La resistencia pasa factura a maestros

La resistencia pasa factura a maestros

  • Sufren carencias e incomprensión
  • Ante quejas de capitalinos explican: la lucha no es un capricho

Imagen. Detalle del plantón de docentes en el Zócalo

Foto. Pablo Ramos y La Jornada.

Arturo Jiménez

La Jornada/310813.

Los miles de maestros indignados con la reforma educativa enfrentan cada día, en su plantón en resistencia en el Zócalo capitalino, todas las carencias materiales que impone la precariedad: desde la falta de agua, baños y regaderas hasta las inclemencias de las lluvias y las enfermedades.

Sin embargo, no deja de sorprender su buen ánimo y hasta su capacidad para encarar la difícil situación a golpe de risas, juegos y hasta bromas. Incluso, durante las paradas y plantones, los más jóvenes brincan o juegan, como sucedió ayer en Bucareli, cerca de la Secretaría de Gobernación. ¿Cualidad de la condición sureña? No, porque aparte de Oaxaca o Guerrero también vienen de Puebla o Michoacán.

Destaca su capacidad de organización, movilización, su paciencia y resistencia física, aunque muchos ya han caído presas de males intestinales y respiratorios, como reportan en una de las tres o cuatro carpas de servicios médicos que mantienen entre el laberinto de techos y tiendas.

Si algún homenaje tuvieran que hacer las bases magisteriales, tendría que ser al mecate, al cartón o al plástico, soluciones mágicas para aparecer de la nada, en unos minutos: casas sobre la piedra, baños sobre las coladeras, bodegas para los víveres donados por organizaciones y ciudadanos solidarios, auditorios para las asambleas, clínicas, oficinas, dormitorios y hasta salas de proyección de documentales.

Y con todo lo anterior, inventar también senderos, plazas y laberintos, tortuosos acertijos aun para ellos mismos. Entrar al plantón por Madero, Moneda, Pino Suárez o 20 de Noviembre es ingresar a una pequeña ciudad perdida o a un campo de refugiados.

Pese a ello, el campamento funciona intensa y animadamente desde hace dos semanas, a contracorriente de la escasez y  del amago de las lluvias. Si el aguacero llega de noche, comentan unos mentores de Huetamo, Michoacán, hay que despertar, ponerse de pie o sentarse en el montón de maletas para no mojarse.

Dice (tras un momento de desconfianza) don Carlos, profesor de cuarto año de primaria en Ixhuatán, Oaxaca;

“Vivimos en resistencia y eso implica un sacrificio e incomodidades que estamos dispuestos a seguir soportando”. 

Ello es entendible porque, como comenta Eligio Hernández, integrante de la comisión de prensa y propaganda de la sección sindical 22;

“Se ha detectado a gente extraña que espía las actividades del campamento”.

Incluso, durante la charla con don Carlos, unos vecinos comentaron sobre el robo de sus pertenencias, otro de los riesgos.

Eligio abandona un rato su trabajo frente a una laptop, se talla los ojos y comenta;

“En el campamento hay comisiones de seguridad, higiene, salud, alimentos, volanteo y brigadeo, como las que van a las calles y escuelas a informar sobre el movimiento”.

Maestros de Guerrero explican;

“Esta protesta no es un viaje de placer ni mucho menos un capricho, pues con los planes privatizadores está en riesgo el futuro de la educación pública, laica, gratuita y humanista, así como los derechos laborales logrados a lo largo de la historia mexicana”.

“Mantener una actitud digna tiene su precio, cotizado en incomodidades, riesgos de represión y el enojo de muchos capitalinos, a los que les pedimos disculpas y su comprensión”.

Desde la entrada de la calle Madero parte una especie de zona comercial. Las ventas de los maestros son en realidad muy pocas. La mayoría de mallones, suéteres, cinturones, dominós, lamparitas de mano, refrescos, tortas y demás son ofertados, a todo pulmón, por los ambulantes de siempre, quienes ya han invadido la ciudad de plástico.

Aunque en el área michoacana los maestros han instalado, por ejemplo, un puesto de carnitas y en la oaxaqueña otro de tlayudas, los mentores son, ante todo, compradores de bienes y servicios. Si su grupo no ha organizado una cocina o no los invita algún vecino, tienen que buscar desayunos, comidas y cenas (entre 100 y 120  pesos en total, al día).

El mayor problema es la escasez de sanitarios y baños públicos, en los que siempre hay fila. De los primeros hay varios en los alrededores, como negocio en sí (5 pesos) o en restaurantes, aunque el gobierno capitalino instaló algunos portátiles en la esquina de Moneda.

De los segundos, los más socorridos son los baños Marbella, cerca de la sede de la sección 9, en Belisario Domínguez, donde cobran 45 pesos. Hay familias que les rentan sus regaderas particulares (20-30 pesos) y les sirven desayunos y comidas.

La vida del ‘plantonista’ comienza a las 6 de la mañana y termina pasada la medianoche; al despertar lo primero es ir al baño y asearse, comparte don Carlos bajo un techo de plástico amarrado a la reja oriente de la Catedral, a las 22 horas de una noche lluviosa. En todo el día, agrega, cada docente gasta en promedio unos 150 pesos, que pone de su bolsillo.

Recuerda que el gobernador oaxaqueño Gabino Cué ha dicho que sus pagos, retenidos, serán liberados cuando regresen. Pero otro docente saca la cara de entre los cobertores y aclara:

“Si en el 2006 aguantamos seis meses sin cobrar, ahora también podemos hacerlo”.

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Nota mía: Respetuosamente me permití modificar levemente la estructura de la nota de La Jornada, con la exclusiva finalidad de facilitar su lectura en el formato de Odiseo. Alfredo Macías Narro.


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