La disputa por la educación: la oposición conservadora

Felipe Ávila*

Partes I y II. Publicadas originalmente en La Jornada, 11 de septiembre de 2023 y 18 de septiembre de 2023

Parte I

Después de la Revolución Mexicana, la batalla histórica entre los revolucionarios y el bloque conservador continuó. Este último rechazó el contenido social de la Constitución de 1917. Los hacendados y los dueños de las compañías petroleras se ampararon para que no se aplicara el artículo 27 y lograron frenar durante los siguientes años una amplia reforma agraria e impidieron que la nación hiciera efectiva su soberanía sobre los recursos del subsuelo, minería y petróleo.

Fue hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas cuando pudo vencerse esa resistencia y se llevaron a cabo importantes repartos de tierras a ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios y se concretaron importantes conquistas laborales.

En el terreno educativo, el artículo tercero había establecido que la educación debía ser laica, obligatoria y gratuita y que el clero no podía tener ninguna injerencia en ella. Un sector de la jerarquía católica rechazó la nueva Constitución. El 24 de febrero de 1917 los arzobispos de México, Yucatán, Michoacán, Linares y Durango y los obispos de Aguascalientes, Sinaloa, Saltillo, Tulancingo, Zacatecas, Campeche y Chiapas emitieron una protesta ante lo que llamaron un despojo de sus derechos. La Constitución no reflejaba a los diversos grupos del país. Llamaron a defender los derechos de la Iglesia y la libertad religiosa. Dijeron: “¿Qué quedaba de la libertad de adorar a Dios?, ¿no era eso destruir en su esencia la sociedad religiosa…?, ¿no era esclavizar al poder del Estado no sólo a la Iglesia, no sólo al clero, sino a todos los católicos, a todos los hombres que tuviesen religión?, ¿y hacer eso, no era tiranía?”

[El clero católico] Se opusieron al matrimonio como un contrato civil, a reducir el número de sacerdotes, a que se prohibiera que ejercieran sacerdotes extranjeros. Y, desde luego, defendían la libertad de enseñanza. Llamaron al pueblo católico a reconquistar la libertad arrebatada.

Esa protesta fue respaldada por el papa Benedicto XV en junio de ese año y por la jerarquía católica estadunidense.

En ese contexto protestaron organizaciones civiles estrechamente ligadas a la Iglesia católica, como la Unión Nacional de Padres de Familia, creada en 1917 por laicos católicos, así como las Damas Católicas y los Caballeros de Colón. Esas organizaciones respaldaron la reconquista de los derechos que tenían antes de la Revolución. La batalla por la hegemonía entre el Estado laico y esos grupos conservadores tuvo su expresión más cruda y sangrienta en la guerra cristera de 1926-29.

Concluida la guerra cristera, con la derrota la Liga Defensora de la Libertad Religiosa y su numeroso ejército, la batalla histórica entre el Estado laico y la jerarquía católica y un sector del pueblo católico continuó, bajo otras formas. Ese conflicto iba más allá de nuestras fronteras. En otros países había una disputa similar. El papa Pío XI emitió el 31 de diciembre de 1929 una encíclica a toda la comunidad católica del mundo sobre la educación cristiana de la juventud.

El Papa criticó las teorías pedagógicas prevalecientes en muchos países por concentrarse en lo material y no dirigir su mirada hacia Dios. “No puede existir otra perfecta educación que la educación cristiana… la educación pertenece de un modo supereminente a la Iglesia… es derecho inalienable de la Iglesia, y al mismo tiempo, inexcusable, vigilar la educación completa de sus hijos…”, afirmó.

Para Pío XI era deber de la Iglesia proteger a sus hijos frente a los graves peligros de todo contagio que pueda dañar a la santidad e integridad de la doctrina y de la moral. La misión educativa de la Iglesia debía extenderse a todos los pueblos del mundo, era una misión universal. Por eso había impulsado la creación de escuelas e instituciones que habían formado a millones de alumnos siempre por iniciativa y bajo la vigilancia de la Santa Sede y de la Iglesia. Desde esa perspectiva, era injusto negar o impedir a la Iglesia esa obra educativa que había producido benéficos frutos en el mundo moderno.

La misión educativa de la familia concordaba con la de la Iglesia. De acuerdo con el derecho canónico, los padres tenían la obligación de educar a sus hijos en la religión y la moral, en la física y el civismo. El Estado no tenía preeminencia sobre los hijos, la tenían sus padres, a ellos correspondía la patria potestad. Según el papa León XIII, los padres tienen el derecho natural de educar a sus hijos, pero con la obligación correlativa de que la educación y la enseñanza de la niñez se ajusten al fin para el cual Dios les ha dado a sus hijos. Debían, por tanto, conseguir a toda costa que quede en sus manos la educación cristiana de sus hijos y apartarlos lo más lejos posible de las escuelas en que corren peligro de beber el veneno de la ­impiedad.

El Estado debía garantizar ese derecho de las familias a dar educación cristiana a sus hijos. Debía también ayudar la acción educativa de la Iglesia. Y, de manera enfática, expresaba Pío XI: Es injusto todo monopolio estatal en materia de educación.

Parte II

El clero católico y los laicos conservadores no aceptaban la enseñanza laica ni la exclusión del clero en el proceso educativo definidos por el artículo 3 constitucional. El documento eclesiástico que orientaba su postura era la encíclica Divini illius magistri, sobre la educación cristiana de la juventud, emitida por Pío XI a fines de 1929.

Pío XI señaló que el sujeto de la educación era el hombre, en sentido genérico. Y, como un ser terrenal creado por la divinidad, debía ser abordada su educación. Ninguna pedagogía podía negar su naturaleza, que provenía del pecado original y la gracia. La pedagogía moderna, según el Papa, pretendía dar una autonomía y una libertad ilimitada al niño independiente de toda ley superior, natural y divina. Educadores y filósofos se ufanaban de descubrir un código moral universal de educación como si no existiera el decálogo ni la ley evangélica, lo que en lugar de liberar al niño lo hacía esclavo de su loco orgullo y de sus desordenadas pasiones.

Había, además, un tema central que provocaba el rechazo tajante de la Iglesia: la educación sexual. Al respecto, Pío XI señalaba: Peligroso en sumo grado es, además, ese naturalismo que en nuestros días invade el campo educativo en una materia tan delicada como es la moral y la castidad. Está muy difundido actualmente el error de quienes, con una peligrosa pretensión e indecorosa terminología, fomentan la llamada educación sexual, pensando falsamente que podrán inmunizar a los jóvenes contra los peligros de la carne con medios puramente naturales y sin ayuda religiosa alguna; acudiendo para ello a una temeraria, indiscriminada e incluso pública iniciación e instrucción preventiva en materia sexual, y, lo que es peor todavía, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones, para acostumbrarlos, como ellos dicen, y para curtir su espíritu contra los peligros de la pubertad.

Para el jefe de la Iglesia católica era un grave error no reconocer la fragilidad de la naturaleza humana y olvidar que en la juventud más que en otra edad cualquiera, los pecados contra la castidad son efecto no tanto de la ignorancia intelectual cuanto de la debilidad de una voluntad expuesta a las ocasiones. Para apoyar esta aseveración, citó al padre de la Iglesia, Antoniano, quien en el texto De la educación cristiana de los hijos escribió:

Es tan grande nuestra miseria y nuestra inclinación al pecado, que muchas veces los mismos consejos que se dan para remedio del pecado constituyen una ocasión y un estímulo para cometer este pecado. Es, por tanto, de suma importancia que, cuando un padre prudente habla a su hijo de esta materia tan resbaladiza, esté muy sobre aviso y no descienda a detallar particularmente los diversos medios de que se sirve esta hidra infernal para envenenar una parte tan grande del mundo, a fin de evitar que, en lugar de apagar este fuego, lo excite y lo reavive imprudentemente en el pecho sencillo y tierno del niño. Generalmente hablando, en la educación de los niños bastará usar los remedios que al mismo tiempo fomentan la virtud de la castidad e impiden la entrada del vicio.

Para Pío XI, las escuelas no debían ser mixtas, pues confundían “la legítima convivencia humana con una promiscuidad e igualdad de sexos totalmente niveladora. El Creador ha establecido la convivencia perfecta de los dos sexos solamente dentro de la unidad del matrimonio legítimo… la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en una bien ordenada y disciplinada familia cristiana”. Y, de manera contundente, afirmó:

De aquí se sigue como conclusión necesaria que es contraria a los principios fundamentales de la educación la escuela neutra o laica, de la cual queda excluida la religión. Esta escuela, por otra parte, sólo puede ser neutra aparentemente, porque de hecho es o será contraria a la religión.

Estaba claro: para la Iglesia católica la educación laica era contraria a la religión. Por eso se entendía que otros papas como Pío IX y León XIII hubieran llamado a sus fieles a no llevar a sus hijos a las escuelas laicas, ni a aquellas donde convivieran niños católicos con niños que no lo eran, o que sus profesores no fueran católicos. Pío XI sostuvo: “Es necesario que toda la enseñanza, toda la organización de la escuela –profesorado, plan de estudios y libros– y todas las disciplinas estén imbuidas en un espíritu cristiano bajo la dirección y vigilancia materna de la Iglesia, de tal manera que la religión sea verdaderamente el fundamento y la corona de la enseñanza en todos sus grados, no sólo en el elemental, sino también en el medio y superior”. Y, citando a León XIII, afirmó que había que procurar que no sólo el método de la enseñanza sea apto y sólido, sino que también y principalmente la misma enseñanza esté por entero de acuerdo con la fe católica, tanto en las letras como en la ciencia y, sobre todo, en la filosofía, de la cual depende en gran parte la dirección acertada de las demás ciencias.

Esta encíclica fue hecha suya por el episcopado mexicano, que adecuó sus acciones de resistencia a la educación laica en la década de 1920 y la intensificó en la siguiente, contra la educación socialista.

*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

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