La nueva reducción educativa
- Luis Hernandez Navarro. Imagen de archivo.
- Cortesía de La Jornada.
Luis Hernández Navarro
La Jornada/221116.
Con el pretexto de mejorar la educación en el mundo agrario, está en marcha una especie de nueva reducción de indios. De paso, se pretende liquidar una de las más importantes experiencias pedagógicas mexicanas: La escuela rural.
En la Cumbre de la Movilidad Social de este año, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, anunció la nueva barbaridad: Un programa de reconcentración de 100 mil escuelas. Centenares de miles de alumnos de prescolar, primaria y secundaria serán trasladados de sus comunidades para que estudien en centros educativos de organización completa.
Según el secretario Nuño;
“Las escuelas pequeñitas en zonas pobres de gran dispersión geográfica obtienen los peores resultados académicos. Su reconcentración permitirá gastar con más eficiencia y equidad. Los niños serán enviados fuera de sus poblaciones, a escuelas con infraestructura completa y suficientes maestros bien preparados”.
Aunque se presente como una iniciativa en favor de la equidad, la reconcentración escolar es una brutalidad concebida en las oficinas de algún teconoburócrata neoliberal o de organismos como la OCDE. Una acción que provocará enorme malestar, tanto en las familias rurales e indígenas como en el magisterio.
La reconcentración significa el cierre de miles de escuelas construidas, sostenidas y gestionadas por las comunidades, el despido o reubicación de un ejército de maestros y el traslado o internado de centenares de miles de niños y niñas lejos de sus familias. Es, ni más ni menos, la moderna versión educativa de las viejas reducciones de indios.
La palabra reducción viene del latín reducti, que significa llevados. Eso es lo que se va a hacer a los estudiantes de las pequeñas escuelas rurales, muchos de ellos indígenas: llevarlos a las ciudades y establecerlos allí.
Las reducciones de indios fueron reconcentraciones forzadas de la población indígena durante la colonia española, para catequizar y garantizar el pago de tributo a la corona. Fue una herramienta central para extinguir la diversidad cultural y espiritualidad de los pueblos originarios, pero, también, para despojarlos de sus territorios y concentrar su mano de obra.
Esos mismos pueblos sufrieron una nueva reducción, a partir de los años 40 del siglo pasado, ahora en nombre de la integración y el desarrollo. Como documentó ampliamente el recientemente fallecido Rodolfo Stavenhagen, ese desplazamiento forzado de las comunidades indígenas para construir grandes presas y obras de infraestructura tuvo efectos devastadores sobre estos pueblos.
Ahora, sin consultar a los padres de familia ni a los maestros, el secretario Aurelio Nuño quiere cerrar miles de escuelas y trasladar a los estudiantes a centenares de kilómetros de sus familias para que estudien mejor. Una medida que, por principio de cuentas, afecta la economía doméstica. Muchos de esos niños y jóvenes desempañan un papel muy importante en su sostenimiento. Arrancarlos de allí tendrá un costo no menor para ellos y sus familias.
Pero además, con mucha frecuencia, esas escuelas rurales son una conquista de las comunidades. Fueron ellas las que las gestionaron y hasta las construyeron. Son ellas las que le dan a su maestro un lugar donde vivir y la forma de alimentarse. Pretender cerrarlas es una afrenta, un despojo.
Hay, por supuesto, experiencias de reconcentración exitosa de alumnos. Es el caso de las normales rurales con sus internados y de algunas preparatorias. Pero una cosa es salir de las comunidades como joven para cursar estudios superiores y otra dejar el hogar como niño para asistir a clases de prescolar y primaria.
Los proyectos de la reconcentración estatal de poblaciones campesinas en nuestro país han sido un fracaso. Por ejemplo, las ciudades rurales sustentables en Chiapas, construidas por el gobernador Juan Sabines, fueron un desastre (aunque trajeron grandes ganancias a sus promotores). Edificadas para concentrar localidades dispersas y facilitar la dotación de servicios básicos de calidad y alternativas productivas con empleos dignos y remunerados, hoy son pueblos fantasmas. Sus casas tuvieron servicios unos meses. Al poco tiempo de inauguradas quedaron convertidas en ruinas. Hoy están abandonadas o, en el mejor de los casos, sirven de bodegas.
El mismo saldo puede verse en sus pretensiones de sacar a los campesinos de sus parecelas y mandarlos a las ciudades, como quiso hacerse con la reforma al artículo 27 constitucional. En 1992, fecha de su entrada en vigor, había 28 millones de habitantes en el campo, la misma cifra que existe hoy día, a pesar de la migración.
En lugar de seguir intentado drenar a la población del campo y concentrarla en centros urbanos, los nuevos tecnoburócratas de la SEP deberían retomar la experiencia de la escuela rural mexicana. El maestro Rafael Ramírez, su promotor junto a figuras como Narciso Bassols y Moisés Sáenz, concebía que en la escuela rural los niños se instruyen a partir de su relación con la naturaleza y la sociedad, por medio del trabajo cooperativo práctico.
Es cierto que existe enorme falta de equidad en la educación pública de nuestro país. Se requieren muchos recursos para las escuelas en zonas rurales y para los barrios pobres de las grades ciudades. Hay que mejorar la infraestructura, dotar a los alumnos de uniformes y desayunos, instalar bibliotecas. Allí deben enseñar los mejores maestros, no jóvenes haciendo prácticas. Se necesitan materiales escolares en lenguas indígenas.
Sin embargo, la vía para combatir esta desigualdad no es fundar aldeas estratégicas escolares, como si fueran parte de un proyecto de contrainsurgencia pedagógica para sacar del agua al pez de la resistencia indígena y magisterial. Es falso que la reconcentración escolar anunciada por la SEP vaya a servir para mejorar la educación rural.
En los hechos, la reducción escolar va a despojar a la educación rural de su elemento más vital: la cercanía de las comunidades donde se imparte. De paso va a levantar una ola de inconformidad social de pronóstico reservado. El secretario Aurelio Nuño haría bien en ver la película ‘La Misión’, para vislumbrar lo que está provocando.
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Nota mía: Respetuosamente me permití modificar levemente la estructura del artículo de Luis Hernández Navarro, con la exclusiva finalidad de facilitar su lectura en el formato de Odiseo. Alfredo Macías Narro.
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