Patricia Cesca
Instituto de Educación Superior Sara Eccleston, Buenos Aires, Argentina
Resumen: Este artículo intenta, desde un enfoque antropológico y psicoanalítico, plantear el compromiso subjetivo y ético del investigador durante la realización del trabajo de campo. En el análisis y con el aporte de distintos autores, se pone énfasis en el involucramiento personal del investigador ya que él mismo se constituye en el principal instrumentos de la investigación con los riesgos y beneficios que ello supone. Distancia/proximidad; intromisión/intervención; empatía /extrañamiento; papeles autoasumidos/papeles asignados; objetividad/emoción; deseos/incertidumbre que siempre impregnan un proceso investigativo, se adoptan como analizadores puestos en interjuego durante el escrito, a modo de convite para que el lector se implique en estos dilemas. El texto se complementa con testimonios registrados en la bitácora de una investigación realizada durante los años 2008 y 2009.
Palabras claves: subjetividad del investigador, desconfianzas recíprocas, poder discrecional del oyente”, lazo transferencial, extranjeridad lingüística.
Recibido: Junio de 2012; aceptado para su publicación: junio de 2013
Introducción
En el marco de la realización de una tesis sobre “Escuela y Migración: Interculturalidad y transgeneracionalidad con discriminación y malestar identitario en la escena escolar” se trató, de dar visibilidad a la tensión de estar en la frontera, en el “entre” culturas (lo intercultural) con los deseos encontrados de cumplir con las expectativas de las generaciones anteriores (lo transgeneracional), a partir del caso de los movimientos migratorios Taiwán – ciudad de Buenos Aires (Argentina) en las cuatro últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI.
La investigación se centro en tres generaciones jóvenes (Generación I 18 – 21 años), adultos (Generación II (25 – 40 años) y adultos mayores (Generación III 60 – 70 años) taiwaneses[1], en tanto actores de una transmisión transgeneracional[2] e intercultural[3] que modifica el carácter monolítico de la cultura originaria, no sin padecimiento y llevándolos a inventar y reinventar sus identidades para tramitarlo.
Particularidades del trabajo de campo
El trabajo de campo consistió en integrarse a la celebración cristiana (una en taiwanés y otra en español), visitar las escuelas y luego participar del almuerzo comunitario y la sobremesa, sin que mediara una estrategia de recolección determinada. Se trataba de situarse desde otro ángulo de percepción de esta realidad para conocerla en su cotidianeidad. Al respecto sostiene Roxana Guber (1991pp. 84): “Puestos en nuestra tarea investigativa, nos encontramos ante una configuración histórica de acciones y nociones que solo dentro del mundo social cobran sentido para quienes las producen y reproducen”.
Se procuró procesar una “información perceptible”, o sea, aquella que se constituye utilizando como herramienta de investigación los sentidos (Roberto Follari 1984 pp13 – 25) complementando con algunos aspectos del paradigma de inferencias indiciales[4] de Carlo Ginzburg (1986 pp. 139 – 144) en cuanto a que se trataría de elementos imponderables: el olfato, un golpe de vista, la intuición que entran en juego como operaciones de conocimiento, para inferir a partir de allí algunas hipótesis explicativas pertinentes para este caso y otros similares.
Giles Deleuze (2003 pp.307) lo plantea claramente: “en las totalidades no hay nadie”. No es que la totalidad no exista, pero sólo se da en sus modos de expresión. Nuestra encarnadura tuvo nombres[5]: Inés, Eduardo, Dino, Naty, Arminda, Luis, y Pedro que asumen la forma de una “x”, un enigma que nos enfrenta a situaciones con signos poco descifrables y nos conecta con indicios o señales que ponen a prueba nuestra capacidad de acción y de pensamiento. Cada uno de los entrevistados actúo como testigos del anudamiento de un conjunto determinado de relaciones sociales , por lo que fue de mucha importancia acercarse al conocimiento de sus trayectorias que actúaban a la manera de indicios de los sistemas de relaciones en los que están insertos.
Ubicamos este artículo en la instancia de el trabajo de campo, ya que este sería un proceso que “comprende una secuencia de comportamientos y de acontecimientos, no todos controlados por el investigador” (Velasco y Díaz de Rada, 1997: 18). Es el momento en que se establece el vinculo con sujetos históricos ,contextuados e imprevisibles en sus acciones y reacciones . Si aceptamos esta premisa debemos reconocer la imposibilidad de poder controlar las situaciones. Pierre Bourdieu (2007: 73) asimismo destaca el impacto de este vínculo personal que genera efectos sobre los resultados.
A partir de lo antedicho, nos focalizaremos en el análisis de una de las variables que se constituyó en un desafío: cómo juega la propia subjetividad del investigador durante este proceso ya que creemos que lo valioso de un trabajo científico es de hecho “lo que en él hay de personal” (Max Weber, 2001 pp.71), en tanto es interpelado como sujeto por un problema social, disponiendo de una caja de herramientas para “hacer un mapa” con la palabra de los entrevistados
La caja de herramientas
Graciela Batallan y Raúl Díaz (1990 pp. 41 – 46) consideran que la elección de “la caja de herramientas” que utilizará el investigador, logra a la vez distancia y proximidad, empatía y extrañamiento asumiendo papeles auto asignados o atribuidos con los que se acerca a una objetividad social a través de la intersubjetividad. La subjetividad existe, dicen estos autores, “lo importante es que sea reconocida, caracterizada e incorporada como condición del trabajo exploratorio”.
Durante más de un año, los ojos, los oídos, el olfato…se sensibilizaron a todo lo que era “chino/taiwanés”. Cruzar por la calle a alguien de rasgos orientales y mirar su vestimenta, su forma de caminar, inferir si era coreano, chino o japonés; entrar a distintos supermercados chinos y estar alerta a los intercambios lingüísticos de los dueños, de los dueños con los empleados y viceversa, de los dueños con los clientes; estar atendiendo las noticias publicadas en cualquier diario o transmitidas en algún noticiero, referidas a China o Taiwán; mirar vidrieras o curiosear en las casas de regalería o venta de ropa para identificar los colores preferidos; “viajar” a China caminando por el barrio chino en reiteradas oportunidades a modo de resituar el conjunto de su tejido social. Durante dos año vivimos en “la sociedad de la entrevista” (Paul Atkinson y David Silverman, 1997 pp. 322).
Es claro, que el investigador construye su rol según las condiciones específicas en las que se desarrolla sus búsquedas. María Teresa Sirvent (2004 pp. 71) coincide en que no es de ninguna manera un rol pasivo y fundamenta tal afirmación en dos hechos: Primero porque su oficio está caracterizado por una serie de componentes (instrumentos, procedimientos, destrezas mentales) cuya transferencia es buscada durante el sondeo , facilitándoles un pensamiento reflexivo y crítico sobre la realidad que estudia. En segundo lugar y no menos significativo son las operaciones que aplica al momento de sistematizar los datos, elaborar categorías y presentar cual fueron sus conclusiones en el estudio de su objeto. Roxana Guber (1991 pp. 254 – 261) los comparte y advierte que el investigador reformula el registró de campo haciendo un recorte de lo relevado. En estos casos podría darse el circunscribir el material para confirmar la hipótesis, o encauzar las respuestas de los entrevistados hacia una postura que confirme sus presupuestos.
Otro riesgo del que nos alerta Elsie Rockwel (2009 pp. 189), es no reconocer que los diálogos que establecemos con nuestros interlocutores entran dentro de una comunicación estratégica, ya que no se trata de una mera conversación sino que implica el intento de obtener algo a cambio. Reconocimiento que nos invita a manejar los bordes entre lo sincero y lo estratégico y a admitir que también los entrevistados usaran estrategias para proteger su intimidad y para cerciorarse de nuestra sinceridad.
Soy interrogada varias veces, traductor mediante, acerca de si no prefería asistir a la celebración religiosa de la Generación II y III que era más tarde y en español. Tuve que firmar una ficha para ingresar, escrita en taiwanés, por lo cual desconozco qué avalé. Me ubico en un banco y se acerca un señor para indicarme que debo sentarme en el mismo banco donde estaba la madre de I (mi principal informante). Más tarde se designa a un joven de la generación II para que tradujera el mensaje de los pastores. Hacia el final del evento se pide un aplauso para esta visita y se anuncia que soy “alguien interesado en incorporarse al culto”. Me siento mal por la percepción que hicieron de mi presencia pero cómo les explico en ese momento y sin ofenderlos, que ello es erróneo. Prosigo sin rectificarlo pues mi prioridad es poder participar. (Bitácora de investigación, mayo 2009)
La citada autora plantea una interesante pregunta de la que no escapa quien realiza un trabajo de campo ¿Qué hacemos ahí? Permanecer allí fue difícil, inquietante, desconcertante. Nos enfrentó a un encuentro intercultural y dilemas éticos.
El sujeto investigador como herramienta
Cada uno desde el rol que desempeñó en este proyecto puso un cúmulo de pre conceptos propios de las representaciones personales que portaba. Entrar al trabajo de campo supuso largas deliberaciones interiores respecto a ciertas cuestiones: ¿Cómo relacionarse con este grupo? ¿Cómo confiar en la opinión de los actores? ¿Cómo tramitar en uno mismo sus críticas a lo que consideran “lo argentino”? ¿Cómo comprender sus pautas culturales sin que tal comprensión esté influenciada por las propias significaciones? ¿Cómo elaborar los estigmas clásicos de “chino” “argentino”? ¿Cómo proceder sin ser invasivos? ¿Hasta dónde intervenir cuando se produce transferencia con un entrevistado? ¿Hasta dónde hacerse cargo de lo que se generó? ¿Cómo manejar los deseos encontrados (los propios por conocer lo que se juega en estos procesos y los de los entrevistados por saber sobre los suyos)? ¿Cómo superar las “desconfianzas reciprocas”?
Hoy fue un día difícil ya que me invitaron a almorzar, después del culto en el salón mayor y, amén de tener yo un “paladar complicado” (me gusta poco lo salado), me vi enfrentada a un tazón lleno de una mezcla de verduras y algo que no terminé de identificar qué era. Un joven me alerta que hay dos opciones, la tradicional y la “argentinizada” y él ya supone que yo deseo la segunda, pero…ya no había (muy significativo). Se complica el panorama. Me siento con I. y su madre. Intento comenzar el rito y advierto que tengo palitos (cuyo uso desconozco). Enseguida I. reacciona, sin que medie palabra, y me consigue un tenedor. Cada vez que lo introduzco en el tazón tiemblo de lo que puede salir. Igualmente me esfuerzo por mostrar satisfacción ya que “siento” las miradas atentas y nada simpáticas del resto de los comensales. Busco en la mesa alguna bebida y no hay. En ese momento daría la vida por un vaso de agua. En una mesa contigua, veo a un niño con una Sprite. Me doy vuelta y en una esquina hay un kiosco con un cartel grande de Coca Cola. Lo pensé, pero ahí estaba yo jugando el rol de investigadora y no podía mostrar desprecio a quienes más allá de su deseo al contrario, me habían invitado a participar y porque “percibo” que de alguna manera estoy representando a “los argentino”, de quienes ellos tienen el concepto que nos burlamos de sus costumbres. (Bitácora de investigación, abril de 2009)
Esta experiencia conmovió la posición y las emociones de la investigadora reforzando la hipótesis de que el investigador es el instrumento principal del estudio, porque está implicado con todas sus emociones.
Añade Anna Aromí (2005 pp. 132), que no se trata de una relación especular sino de respetar al Otro[6], en su diferencia, en lo que es incomparable.
Fecundiza estas ideas, Rossana Reguillo Cruz (2004) al resaltar las apuestas arriesgadas que se dan en un trabajo de campo:
“Es un proceso que construimos en diálogo con los actores sociales y que está sometido, no solo a los avatares del contexto propio de una investigación, sino también a los propios movimientos telúricos del investigador. Entonces al hacerse cargo de la cuestión de nuestros propios miedos, de nuestras propias prevenciones, hacernos cargo de aquello que no se puede calcular, de todo ese excedente de sentido que siempre impregna un proceso investigativo. El truco consiste en la honestidad de reconocer esas cuestiones y tratarlas no como un elemento que hay que ocultar debajo de la alfombra para que no se vea y para que todo parezca muy limpio, sino al contrario mostrarlo como parte de la misma aventura intelectual de la investigación.”
Se trataría de capitalizar las emociones a manera de “ocasiones de explorar lo que esta velado de la esencia del problema y recordar la función de la pregunta para sostener la apertura del deseo[7]” dirá Ana Aromí. (2005 pp. 122)
La habilidad de preguntar tuvo su correlato en la capacidad de escucha de quien entrevistaba. Realizar ese silencio interior que permitiese captar lo que dicen los sujetos, capturar lo que se escondía entre las palabras e incluso lo que no se decía; suspender el juicio de valor; evitar los consejos, la dedicación a las preguntas más que a la información recibida, fue algo que se fue suscitando en la “arena de la investigación”. Anna Aromí (2005 pp. 129) nos facilita desde el psicoanálisis, una concepción de la escucha en cuanto a estar advertidos de un riesgo no siempre tenido en cuenta por el investigador. Según esta autora “nunca se sabe lo que se quiere decir hasta que el otro no lo sanciona con su escucha” Es decir, el que maneja lo que se dice es el que escucha. Lacan (1954 pp. 567) lo llamó “el poder discrecional del oyente”, que resuena para nosotros como el poder discrecional que debe aplicar con recaudos quien realiza este tipo de trabajo.
Mirar y ser mirado pone en tapete cuestiones éticas, cuando en el investigador puede surgir una suerte de identificación con el entrevistado que ratifica algo de su propia persona, de su biografía; o cuando en el entrevistado puede suceder que sienta este acto a modo de una interpelación de su propia subjetividad, que pueda detonar la angustia del “¿Quién soy?”, “¿De dónde vengo?” o la confrontación con imágenes ideales (en este caso “lo occidental”).
Nuestra preocupación fue gestar un lazo transferencial positivo que actuase en el entrevistado a modo de motor de búsqueda del universo simbólico de su infancia, con énfasis en la relaciones parentales como necesidades propias del análisis transgeneracional que nos proponíamos de metodología.
Alicia Azubel (2008 pp. 8) agregará que “es en esta actualización de la trama inconsciente de la infancia, en ese aquí y ahora de la transferencia con el analista (en este caso el investigador) se ofrece como una oportunidad privilegiada de operar sobre una dimensión inconsciente (aún cuando disociada y desplazada) y de poderosos efectos sobre la posición subjetiva actual del analizante” (el entrevistado).
El lazo transferencial sólo fue posible construir en la medida que los entrevistados daban su consentimiento para que algún diálogo se establezca (Perla Zelmanovich, 2008; Susana Brignoni 2008).
Durante la etapa de exploración se produjo una suerte de transferencia entre la “interlocutora principal” y la investigadora. Octave Mannoni (1967 pp.114) propone no pensarlo como “un amor desubicado” sino más bien soporte de nuestras comunicaciones, procurando desde respuestas del plano real que no se constituyera en impedimento de las mismas y, asumiendo que no se trataba de rasgos concretos de la investigadora sino del personaje interno de la joven con el cual aquellos guardaban un punto de semejanza. Un creer que la investigadora era lo que ella no es, en particular cuando está representando a ese Otro que no me termina de aceptar.
De pronto nos encontramos inmersos en la comunidad taiwanesa en espacios como las ceremonias religiosas, los almuerzos y la escuela y, de forma inevitable somos partícipes y nuestro comportamiento provoca comentarios y suspicacias.
El lugar de la palabra
Para producir un marco de intercambios, se requería siempre de un destinatario que pudiera escuchar la pregunta.
Esta fue una entrevista muy interesante dado que estaba ante una situación muy particular, escuchando a dos personas interactuar en un idioma absolutamente incomprensible para mí y sentirme la tercera excluida. (De la bitácora de investigación, febrero 2009)
La entrevista colectiva a los docentes de la escuela china me exigió un gran esfuerzo ya que se producían intervenciones cruzadas, en un español precario, chino, chino traducido, réplicas y discrepancias. Hubiera necesitado varios micrófonos para captar lo que allí sucedía. (De la bitácora de investigación julio 2009)
La extranjeridad lingüística da otro matiz ya que suma el hecho de que la lengua se constituye en un verdadero obstáculo para construir la confianza. Al operar la traducción siempre hay algo que se escapa, algo que queda fuera, algo que no es traducible. Tal vez se da una “traición” que tendría lugar en el intento de traducir un término de una lengua a otra. Ergo, haciendo presente los cuestionamientos de Laura Kiel y Perla Zelmanovich (2008) ¿cómo acortar la distancia entre lo que decimos y lo que “somos dichos”? ¿Somos dichos en lo que decimos?
Jorge Larrosa (2002 pp. 36) pondera esta tesis: “dar una palabra que no será nuestra palabra ni la continuación de nuestra palabra. O dar un pensamiento que no será nuestro pensamiento ni la continuación de nuestro pensamiento porque será el pensamiento del Otro”.
“Llego a la escuela, puntualmente a la hora que me había sugerido la Directora cuando pautamos el domingo pasado, durante el almuerzo, esta entrevista y habiendo cumplido con la condición de entregar impresa la preguntas una semana antes, Me indica que debo esperar, y así va posponiendo, alegando múltiples excusas. Mientras, recorro las instalaciones. Me acerco a los jóvenes que están trabajando en caligrafía, bordados y miro al patio donde practican fútbol. Me aproximo al quiosco (al que considero el sector occidental ya que vende golosinas y bebidas que no son propias de sus hábitos alimentarios y sus clientes son los alumnos). Intento hablar con unas señoras que están sentadas sobre un tablón al lado del kiosco pero su reacción es levantarse. En ese momento me doy cuenta de que estoy traspasando el “espacio autorizado”, que mis desplazamientos bien pueden ser vistos de modo invasivos. Vuelvo al hall de entrada. No me pasa inadvertido que en todo este tiempo, el que llaman “principal” (un miembro representativo de la comunidad que supervisa el edificio) pasa con recurrencia observándome. Eso me pone incomoda. Esa actitud se repite durante la entrevista en la sala de profesores. No sólo permanece atento sino que además les da cada tanto, indicaciones a mis entrevistados. Ya puestos en la sala de docentes, la Directora le pide ayuda a un asistente para que oficie de traductor, porque ella “no habla nada de español” (que es en realidad un participante más ya que además de traducir, hace sus acotaciones). Antes de iniciar me acerca las respuestas escritas en chino. Las escucha y al mismo tiempo voy intercalando algunas preguntas de clarificación y allí es cuando ella empieza a responderlas en castellano. Luego se incorporan dos maestras, sólo una de ellas se involucra en la conversación. La otra acota. Para ese momento todos hablamos la misma lengua: el español. Cuando suena la campana señalando el final de la jornada, hay un acto de cierre pero no se me permite asistir. Sólo atisbo por una rendija de la puerta que los alumnos están acomodando las sillas y mesas que utilizaron. Al regresar la Directora permanece de pie sugiriéndome que me retire Lo hago con el peso de una gran desconfianza y la sensación de que para todos fue un momento poco grato. (Bitácora de investigación, junio 2009)
Para el investigador la realidad no está dada sino que se reconstruye a partir de una invención metodológica Erving Goffman (1981 pp. 246) revela el hecho de que elaboramos versiones, tanto para nosotros como para los otros en un proceso que tiene diferentes consecuencias según los mecanismos discursivos interpuestos entre nosotros y los interlocutores. Ello daría lugar a proyecciones, recuerdos en una búsqueda de puntos de apoyo para hacer factible el dialogo.
Las opiniones de los sujetos pueden no reflejar la realidad. Se relevó su percepción considerando que ninguna palabra pueda desestimarse porque está hablando de las representaciones de los actores. Coincidimos con lo que sostiene Inés Dussel (2007 pp. 24) respecto a que en las Ciencias Sociales importa tanto lo que sucede en efecto al igual de lo que la gente cree que sucede, porque en esa construcción de sentido sobre la experiencia es donde se definen horizontes, se organizan estrategias y se asigna valor a las cosas.
Es a partir de estas premisas que tomamos una serie de precauciones que garantizaran palabras cuidadas y discrecionalidad ya que hay una “intromisión” en la vida de las personas investigadas, clarificando desde el comienzo cómo pueden hacer uso de su libertad para no contestar aquello que no deseen.
Desde este enmarcamiento ético se decidieron las estrategias seguidas que permitieran tolerar malentendidos y enigmas, aceptando la incertidumbre, las inconsistencias, las contradicciones y las superposiciones en la expresión verbal. Ya Bernard Lahire (2004 pp. 137-155) tranquiliza esta inquietud cuando plantea las pocas probabilidades de encontrarnos con sujetos consistentes y homogéneos en su habla durante un proyecto de investigación.
La consigna fue mantenerse abiertos hacia otras vetas y dejarse sorprender por lo que iba sucediendo.
Para concluir hacemos nuestras las palabras de Richard Sennett (2012):
“En la dialógica, los individuos no se adaptan perfectamente entre sí como piezas de un rompecabezas, pero de sus intercambios pueden obtener al mismo tiempo conocimiento y placer. El “tal vez” facilita la cooperación en la conversación. El arte de conversar es la capacidad de ser un buen oyente, es decir, conversar es prestar atención tanto lo que el interlocutor declara como a lo que da por supuesto”
[1] Durante este escrito usaremos en algunas ocasiones la expresión “chinos”, junto a “taiwanés”. Cabe aclarar que Taiwán corresponde a la parte insular junto a la China continental, de ahí que los mismos taiwaneses se refieran a sí mismos como Chinos a pesar de las grandes tensiones geopolíticas que viven entre ambas regiones
[2] Según Isidoro Berenstein (2000) es la cadena de transmisión de significaciones que se lega de generación en generación y que abarca ideales, mitos, modelos identificatorios y enunciados discursivos que involucran lo dicho pero también lo que se omite por efecto de represión, de manera que tales enunciados adquieren la fuerza de mandatos cuya determinación es inconsciente. Lo inconsciente aspira a irrumpir y por lo tanto guarda una eficacia potencial a través de la transmisión generacional.
[3] El concepto de interculturalidad que se aplica en esta investigación está centrado en el contacto y la interacción, la mutua influencia, el sincretismo, el mestizaje cultural, la hibridación, es decir, en los procesos de interacción sociocultural cada vez más intensos y variados en el contexto de la globalización económica, política, cultural e ideológica.(Regillo Cruz 2000, García Canclini 1999, Grimsom 2001, Guiddens 1999)
[4] Se trata de seguir aquellas pesquisas que el investigador deja de lado por considerar detalles aparentemente desdeñables, insignificantes o inapreciables y que sin embargo podrían revelarle fenómenos profundos de notable amplitud, echar nueva luz o suscitar nuevas preguntas
[5] Son nombres ficticios
[6] Se aclara que durante que el sustantivo “Otro” está escrito con mayúsculas según lo propone Lacan ya que escrito con mayúscula define al Otro de la cultura, que se encarna en los otros con minúscula, los sujetos con los que cada uno se topa, como pueden ser los padres o los docentes con quienes el sujeto se confronta. El lugar del Otro es el lugar donde se constituye el sujeto en una trama social y cultural más amplia. (Roudinesco y Le Plon 1997)
[7] De acuerdo al diccionario de Roudinesco y Plon (1997) el deseo designa una tendencia, anhelo, necesidad, avidez, apetito, es decir toda forma de movimiento en dirección a un objeto. Para Freud: es a la vez la tendencia y la realización de la tendencia. Es la realización de un anhelo o voto inconsciente. Está ligado a huellas mnémicas, a recuerdos. Para Lacan el deseo es el deseo de un deseo.
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