, que la visión neoliberal nos ha pretendido arrebatar.
Los paralelismos históricos nunca son una circunstancia casual.
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