Movimientos Democráticos en la UNAM IV (1972-1980).

El Autogobierno de la Escuela Nacional de Arquitectura (Segunda Parte) 

Alfredo Macías Narro

Abril 2010

El Autogobierno fue una experiencia académico-política-administrativa que logró, por méritos propios y pese al constante e indiscriminado bloqueo por parte de las autoridades, demostrar que sí era posible la renovación y actualización de los esquemas didácticos universitarios, al contemplar una enseñanza aprendizaje totalizadora de los conocimientos, considerando la praxis y la autogestión, como elementos fundamentales de la misma.

De acuerdo con la visión política y la postura académica del Mtro. Alberto Híjar Serrano, la definición del Autogobierno, propiamente como tal, la dio la línea anarquista del joven profesor Germinal Pérez Plaja, cuando advirtió la insuficiencia de “tomar” la dirección de la escuela, porque de lo que se trataba era de tomar el poder. Revueltas, por su parte, llamaba a no confundir esto con el Autogobierno pero, en la práctica,

“… la línea principal de reivindicar la PRAXIS como adopción de problemas reales para su solución urbana y arquitectónica, significa una educación como la soñada por Revueltas que exigió una especie de federación colegiada de talleres a la manera de cómo serían los poderes de un gobierno anarquista”.[1]

El Autogobierno resultó en una forma de autogestión, que alcanzó resonancia internacional, sobre todo por los premios concedidos por la Unión Internacional de Arquitectos. El llamado del Che Guevara, al clausurar el encuentro de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) en La Habana en 1964, arraigó en el Autogobierno el proceso de apropiación de las técnicas en beneficio de las necesidades populares; (De aquí nació la fraterna relación con Fernando Salinas y Roberto Segre, los dos grandes impulsores en Cuba de la visión de crear una arquitectura para el tercer mundo).

Se trataba, en esencia, de determinar una concepción educativa que abandonase las prácticas educativas y profesionales, de carácter retórico y academicista, para transformarse en una educación generadora de conciencia, en los alumnos y entre los docentes, que fuese renovadora, racional y dinámica en sí misma, dotada de un sentido de historicidad y con visión de futuro.

De acuerdo con lo anterior, se realizaron agudos pronunciamientos de orden académico-pedagógico, con gran significado político de muchos otros destacados profesores de la ENA-AUTOGOBIERNO, por ejemplo:

“… tomar la realidad socio-económica como una cuestión objetiva con un carácter dinámico y que esto nos sirva como punto de partida para la objetivación de la enseñanza y para poder plantear programas teórico-prácticos, de cuyos resultados pueda obtenerse un egresado en condiciones óptimas de profesionalidad, capaz de desarrollar con vigor las funciones del arquitecto; del mismo modo se podría prever en aquél punto de partida los posibles cambios dentro de esa realidad, como resultado de la actuación de los sujetos egresados del mecanismo de enseñanza”.[2]

Al decir de Alberto Híjar Serrano:

“El poder de subsunción del capitalismo, la incapacidad para generar relevos en los mandos, la comodidad acrítica del posmodernismo, la privatización furtiva y abierta de la educación superior, obstaculiza la continuidad de la dialéctica práctica entre autonomía, autogestión y autogobierno. Pero no la invalida,  sino todo lo contrario”.[3]

Encarar, por parte del estudiante, esta nueva visión autogestiva de su proceso de formación, como arquitecto y como persona, conciente, libre y crítica de su tiempo y de sus circunstancias le lleva, de entrada, a abandonar la calidad de receptor pasivo en el acto de la enseñanza-aprendizaje y adentrarse en la integración de un nuevo papel activo, apoderándose del campo de las decisiones que le corresponde; entre las primeras decisiones cruciales, estaba el apostar por la opción que se configuraba en el Autogobierno, pese a la represión y el hostigamiento de los profesores reaccionarios que, obviamente, no compartían el proceso puesto en marcha.[4]

La división entre esta visión política, educativa y administrativa y la postura educativa tradicional,  se dio desde ese primer momento, para no abandonarlo jamás. La parte “oficial”, es decir, la representación de la dirección de la ENA, inició un tan lastimero, como inútil periplo extra-muros, que se prolongaría por meses.

Los que nos quedamos, empezamos la ardua tarea de buscar un real significado a nuestra formación profesional. Planteado el marco teórico en el que se aventura el entonces joven movimiento autogobiernista, se enfocaron los esfuerzos a la búsqueda de temas reales, que nos permitieran vincularnos con obreros, campesinos, colonos, barrios marginales y, en general, con las clases explotadas del país, de tal manera de comenzar a implantar esta nueva manera de abordar la enseñanza-aprendizaje de la arquitectura, en concordancia con los Seis Objetivos planteados.

En este tenor, hasta el mes de septiembre de 1973, las opciones encontradas de vinculación popular ofrecían al Autogobierno (salvo alguna excepción, como la extraordinaria integración lograda por los compañeros del Taller 2, con los colonos del barrio marginal, denominado “Campamento 2 de octubre”, en el perímetro de la delegación Iztacalco, D. F. y que fue definitorio del trazo urbano actual del mismo, hoy oficialmente llamada colonia Benito Juárez.) pocas posibilidades reales de concreción.

 


[1] Híjar Serrano, Alberto. Op. Cit.

[2] González Lobo, Carlos: En “Integración de la Enseñanza a la Realidad”. Conferencia dictada en octubre de 1968; ENA-UNAM.

[3] Op. Cit.

[4] N. del A. (Yo mismo me encontraba en esa situación, como estudiante de recién ingreso en ese 1972).

 

 


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