Reflexiones sobre la educación tecnológica.
- Imagen. Preadolescentes trabajadores de la industria textil; Inglaterra, Fines del S. XIX.
- Cortesía. <mogomat12> Mayo de 2010.
Alfredo Macías Narro.
Julio 6 del 2001.
Advertencia. Acabamos de reproducir el día de la fecha y en este mismo espacio, una nota en la que el Subsecretario de Educación Media Superior, Rodolfo Tuirán Gutiérrez ‘descubre’ la dicotomía existente entre las necesidades del mundo laboral (como un ente abstracto y no como el real escenario de la lucha de clases que es) y la estructura del sistema educativo del nivel medio superior, que obedece a una lógica muy distinta de forma y fondo al de la entelequia denominada ‘sector productivo´. Este artículo, que fue publicado originalmente en el diario ‘El Financiero’, lo reproducimos aquí sin cambio alguno, con el afán de mostrar lo añejo del problema y lo errado de las ‘soluciones’ gubernamentales. El autor.
[La nota aludida es: “Hay ‘desajuste’ entre competencias que pide el mercado y habilidades de bachilleres; Tuirán”]
Con respecto de la cuestión educativa en nuestro país, queremos destacar que estamos convencidos que el problema de la educación es, en primer término, un problema político y económico antes que de índole técnico-pedagógico. Es decir, si estamos de acuerdo en que el fenómeno educativo atraviesa de manera tanto transversal, como horizontal a la sociedad en su conjunto, entonces, para su caracterización y conceptualización global se hace necesario trascender el mero ámbito operacional, por complejo que éste sea.
En este sentido, quizá el principal objeto de crítica del sector productivo hacia el sector educativo tecnológico, consiste en la escasa e incompleta vinculación entre ambos. Al respecto, bien vale la pena puntualizar algunas cosas.
En primer lugar, todo mundo parece dejar de lado la enorme fragilidad de nuestra planta productiva, que se encuentra no en un “atorón” (Fox dixit), sino en un proceso de desintegración estructural, debido entre otras cosas, a la ruptura de las incipientes cadenas productivas que se habían logrado establecer durante la década de los ochentas y la dependencia creciente de nuestra economía de las inversiones de capital especulativo, que desplazó de manera brutal y casi total a los fondos de inversión productiva, tanto en la industria, como en el campo; sin olvidar, desde luego, el desastre bancario provocado y sostenido por los propios banqueros y sus cómplices en el gobierno (pasados y actual).
El sector productivo demanda, en realidad, una parte mínima de recursos humanos altamente calificados y, esto es claro, la gran industria (transnacional generalmente), forma y/o “reconvierte” a la mano de obra que, en escaso número, requiere para su funcionamiento. La mediana y pequeña industrias, carecen del acceso a los créditos suficientes y necesarios para su operación y las microindustrias, en apariencia, están condenadas a ser sólo fantasmagóricos “changarros”.
De igual manera (quizá mucho peor), el campo mexicano parece condenado a la extinción: el ejido, que por décadas ha sido el pilar de la relación entre el campesino y la tierra, “gracias” a las modificaciones hechas por Salinas de Gortari al Artículo 27 de la Constitución, se fomentó el cambio en el uso del suelo y los ejemplos de la aparición de complejos turísticos privados, por ejemplo, abundan a lo largo y ancho del territorio nacional.
Tal vez, sería conveniente poner en su justa dimensión lo que significa esa entelequia denominada genéricamente “sector productivo”. Las condiciones dominantes arriba esbozadas, se traducen sólo en macroindicadores del comportamiento económico del país, pero la planta productiva se compone a partir de la agregación, una a una, de cada fábrica o empresa, con independencia de su tamaño o de su ramo de actividad y, a su vez, cada una de ellas prefigura un microuniverso de relaciones laborales entre sus empleados y obreros con los dueños, es decir, entre el trabajo y el capital.
En rigor, cuando se habla de vincular a la escuela con el sector productivo, habría que precisar si es con uno u otro con el que es pertinente establecer tal vinculación, dado que representan, por lo general, intereses y visiones del mundo y la sociedad completamente diferentes. De igual forma, cada centro de trabajo establece un modo particular de relacionarse con su entorno social, con el medio ambiente, con el sistema económico y, finalmente, con el sector educativo (de manera directa o indirecta), bien sea demandando la mano de obra de sus egresados, o bien, demandando la generación de espacios educativos de diversos niveles y tipos para los familiares de sus empleados y obreros.
Dicho sea de otra manera, el mundo del trabajo está compuesto por una gama sumamente variada de requerimientos y necesidades particulares, que varían notablemente en el tiempo (dependen de manera importante de su desarrollo tecnológico, mismo que rara vez es suministrado por el sector educativo). En este punto, coincidimos plenamente con la Dra. María de Ibarrola, cuando dice que “las empresas están operando cotidianamente el trabajo, pero no lo sistematizan”, es decir, no poseen (ni les interesa poseer) los medios para la reflexión acerca de su propio objeto.
Con gran similitud (paradójicamente), las instituciones de educación tecnológica ponen el énfasis en la enseñanza de la tecnología deseable, la cuál está concebida en los escritorios de los burócratas, así sean del más alto nivel, dejando de lado las más veces la oportunidad de establecer vínculos diferentes con los sectores más desprotegidos y marginados por el sistema, a través de microproyectos de desarrollo y aplicación de la tecnología necesaria requerida por ellos.
Esto es tema de reflexión y análisis profundo acerca no sólo de la inexistencia de investigación educativa tecnológica (en todos sus ámbitos, niveles y modalidades) como bien lo señala la Dra. De Ibarrola, sino de hacia donde deberán dirigirse los esfuerzos que, como producto de tales tareas, permitan flexibilizar las rígidas estructuras académicas y administrativas que, bajo los currículos actuales, es casi imposible “sintonizar” a la escuela, no digamos con el sector productivo, sino consigo misma para empezar.
Como ejemplo de lo anterior, recordamos el reciente caso en que un grupo de profesores de educación tecnológica agropecuaria (quienes estaban finalizando un diplomado en informática) desarrollaron una herramienta computacional para la creación de granjas avícolas y que, a pregunta expresa del autor de estas líneas, en el sentido de si un campesino o grupo de ellos se acercase al plantel a solicitar asesoría y orientación sobre cómo iniciar una microempresa (no necesariamente de pollos, obviamente), qué respuesta le darían. La contestación de los profesores nos dejó profundamente azorados y preocupados. Dijeron que este “software” era “muy amigable” y estructurado en “ambiente windows”, de tal manera que cualquier persona (supongo que equipada mínimo con una “IBM” o su “H. P.”) podría comprar ese programa y que la asesoría para su instalación correría por parte de la escuela. Sin comentarios.
En otro orden de ideas, nos llama la atención las palabras de la citada investigadora, cuando dice que “…la educación tecnológica diversifica las opciones del futuro escolar y laboral de la población… La educación tecnológica ofrece una amplia gama de futuros….”
Aunque, en términos amplios, podemos coincidir con la maestra De Ibarrola, es evidente que tal “gama de futuros” sólo podrá existir en el estricto ámbito académico y siempre de manera dependiente de las políticas educativas que el Estado determine. Es decir, en tanto a las clases dominantes les parezca rentable y conveniente tal o cual orientación del sistema educativo, en esa justa medida se dictarán las políticas educativas correspondientes con la visión de la realidad que, de manera parcial y distorsionadora, defina cual es la “gama de futuros” permitida y deseada por ellos y para ellos, obviamente sin tomar en cuenta las expectativas de las grandes mayorías y sin tener en consideración la realidad de las necesidades objetivas de los productores y empresarios en pequeño. Como dato al margen, la planta productiva de los Estados Unidos de América se integra a partir de la pequeña y mediana industrias en más de un 50%.
Tal vez resulte pertinente traer a colación el notorio éxito de la compañía refresquera “Pascual”, misma que, después de una larga huelga, se reconfiguró en forma de cooperativa de producción, a partir de su compra por el colectivo de los trabajadores de la propia empresa y que, en la actualidad, sigue siendo una compañía de capital socializado altamente prestigiada, incluso en el mercado estadounidense, debido, en buena medida, a que impulsó la integración productiva de organizaciones de fruticultores en pequeño y eliminaron a muchos intermediarios e introductores, logrando de paso beneficiar a numerosas comunidades agrícolas en diferentes entidades del país.
Otro ejemplo, quizá dolorosamente inverso, es el de la asociación de productores de frijol de Nayarit (organización independiente), quiénes lograron un importante acopio de frijol (de la variedad Mayocob, originaria de esa región), y que tras una desgastante lucha política, lograron influir en el gobierno federal, a fin de que se disminuyesen las cuotas de importación de frijol negro (originario de China y que en Estados Unidos está considerado como alimento para animales y prohibida su venta para consumo humano) y exportar al sur de el propio Estados Unidos. El resultado de todo esto, fue que, en primer término, los productores de frijol norteamericano de esta zona, “amparados” en una patente registrada por la compañía DuPont, demandaron a los productores mexicanos ante las instancias internacionales correspondientes. Según la nota periodística (diario la Jornada, sección Lunes de la Ciencia, del pasado día 14 de mayo), el mapa genómico de esa variedad de frijol, fue obtenida de manera ilegal por los norteamericanos, quiénes se llevaron de nuestro país muestras de dicho frijol. En segundo término, se destaca el reciente homicidio de uno de los principales dirigentes de esa organización de productores agrícolas, ocurrido en las calles de la ciudad de Culiacán, Sinaloa.
La suma de factores que, de manera innegable está marcando el futuro alimentario del mundo entero, se evidencia claramente con la privatización deleznable e inmoral que realizan empresas privadas como la mencionada Du Pont o Monsanto, por sólo citar a dos de ellas, mismas que pretenden adueñarse de la riqueza genómica de los países menos desarrollados y cuyos gobiernos entreguistas se prestan dócilmente a la maniobra. Al decir de algunos autores (y yo coincido con tal visión), el petróleo está dejando de ser estratégico para el primer mundo y en el breve lapso de tiempo que resta, antes de su completo agotamiento (50-65 años), dispondrán de alternativas tecnológicas para la producción de energéticos. El crecimiento demográfico y la consecuente demanda de alimentos es un asunto muy distinto. Seguramente que los habitantes del primer mundo estarán dispuestos a prescindir de su automóvil o usar uno eléctrico, pero de ningún modo renunciarán a comer. El asunto de la disponibilidad de agua anda muy por el estilo (¿habrá agua “transgénica”?).
En este sentido, cabe preguntarse si no es igualmente importante que en las instituciones educativas tecnológicas agropecuarias se enseñe, por ejemplo Derecho Agrario (ignoro si tal cosa se hace en la actualidad), con la finalidad de que los futuros ingenieros, junto con su institución, coadyuven en la asesoría legal para la defensa de la tierra a los campesinos y productores mexicanos y no sólo limitarse al aspecto tecnológico, por más importante que éste sea. Puesto en otros términos, al hablar de integralidad de las cadenas productivas, de la creación de agroindustrias, de la “calidad” de los procesos, etc., tal vez valga la pena empezar a reflexionar en torno a la justicia, la equidad y el derecho a la tenencia de la tierra de los excluidos, antes, durante y después de la revolución mexicana y tal vez, sólo tal vez, así se logre encontrar el significado real y profundo de la educación tecnológica agropecuaria mexicana.
Sin pretender realizar en este modesto ejercicio, un análisis en profundidad, acerca de las consideraciones operacionales propias del sector educativo tecnológico, coincidimos en lo fundamental con las apreciaciones de la Dra. De Ibarrola, con la salvedad de que la planeación educativa en nuestro país (y el subsector tecnológico no es ajeno a ello), generalmente ha resultado ser demasiado reactiva y poco flexible, amén de obedecer, en muchos casos, a la visión unilateral del secretario de educación en turno, ávido de impregnar a su administración un “sello propio”, es decir, plasmando en la planeación su interpretación de la realidad nacional y/o extrapolando los dictados o “recomendaciones” de los grandes organismos transnacionales.
Retomando una frase del investigador educativo costarricense Julio Barreiro, “…no puede haber una buena escuela en una mala sociedad”, recordamos los notables esfuerzos por establecer rumbos alternativos a la planeación educativa en México, sintetizados en la obra del Dr. Juan Prawda “Teoría y Praxis de la Planeación Educativa en México” (Ed. Grijalbo) y que, pese a datar de los últimos setentas y principios de los ochentas, denotan un empuje decidido por recuperar nuestra identidad y formas de hacer, en coparticipación con algunas comunidades rurales, en su propio beneficio y al margen de programas asistencialistas oficiales o de nefastas “recomendaciones” provenientes del extranjero.
Para poder posar los ojos en el futuro, quizá hay que poner la mente en el pasado y el corazón en el presente.
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