Publicado en Proceso por Pedro Zamora Briseño
1 de junio de 2014
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- A más de un mes del inicio del ayuno colectivo, existe incertidumbre en torno a la posibilidad de la instalación de una mesa de diálogo
- La huelga no han logrado mover las conciencias del rector y del gobernador, “son irresponsables, están exhibiendo de qué están hechos y a quién sirven”
- La Secretaría de Gobernación (Segob) asumió apenas el viernes 30 de mayo su papel de mediadora
COLIMA, Col. (proceso.com.mx).- Treinta y tres días después del inicio de la huelga de hambre, los siete catedráticos de la Universidad de Colima instalados afuera del Palacio de Gobierno resienten ya en sus cuerpos los estragos derivados de la falta de alimentos.
La noche del sábado 31, Javier Herrera Báez, profesor investigador de la Facultad de Ingeniería Mecánica y Eléctrica —uno de los ayunantes—, sufrió una crisis de desorientación, confusión mental y baja de la presión, por lo que fue trasladado en una ambulancia de la Cruz Roja a la Clínica 1 del Seguro Social, donde permaneció hospitalizado tres horas.
Un día antes, como consecuencia de una situación similar, su compañero José Miguel Rodríguez Reyes, profesor investigador de la Facultad de Lenguas Extranjeras, se extravió en las calles del primer cuadro de la ciudad y fue encontrado cinco horas después durmiendo en una banca de un jardín público.
Los demás huelguistas de hambre —Leonardo César Gutiérrez Chávez, José de Jesús Lara Chávez, Pedro Vidrio Pulido, Herminio López Ramírez y J. Jesús Ponce Ochoa— refieren que en las últimas dos semanas han padecido con frecuencia alteraciones en la presión, baja en la glucosa, palpitaciones cardiacas, dolores de cabeza, insuficiencia respiratoria, vértigo, calambres, somnolencia, mareos o dolores musculares.
El médico Roberto Pérez Valenzuela, quien revisa diariamente el estado de salud de los catedráticos universitarios, advierte en entrevista que urge la solución del conflicto para que éstos puedan levantar su acto de protesta y se eviten daños irreversibles en su organismo.
La huelga de hambre fue iniciada el 29 de abril, con las demandas de transparencia y respeto a la legalidad en el manejo de los recursos del Fondo Social de Apoyo al Pensionado (Fosap), así como el cese de la intromisión en la vida sindical, pues en marzo anterior, justo cuando arreciaban las protestas de los trabajadores, Gutiérrez Chávez fue destituido de la dirigencia del Sindicato Único de Trabajadores de la Universidad de Colima (SUTUC) por presuntas presiones de la Rectoría, con el aval de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje.
A más de un mes del inicio del ayuno colectivo, sin embargo, todavía existe incertidumbre en torno a la posibilidad de la instalación de una mesa de diálogo.
La Secretaría de Gobernación (Segob) asumió apenas el viernes 30 de mayo su papel de mediadora, a través de una reunión inicial del delegado de la dependencia, Víctor Manuel Gandarilla Carrasco, con dos representantes del Comité de Huelga, con el propósito de reunirse posteriormente con el rector de la Universidad de Colima, José Eduardo Hernández Nava, y el gobernador, Mario Anguiano Moreno, para tratar de convenir un encuentro entre las partes.
Ese mismo día, bajo un fuerte operativo de la Policía Estatal que cerró las calles aledañas al campus central, se realizó a puerta cerrada una sesión extraordinaria del Consejo Universitario en la que el rector Hernández Nava obtuvo, por mayoría y sin discusión, el aval a su postura de no dialogar directamente con los manifestantes, sino a través de la vía escrita.
Leonardo Gutiérrez comenta que él decidió declararse en huelga de hambre para tratar de mover las conciencias del rector y del gobernador, pero “hasta ahorita parece que ellos no están considerando esto; son indolentes, son irresponsables, están exhibiendo de qué están hechos y a quién sirven”.
Señala que por la actitud de indiferencia que han mostrado ante el conflicto, el rector y el gobernador serán los responsables de los daños que puedan sufrir los huelguistas en su salud.
El alargamiento del conflicto es atribuido por el médico Roberto Pérez Valenzuela al hecho de que las autoridades a través de algunos medios locales “promovieron la versión de que se trata de una huelga de hambre ‘sin hambre’, se creyeron su propia mentira y entonces dejaron a la indolencia la solución del problema, por esto se ha prolongado tanto, creo”.
Pérez Valenzuela, quien es jubilado de la Universidad de Colima, explica que a lo largo del ayuno de los catedráticos, él ha enfocado su labor a controlarles el equilibrio hidroelectrolítico y la glucosa.
“Lo hacemos básicamente con sueros orales, agua natural, limón, agua de coco y tuba simple (néctar extraído de las palmeras); eso es todo lo que ellos ingieren para el equilibrio hidroelectrolítico, y en el caso de la glucosa estamos administrándoles miel, que puede ir en la misma agua de limón, en los sueros orales o en el agua.
“Estamos intentando que sobrevivan y que resistan para que puedan triunfar en sus demandas, porque a final de cuentas el deterioro que se produce rápidamente en los huelguistas de hambre viene del desequilibrio electrolítico y la baja de glucosa, cuando esta última llega a cincuenta o cuarenta, el individuo puede convulsionar por hipoglucemia y nosotros realmente no queremos ver así a estos cerebros que son muy valiosos para la universidad y para el estado”.
El hecho de que a más de un mes del inicio del ayuno los académicos universitarios no hayan sufrido un deterioro similar al de otras personas en huelga de hambre, dice Roberto Pérez, “ha servido para tratar de denostarlos, decir que esto es una farsa y una simulación, pero ellos no han comido alimentos en el tiempo que llevan aquí, y precisamente por la falta de consumo de proteínas, grasas y aminoácidos ya empezaron a aparecer en ellos diversas molestias y signos importantes de debilidad”.
A lo largo del movimiento, tres de los huelguistas han seguido cumpliendo con sus clases y labores de investigación en la universidad. José de Jesús Lara Chávez, en el Centro Universitario de Investigaciones Biomédicas; José Miguel Rodríguez Reyes, en la Facultad de Lenguas Extranjeras, y Pedro Vidrio Pulido en la FIME. Este último, debido al agotamiento, en los últimos días ha citado a sus alumnos para impartirles las clases en el kiosco del jardín Libertad, y el segundo solicitó al final un permiso sin goce de sueldo, pero ante la falta de respuesta siguió asistiendo.
Leticia Villarreal Caballero, integrante del Comité de Apoyo a los Universitarios en Huelga de Hambre, informa que en el caso de Javier Herrera Báez, de 57 años de edad, el IMSS diagnosticó un cuadro de deshidratación, por lo que le suministró suero y le estabilizó la presión, pero Pérez Valenzuela considera que faltó un estudio a fondo en el que se le realizara un análisis de los electrolitos séricos y del funcionamiento hepático.
“Javier Herrera —dice el médico— ya me había comentado antes que tenía ciertas alteraciones: de repente no recordaba si lo que se le preguntaba lo había hecho ese día o en días anteriores, además estaba sintiéndose mareado y empezó a entrar en confusión; cuando me llamaron en la noche del sábado él ya no sabía ni dónde estaba ni qué estaba haciendo”.
Villarreal Caballero denunció que mientras Herrera Báez se encontraba postrado en una camilla en el área de urgencias del IMSS, llegó a tomar fotografías Gerardo Hernández Chacón, asesor del rector y director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, quien se burló del huelguista con expresiones como “míralo, pobrecito”.
Después de que fue dado de alta, en las primeras horas de la madrugada de este domingo, Javier Herrera fue trasladado a su domicilio para reposar bajo el cuidado de su hija, aunque no se ha informado si continuará la huelga de hambre.
El jueves 29, en entrevista con el corresponsal, Herrera Báez, quien como consecuencia de la huelga ha perdido 10.7 kilos de peso, dijo que desde el tercer día de la huelga sufrió un fuerte dolor de cabeza, pero lo resolvió con reposo y muchos líquidos. En los últimos días estaba sufriendo mareos. “Cuando me agacho y me levanto tengo que medio cerrar los ojos y agarrarme de algo para no caer. Mi movilidad ya es diferente, más lenta. Cuando me voy a bañar siento como somnolencia”.
De acuerdo con los registro de Roberto Pérez Valenzuela, el huelguista que sufrió mayor pérdida de peso al cumplir el mes en ayuno es José Miguel Rodríguez Reyes, con una baja de 12.2 kilos. Después del episodio de desorientación y confusión mental que se le presentó el viernes pasado, el catedrático de 38 años de edad recibió la recomendación médica de descansar en su domicilio, aunque seguía desde ahí la huelga de hambre.
Desde diez días antes, Rodríguez Reyes había experimentado un aumento de los malestares. “Tengo dolor en mis pantorrillas, siento que me agito al caminar una cuadra a paso normal, he tenido recaídas de ánimo muy fuertes, escucho zumbidos y siento arritmia; ha pasado que me despierto en las noches con pánico; una mañana mientras estaba en la clase sentí que me moría y dejé salir a los alumnos 15 minutos antes”.
Leonardo Gutiérrez, de 51 años, quien según el médico ha perdido 8.9 kilos, dice que entre las principales consecuencias del ayuno ha sufrido bajas de la glucosa y altas de la presión que han colocado en gran riesgo su salud. “Yo me siento bien, pero sabemos que la alta presión es el asesino silencioso, sin embargo he tratado de seguir el consejo del médico. No descarto un derrame cerebral, un infarto, estoy consciente de eso y no le temo a la muerte, creo que en eso estoy psicológicamente bien preparado, lo único en lo que sí pienso es en el efecto que puede tener en la familia, que sería obviamente de mucho dolor, pero lo hago con mucha entereza, con toda la dignidad”.
Como parte de las presiones para minar el movimiento, refiere, “se han atrevido a llamarle a mi mamá, de 82 años, y decirle que yo ya estoy muy enfermo, que ya me reventaron los oídos, que tengo hemorragias, que estoy aventando sangre por la nariz y por la boca, eso es una perversidad, pero es el nivel real de este tipo de gente que está dirigiendo la universidad y al gobierno del estado”.
Desde diciembre pasado, al ver que no había solución en el asunto del Fosap, el profesor J. Jesús Ponce Ochoa, de 55 años de edad, estaba dispuesto a colocarse en huelga de hambre en su centro de trabajo, pero en ese momento no lo hizo.
Pese a sus problemas de hipertensión, dice que hasta ahora no ha tenido mayores crisis en su salud, que en su mayoría han sido mareos, aunque hace unos días sintió una especie de vértigo y bloqueo en el cerebro que estuvo a punto de desplomarse.
“Estamos bien atendidos, asesorados con nuestro médico de cabecera, Roberto Pérez Valenzuela, que no nos deja ni a sol ni a sombra, checándonos todo: el peso, la glucosa, la presión arterial”.
A sus 35 años de edad, Pedro Vidrio Pulido es el más joven de los huelguistas y de acuerdo con los registros médicos ha perdido 9.7 kilos. Comenta que a partir del 23 de mayo empezó a resentir los estragos del ayuno. Un día sintió que le faltaba el aire y estuvo a punto de desvanecerse en el banco mientras hacía fila para cobrar un cheque. De regreso al campamento, mientras le tomaban los signos vitales tenía fuertes palpitaciones en el pecho. Posteriormente le ocurrió algo similar en una ida a la farmacia. El domingo 25 sintió lo mismo en una conferencia de prensa. “Ese día por la tarde el médico me dio una pastilla que era cloruro de potasio, me la tomé y con eso me controlé”. Desde entonces ya no se retira del campamento.
Herminio López Ramírez, de 71 años, es el ayunante de mayor edad y ha perdido 7 kilos de peso. Refiere que no ha tenido muchos problemas de salud aunque “hay ratos en que se siente uno un tanto mareado, sería necio no reconocerlo, pero hasta ahí, gracias a los cuidados que tienen todas las personas, especialmente nuestro doctor, que nos ha llevado de tal manera que no suframos tanto estos bajones de nuestras reservas”.
La situación, dice, “no nos arredra, tenemos la seguridad de que estamos haciendo las cosas bien en beneficio de la sociedad, y si mañana o pasado se da algún desenlace no deseado, pues ni modo, es el riesgo que asumimos y con mucho gusto”.
José de Jesús Lara Chávez, de 57 años de edad, ha perdido 9 kilos 300 gramos de peso. Cuenta que la huelga le ha traído un deterioro físico. “Me siento fatigado, con dolores musculares y articulares, por un lado, pero por el otro está el aspecto familiar que por supuesto me ha afectado, porque la familia se preocupa por uno, pero en lo emocional me siento bien, más convencido para seguir luchando y creo que en el último arranque no nos podemos hacer para atrás, sino continuar ahora con mayor convicción”.
Señala que le ha bajado la presión, la glucosa y a veces siente palpitaciones cardiacas. “Cuando me siento mal me acuesto y trato de ahorrar energía, porque cada vez me cuesta más trabajo caminar, me cuesta trabajo también levantarme después de estar un rato sentado”.
A quienes han puesto en duda la autenticidad de la huelga de hambre, dice Lara Chávez, “yo los invitaría a permanecer aquí aunque sea nomás 24 horas y todavía les doy el lujo para que se tomen un tiempo apropiado para que desayunen, coman y cenen ellos, pero si son valientes que aguanten 24 horas sin comer”.
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