La Escuela Nacional de Antropología e Historia y
El Centro Libre de Experimentación Teatral (CLETA).
Alfredo Macías Narro
Marzo del 2010.
Las propuestas de vinculación autogestionaria con las clases populares, se multiplicaban y florecían aunque con fortuna dispar, en diversas partes de la república mexicana. Dice Alberto Híjar Serrano:
“Otros proyectos autogestivos influyeron pero no cuajaron en Odontología, Trabajo Social, Psicología, Economía y sobre todo en Ciencias donde los hermanos Cocho Gil presumían de tener el poder sin tanto cuento administrativo. Los setenta fueron años de Universidad-pueblo, crítica científica y popular en Sinaloa, Guerrero, Sonora, Nuevo León, Puebla, Oaxaca donde todavía (2008) el rector es electo con voto directo libre y secreto.
En la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la autogestión tuvo una clara orientación teórico-práctica ante la demagogia populista en que había degenerado el indigenismo culminado en el gobierno de Lázaro Cárdenas. El INAH y el Instituto Nacional Indigenista, el Banco Ejidal y el Instituto Mexicano del Café y el de la Caña de Azúcar, eran instituciones donde la corrupción y la demagogia ejercían la explotación extrema de los campesinos todo con un discurso de exaltación demagógica de “nuestras raíces indígenas”.
El economista Mauricio Campillo y otra vez yo, contribuimos a consolidar una línea de actualización de la antropología con las ciencias sociales. La revolución teórica proclamada por Louis Althusser y sus antecedentes en la obra crítica de Georg Lukács, Lucien Goldman y Gunder Franck, llenaron el único salón grande de la Escuela en el primer piso del Museo de Antropología de Chapultepec, de estudiantes ansiosos de incorporarse a lo que el grupo de los llamados “Siete Sabios” decidieron llamar Antropología Social lo cual parecía una redundancia pero marcó con claridad la emergencia de una nueva antropología en otros países latinoamericanos con luchas, por ejemplo, contra el Instituto Lingüístico de Verano que a la par que traducía la Biblia a las lenguas nativas, esterilizaba mujeres y rompía lazos comunitarios con intrusión de la CIA y sus planes contrainsurgentes”.
Paradigma de vinculación y concientización política con las comunidades más pobres, a través del quehacer artístico, lo representa el CLETA, (hoy Organización Política y Cultural – CLETA), cuya evolución a través de más de tres décadas de lucha social, es notable. Su origen, se remonta al 21 de enero de 1973, cuando estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM tomaron el “Foro Isabelino”, ubicado en la Calle de Sullivan. Pocos después, emiten una vibrante convocatoria a fundar el Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística. Algunos de sus cofundadores, son Luis Cisneros, Enrique Ballestee, Claudio Obregón y Luisa Huerta, entre otros connotados miembros del medio artístico-político.
“En 1974 fue la primera vez que integrantes del CLETA fueron a Guanajuato, y es cuando hacen el primer Cervantino Callejero. En esa primera visita los integrantes del CLETA conocieron todo Guanajuato incluso la cárcel. Pero como dijo alguna vez alguien, “La única lucha que se pierde, es la lucha que se abandona”. Los integrantes del CLETA han sido constantes y no han abandonado la lucha es por ello que han avanzado. A partir de esa primera visita se da toda una lucha para abrir espacios, ir haciendo entender a las autoridades de que es un derecho del pueblo tener sus propias manifestaciones y lugares donde mostrarlas. En este sentido ha sido una lucha muy larga, que tiene sus alti-bajos y ha sido apoyada fundamentalmente por el pueblo de Guanajuato, por sectores de intelectuales, sectores de artistas. Últimamente, en el Cervantino del 2004 se pusieron a platicar y coordinar con los organizadores del Festival Internacional Cervantino”
“Como en las reuniones pasadas, las participaciones son abiertas y seguramente habrán posturas antagónicas, posiciones críticas. No todas las pláticas serán a favor de la organización ni de sus forjadores, y habrán de mostrarse errores y equivocaciones que se han cometido. Este es uno de los tantos riesgos que se corren al asumir una posición política del trabajo cultural, el riesgo de hacer del arte un modo de lucha y de no ocultarnos en silencios encubridores e hipócritas (…) en realidad, lo que más importa no es esto, sino que permanezca viva una llama de trabajo colectivo, trabajo cultural que asume su papel político.
Porque algo que no necesita adivinación son las contradicciones políticas, económicas y culturales que comenzarán a hacerse sistémicas, comenzarán a implicar a todos, especialmente a los universitarios. En nosotros, en todos, está que la UNAM no caiga en manos de la ultraderecha, que defendamos a la UNAM y hagamos que ésta sea del pueblo, para el pueblo y desde el pueblo. En este sentido, hacer este proceso de reflexión y diálogo de nuestro origen y significado junto con Difusión Cultural de la UNAM, no sólo es un histórico acuerdo de trabajo sino que representa la posibilidad de que juntos, las autoridades y nosotros colaboremos en la construcción de lo que José Revueltas, uno de sus más grandes profesores concibió y defendió: la Universidad como el espacio de autocrítica de la sociedad entera…”
Las escuelas y facultades de Odontología, Psicología, Ciencias trataron en la UNAM de seguir el ejemplo que alcanzó hasta el CCH Oriente y las Universidades de Nuevo León, Sinaloa, Chapingo, la entonces Escuela Narro de Agricultura de La Laguna o las universidades de Oaxaca, Guerrero y Puebla.
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