Autodeterminación Educativa y Dependencia Tecnológica.
Alfredo Macías Narro
200810.
El estadio actual de los procesos de generación de conocimientos, en especial los referentes a la creciente incorporación de tecnología en las sociedades, no puede sustraerse al impacto, positivo o negativo de las nuevas tecnologías, en especial de las TIC (Tecnologías de Información y Comunicación)
Es un hecho, es este sentido, que el impacto fundamental, esencialmente se está viendo en el fenómeno de lo que la Dra. Alicia Bárcena Ibarra, (entonces directora de la División de Medio Ambiente de la CEPAL y hoy su Secretaria Ejecutiva), ha sugerido como una nueva definición de pobreza, (en voz del economista e investigador Julio Boltvinik), según la cual, “Son pobres las comunidades que han perdido el control sobre sus procesos vitales”.
Puesto en otros términos, dependerá del grado de autogestión social que logre construir cada colectividad específica.
A contrapelo de esta realidad, la visión gubernamental se orienta hacia la utilización (sin aclarar cómo) de instrumentos para “promover la empleabilidad” (sic) de los bachilleres en el mercado laboral es el otorgamiento de las llamadas “becas de pasantía”. Asimismo, se fortalecerán los programas de “orientación vocacional” en el nivel medio para que los estudiantes elijan otras opciones; Esto, con el argumento de que la matrícula profesional está concentrada en unas cuantas carreras.[1]
En primer término, concordamos en que la generación y acumulación y transmisión del conocimiento, en particular el científico y tecnológico, forman parte medular del hecho educativo de la sociedad. Así mismo, la educación es, sin lugar a dudas, un proceso vital de toda sociedad, tanto en el nivel general del sentido universalista de la educación, como en el nivel específico y preciso de cada comunidad concreta.
De acuerdo con ello, el principio de la Autogestión se puede entender como un proceso (o serie de procesos asociados o vinculados), mediante el cual se desarrolla la capacidad individual o de un grupo para, en una primera etapa, identificar los intereses o necesidades básicas que les son propios a través de un sistema de organización comunitaria, exponiéndolos de manera efectiva en la práctica cotidiana y, en una segunda etapa, le permita defenderlos; “basándose en una conducción autónoma y facultada, en alianza con los intereses y acciones de otras organizaciones afines; este concepto de autogestión implica el desarrollo de esquemas de planificación, democracia participativa y desarrollo sustentable propios.”[2]
En segundo término, comenzaremos por decir que es necesario establecer una visión integral del quehacer educativo, en el seno mismo de la comunidad en que se inserta cada plantel en lo singular y hacer copartícipe a la propia comunidad en las tareas cotidianas, tanto internas, como aquéllas diseñadas ex professo como medios y mecanismos de vinculación entre el propio plantel y sus miembros, con los habitantes del entorno social inmediato al mismo.
El desarrollo de nuevas y renovadas acciones, así como crear actividades sistematizadas, pertinentes y relevantes para ambas partes, permitirá ir fortaleciendo los lazos de convivencia comunitaria. La autogestión integral de las instituciones educativas, junto con las organizaciones de su entorno social, permitirá construir una nueva realidad objetiva, al transformar la economía de sus comunidades, coadyuvando en la gestación de estructuras productivas de base, tales como cooperativas de producción y de consumo; coincidimos en que es importante que las instituciones educativas, particularmente las tecnológicas, se vinculen con las organizaciones productivas autónomas, así como con empresas e industrias locales, con la salvedad que debe procurarse que los esquemas de vinculación sean acordado con los trabajadores y/o su representación sindical o gremial y no solamente con el capital.
Dicho de manera simple: si estamos de acuerdo en que la educación, (en especial el nivel básico), es un proceso vital de cada comunidad (y por tanto de cada plantel), es válido pensar que también es un medio muy poderoso para incrementar y orientar el grado de organización de la comunidad, mediante la creación de sencillos proyectos educativos y programas de vinculación social, como la oferta de servicios básicos a la comunidad (tal vez en forma de una suerte de servicio social obligatorio para los alumnos y los profesores), como puede ser la generación de escuelas para padres; talleres de orientación sexual, vocacional o de iniciación artística, así como la prestación de apoyo a la comunidad, entre muchos otros, permitirá ir gestando las maneras de recuperar el control sobre los modos fundamentales de relacionarse con el objeto social que nos ocupa: la educación. Entonces, de acuerdo con las nuevas acepciones del concepto de pobreza, un sistema educativo mexicano diferente, estará actuando desde el nivel particular de cada uno de sus planteles y, por tanto, estará coadyuvando en el combate a la pobreza, sin tintes demagógicos y sin metas incumplidas siempre por incumplibles.
Finalmente, estas son las realidades y las expectativas, de una sociedad capaz de visualizar su futuro, de establecer los medios y mecanismos de orientación pertinentes para construirlo. La transformación de fondo, provendrá de la construcción de una nueva y diferente interacción entre personas libres, conscientes y críticas de su tiempo y de sus circunstancias, así como del nivel de compromiso social elaborado en conjunto por los actores que, hasta ahora, han sido marginados por las estructuras del poder, organizados en torno a una nueva institucionalidad democrática, no sólo representativa de la sociedad, sino construida desde la sociedad misma, ahora y de cara al futuro.
En esto consiste la autogestión, tanto en lo académico, como en lo social.
[1] “Estrategia de la SEP en respuesta a la OCDE”, nota de Karina Avilés en el diario La Jornada, 25 de septiembre de 2007.
[2] Hiram Quiroga, Santiago Quevedo y Eduardo Chiriboga, “Hacia el cambio mediante la autogestión”.
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