Alfredo Macías Narro.
Octubre 18 del 2005.
La fenomenología que conforma y rodea el proceso educativo, está compuesta por relaciones de índole social que van mucho más lejos que la sola relación entre institución-profesor-alumno y obliga a entender a aquél de una manera más extensa, profunda y abarcante que como se le concibe actualmente.
No puede suponerse a la escuela como una isla, en la que se desarrolla una suerte de “Sociología Ficción” entre el profesor y el alumno, ni puede plantearse que solamente el aula (o el laboratorio, o el taller) funcione como el escenario único e idóneo para el aprendizaje, con menoscabo de la amplia y variada gama de interrelaciones sociales y políticas que se dan en la realidad cotidiana. Dicho en otros términos, no puede tratar de mantenerse a la escuela al margen y de manera “aséptica” del acontecer de la sociedad y pretender, al mismo tiempo, formar hombres y mujeres libres, críticos y conscientes de su tiempo y de su realidad.
La escuela, por tanto, debe más bien concebirse como un escenario facilitador de las posibilidades, es decir, que sea un espacio múltiple, propiciatorio de la reflexión, la participación y la actitud crítica de nuestra sociedad.
Uno de los avances tecnológicos más espectaculares de nuestra época es, sin lugar a duda, la tecnología de las comunicaciones. Esto vino a revolucionar la velocidad del intercambio de información, dando la razón (finalmente) a Marshall Mc Luhan en su anticipado concepto de la “Aldea global” aunque no gracias a la T.V. (como lo preveía), sino a las “supercarreteras de la información” y las redes mundiales (Internet, por ejemplo). Aunado a lo anterior, las aplicaciones computacionales en el ámbito educativo están teniendo un prodigioso auge y han significado un gran impacto en la construcción y oferta de herramientas para el proceso de transmisión de información, que no del proceso de enseñanza-aprendizaje, el que sigue siendo, a pesar de todo, el producto de la interacción intelectiva y emocional de personas.
Es indiscutible que cada ser humano posee sus propios ritmos para el aprendizaje, dado que éste no es lineal, sino que obedece a una compleja red de factores internos y externos al individuo, es decir, es un proceso dialéctico. Lo razonable es, entonces, permitir (y fomentar) que cada quién aprenda de acuerdo con sus personales características, en lugar del ritmo que, mecánicamente, se le señala al profesor para que enseñe, restringiendo, además, la diversidad de estímulos positivos para el aprendizaje de la “ aldea educativa” en su conjunto, a los pocos o nulos que le puede brindar un aula.
Probablemente si un alumno está “tratando de entender” un problema de física, pongamos como ejemplo, le resulte más provechoso irse a “rumiar” la nueva información a la cancha de basquetbol balón en mano, o quizá ir a tenderse en el césped, que permanecer en el salón de clases recibiendo una saturación de nueva información, sin haber “procesado” la anterior.
Si, como expresábamos inicialmente, el ámbito educativo es “la escuela” y no “el aula” solamente, se podrán generar nuevas y diferentes actividades para el profesorado, que fomente su creatividad y que propicien una mayor permanencia en su “espacio de trabajo”, ampliado físicamente y enriquecido socialmente; sólo entonces se podrá pensar seriamente en la implantación de métodos de trabajo socializante (para profesores, alumnos y administrativos), tales como: Círculos de Estudio y de Calidad, Talleres Autogestivos y de Creatividad, Seminarios para el Autoaprendizaje, Grupos de Análisis, Cubículos de Asesoría, “Laboratorios de Genios”, entre muchas otras posibilidades.
Es bien sencillo deducir de lo hasta aquí expuesto, que ello trae aparejado un cambio de mentalidad y de actitud en los involucrados (profesores, alumnos, administrativos, personal de apoyo, padres de familia y vecinos, etc.). De cierto modo, podemos decir que implica la adopción de una visión inversa, es decir, ya no concebir la generación de conocimientos con una base de sustento en una realidad inexistente y de manera idealizada sino, por el contrario, convertir la escuela en una estructura abierta y permeable, en la que fluyan las “altas y bajas mareas” del conjunto de las cotidianas relaciones sociales.
Una manera de enfocar esta apertura, es mediante el diálogo constante, que permita entender y asumir el compromiso social y político que conlleva el proceso de enseñanza-aprendizaje. Esto se estructurará de manera útil y socialmente definida, en torno a una conceptualización más relevante, amplia y pertinente de la actual vinculación (con los medios social y productivo, fundamentalmente), al trascender las limitadas acciones que se realizan bajo este esquema en los niveles medio, medio-superior y superior, como son: enviar a los alumnos y profesores a realizar estancias industriales y académicas, realizar ciertas manufacturas en los talleres escolares, o bien, establecer algunos compromisos de colaboración con determinadas industrias, en la perspectiva siempre de formar “tecnólogos” preparados para trabajar en un medio industrial “del primer mundo”, cuando la realidad nacional nos indica que la mediana y gran industria (supervivientes milagrosos de los desastres económicos y financieros de tres sexenios consecutivos), por regla general, se autoprovee de la mano de obra calificada que en reducido número requiere, sino en el planteamiento flexible y responsable de una nueva relación con los micro y pequeños empresarios, cooperativas de artesanos, sociedades de autoproducción, talleres vecinales, empresas familiares, etc.
Esto permitirá, bajo la óptica de convertir la escuela en una “Aldea Educativa”, generar nuevas formas de trabajo-estudio, contribuyendo a una auténtica capacitación y formación para el trabajo de sectores más amplios (y marginados en la actualidad) de la sociedad, en colaboración estrecha y de compromiso solidario y recíproco con profesores y alumnos, al integrarse en esquemas de actividades como pueden ser: Grupos de trabajo por Proyectos (en temas reales), Venta de Servicios Diversos, Talleres de Capacitación Conjunta, Talleres de Generación de Tecnología Inversa y de Baja Tecnología, entre otros.
La adopción de estos “nuevos esquemas”, como se puede inferir, no implica un mayor costo, ni una mayor carga para el sistema educativo; al contrario, permitirán un beneficio multifactorial, al formar mejores hombres y mujeres, al incidir en la realidad social y económica para transformarla y al generar nuevas maneras de allegarse recursos financieros a nivel del plantel de modo directo e inmediato, al fomentar nuevas y motivantes tareas para el personal docente. En fin, para crear un nuevo concepto totalizador del papel de la escuela.
Esperemos que se abra muy pronto la discusión generalizada al respecto.
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Mar 27, 11:34 PM