José Blanco
La Jornada/300609
Debo reconocer que en su reciente (se trata del año 2009) visita a México Ángel Gurría puso sobre la mesa del secretario de Educación una aserción del tamaño de una catedral: “el desarrollo comienza en el aula”, dijo.
Las cotas que se están alcanzando en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hoy metas de varias naciones, nos quedan a años luz. No hay palabras exageradas para describir nuestro atraso educativo. El espacio entre lo que está alcanzándose en algunos países, especialmente en la educación superior, y lo que tenemos en México, se amplía sin pausa.
Somos como un escarabajo que dificultosamente alza pata por pata para avanzar, mientras vemos cómo desaparece frente a nuestros ojos un guepardo que, debido a que sus garras no son retráctiles, es el felino más veloz que existe.
Tengo entre mis testigos al presidente Calderón, a quien el Foro Económico Mundial acaba de presentarle, la semana pasada, “The Mexico competitiveness. Report 2009”. Pero, después de conocer el estremecedor drama que los argumentos y lo datos duros del reporte configuran, nada ocurrirá. Peor aún, lo que tenemos a la vista son las descomunales tijeras de Carstens.
La competitividad depende de diversos factores, pero en el caso de México el reporte se ha centrado en su zona, por la que pasó un tsunami y dejó un destrozo inenarrable: la educación.
Son conocidos, refiere el reporte, algunos de los datos educativos exiguos de México: sus problemas de cobertura: sus bajas tasas de matrícula escolar, el hecho de que de cada 100 alumnos que ingresan a la escuela primaria, 68 completan la educación básica obligatoria (la secundaria), sólo 35 terminan el bachillerato, y únicamente 8.5 por ciento de la población mayor de 18 años alcanzó una licenciatura (2003).
En la década 1997-2006, México aumentó en 11.3 por ciento la población de 25-64 años que alcanzó educación superior. Polonia lo hizo en 75 por ciento, Corea y Austria en más de 66 por ciento, Portugal en más de 62…
¿Qué hizo México con sus adultos jóvenes? En la misma década la población de 25-34 años con educación superior aumentó 11 por ciento (menos que en los adultos mayores). En Polonia creció 172.2 por ciento; en Italia, 92; en Turquía, 76; en Portugal 74; en Corea 71 por ciento… ¿Por qué hacemos esto? Mala pregunta. No es un propósito; simplemente no planeamos nada nacional, y luego nos enteramos de algo que ocurrió que nadie se propuso.
El asunto es mucho más grave: la investigación económica más reciente ha demostrado que el desempeño más efectivo en el desarrollo proviene de las habilidades cognitivas reales de la sociedad, algo distinto de su nivel de escolaridad. Se trata de la calidad de la educación.
Pero, espere, la investigación ha ido más a fondo: no es nada más la calidad media lo importante, lo es más todavía el segmento de más alto nivel de esa calidad. Es claro: en la sociedad del conocimiento es en ese segmento en el que se genera la innovación. La innovación amplia, permanente, en todos los frentes posibles, es la piedra de toque profunda del desarrollo.
El reporte se sirve de la prueba PISA como indicador. El enfoque de PISA está hecho para el mundo de hoy. No pregunta qué es lo que sabe de matemáticas un joven que está terminando su educación obligatoria. Explora qué es lo que un joven de 15 años hace frente a un problema que PISA le presenta, para el cual debe usar las herramientas de la matemática. Es decir, explora si este joven sabe pensar. Cuando nos asomamos al terreno mexicano desde esta exploración, nos hallamos azorados frente a lo que dejó el tsunami: un tiradero maloliente, que rima bien con SNTE, en la educación básica en primer lugar.
PISA normaliza sus “calificaciones” asignando 500 puntos al promedio de “calificación” obtenido por los jóvenes de los países miembros de la OCDE. El reporte es adecuadamente exigente para el mundo de hoy, y ya no se detiene en la miseria de que el promedio mexicano es de 405 puntos, muy por debajo del promedio de la OCDE, y mucho más abajo aún de los 540 puntos del promedio de Corea.
Se ha centrado en lo que el reporte llama “Advanced International Benchmarks” (las cotas de referencia internacionales avanzadas), referidas en este caso a quienes tienen las mayores habilidades cognitivas de pensamiento: enfrentar un problema dado, examinarlo, buscar y hallar la forma óptima de solucionarlo: saber pensar. Se le ha asignado a esta capacidad un mínimo de 625 puntos. En Corea, 18.2 por ciento de sus alumnos de 15 años superan esa marca, y un número notable de ellos supera los 900 puntos. En Estados Unidos, 6.5 por ciento la alcanzan, y en México 0.29 por ciento, 62 veces inferior a Corea. Nuestra capacidad potencial de innovación, puede decirse, es nula.
Tenemos tres problemas en orden progresivo de dificultad:
1) el más sencillo, alcanzar la cobertura media actual de educación superior de la OCDE; estamos a la mitad del camino, nos llevará décadas.
2) Mucho más difícil: la calidad; los indicadores PISA son demoledores; “cæteris paribus”, nos llevará aún más tiempo.
3) Alcanzar una masa crítica mínima, dotada con las cotas de referencia más avanzadas…, Esto está más allá de Andrómeda.
Descubre más desde Odiseo Revista electrónica de pedagogía
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.