Alfredo Macías Narro
Septiembre del 2007.
Los efectos de la llamada “globalización” en el ámbito educativo son evidentes, pero antes de intentar profundizar un poco más en el tema, quizá sea conveniente precisar algunas cuestiones preliminares, por ejemplo, que los impulsores de la tal globalización son, fundamentalmente, los países capitalistas desarrollados, o mejor dicho, son las clases dominantes y el Estado fundado y operado por éstas en sus respectivas naciones, tanto individualmente, como organizadas en grupos de poder. Tal es el caso de los organismos financieros internacionales, como el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, auspiciados por los grandes capitales transnacionales, se han autoerigido en rectores de la economía mundial, sobre todo a partir de la caída de la antigua Unión Soviética y demás países socialistas que le servían como contrapeso, tanto en lo económico, como en lo político.
La visión de dominación mundial de cara al futuro (cercano y lejano) que los imperialistas, particularmente los norteamericanos, pretenden imponer al resto de las naciones y sus sociedades (incluyendo, desde luego, las propias) ha buscado y encontrado la manera de penetrar en lo más profundo de las estructuras sociales y económicas de los países, es decir, dominando los medios de producción en lo económico y los modos de intervención social, de los que la educación es un pilar fundamental. La educación, en tanto fenómeno social, dinámico y complejo, no puede entenderse al margen de los factores económicos, sociales, políticos, éticos y técnicos que lo determinan.
En tal sentido, la educación, o más propiamente dicho, el sistema educativo en su conjunto, exalta y promueve la generación de expectativas, para toda la sociedad y en nombre de ésta, cuando, en realidad, lo que promueve y exalta, es la visión que las clases dominantes tienen de sí mismas y de la misión que destinan para las clases dominadas, es decir, no sólo controlan los medios de producción y de distribución de los bienes de consumo (elementos económicos de dominación), sino que también controlan los productos del conocimiento social (elemento ideológico de dominación).
El ámbito educativo, en lo general, enfrenta múltiples asechanzas, como resultado de los cambios económicos, políticos y sociales de las recientes tres décadas que, han llevado a centrar el modo de vida de las sociedades “globalizadas”, en el hiperconsumo, así como a la conversión generalizada, en mercancías, es decir, en objetos de intercambio monetarista, a todos los bienes y servicios, la explosiva aparición y masificación de las nuevas tecnologías y la liberalización de barreras arancelarias y aduanales de todo tipo. Una de tales trampas, ha sido la creciente instrumentalización de la educación, puesta al servicio de la formación de los “recursos humanos”. Esa función, ha sido impuesta a la educación y, su origen, se encuentra en la mera visión reduccionista del trabajo, que le concibe como sólo un “recurso”, o sea, nuevamente, como un objeto de intercambio, que es organizado, gestionada, evaluable, desclasificable, reciclable, y, muchas veces, desechable, en función de su utilidad para el mal llamado “sector productivo”.
Como cualquier otro tipo de recurso, material o intangible, los “recursos humanos”, están siendo concebidos como una mercancía económica, es decir, como un mero objeto de intercambio monetarista y que debe estar disponible, de manera permanente, en todas partes y en todo momento.1 No se tienen en cuenta, ni los derechos humanos, ni los derechos civiles, ni otros, sean éstos de índole política, social o cultural, siendo los únicos límites para su explotación, los de naturaleza financiera, es decir, sus costos.
Ciertos derechos elementales, por ejemplo, el derecho a la existencia o el derecho al trabajo, como medio de obtención de ingresos, dependen de sus resultados “positivos”, de su rentabilidad. Hay que demostrar que es utilizable, de ahí la sustitución del “derecho al trabajo”, por una nueva serie de factores, como la llamada “flexibilidad laboral”, basada, tanto en la obligación de demostrar su “utilizabilidad”, como en la pérdida, acelerada y creciente, de beneficios sociales, fruto de luchas históricas de la clase trabajadora mundial, por más de trescientos años. Ello permite explicar por qué, el régimen actual, está tan preocupado por aplicar constantes “evaluaciones”, para todo y a todos.
Lo anterior exige, por lo tanto, evaluar. La evaluación de toda la actividad educativa, se vuelve esencial. Se impone, de este modo, el discurso manifiesto de la “calidad y la excelencia académica” (que, en realidad, se convierte en elitización y exclusión). Se constituye, de este modo, un binomio organizador fundamental: evaluación-financiamiento.
Algunos dirigentes lo denominan, eufemísticamente, una “política social activa del trabajo”. Para ellos, aunque la educación tiene que jugar un papel importante, ha de ejercerlo, sobre todo, en relación con esa obligación de “utilizabilidad”. Y eso a lo largo de toda la vida, gracias a la “formación continua”, cuya función es mantener utilizables y rentables los recursos humanos del país. En conclusión, para los neoliberales, el trabajo ha dejado de ser un sujeto social. La educación para el trabajo también.
En el sentido de lo expuesto, en lo tocante a las relaciones pedagógicas, dicha situación, afecta a todos los tipos y modalidades educativas pero, es particularmente perceptible, en el caso de la educación profesional y tecnológica, en que se busca no el bienestar de la persona, sino el aporte que, una vez calificado, hará al “sector productivo” (léase a los medios de producción en manos de las clases dominantes) y a la “economía del país” (léase a la apropiación del valor del trabajo de las clases dominadas, por parte de los primeros).
Otro importante aspecto, de las trampas puestas a la educación, por parte de los “globalizadores”, es el paso de la educación, del campo de lo no-mercantil, al de lo mercantil. Desde que se le asignó, como tarea fundamental, el preparar los “recursos humanos”, al servicio de la empresa, a nadie debe extrañar que, la lógica mercantil y financiera, del capital privado, quiera imponer la definición de sus finalidades y de sus prioridades. La educación está siendo tratada cada vez más como un mercado.
En los Estados Unidos se habla, en la actualidad, de cosas tales como: “mercado de la educación”, de “negocio de la educación”, de “mercado de los productos y de los servicios pedagógicos”, de “empresas educativas’ de “mercado de profesores y alumnos”. No es, por tanto, un hecho aislado o casual que, el primer Mercado Mundial de la Educación (World Education Market), celebrado del 23 al 27 de mayo de 2000 en Vancouver, Canadá,se configurase como “Curso sobre el Enfoque CTS en la Enseñanza”. OEI. Para la gran mayoría de los participantes, tanto del sector público, como del privado, la conversión generalizada y acelerada de la educación en mercancía, es un hecho consumado. La cuestión principal, para ellos, consiste en decidir quién, cómo y qué se va a vender, en el mercado mundial regido por tales reglas.
La educación, en particular la Media-Superior Tecnológica y la Superior, en general, bajo la óptica neoliberal, debe “vincularse al resto de la sociedad”. Esto es, los subsistemas y sus planteles, deben dejar de ser o pretender ser lugares de ejercicio de pensamiento crítico o de un real derecho social, como la educación, para incorporarse a las necesidades de la reestructuración neoliberal y la lógica del mercado (incluido el de trabajo). En el razonamiento “mercadoteísta”, “sociedad” equivale a “mercado”. De este modo, el mercado se convierte en el mediador y el organizador social por excelencia, del que emanan los criterios de racionalidad y de evaluación, que orientan el financiamiento de la actividad educativa, así como la calificación y ubicación de los actores fundamentales del hecho educativo (alumnos, padres de familia y docentes).
En plena concordancia, sumisa a tal visión, en días recientes, la Secretaria De Educación, Josefina Vázquez Mota, dijo en un acto público, que: “…es prioritario para esta administración vincular los programas escolares con el mercado laboral para responder a las prioridades del desarrollo nacional”. En ese esquema, la REFORMA CURRICULAR del BACHILLERATO, deberá “impulsar la competitividad y responder a las nuevas dinámicas sociales y productivas”. Incluso, se definirá un “perfil básico” (del egresado de educación media) y que se realizará una “actualización, integración y flexibilización de los programas de estudio”, en ese nivel educativo.
Las presiones de los injerencistas organismos internacionales, se agudizan y multiplican. El “quién”, comienza a perfilarse: se trata de los dueños y promotores de “productos multimedia”, es decir, de los diseñadores y abastecedores de servicios de educación en línea y de las empresas informáticas. Esas empresas, han invertido y avanzado largo trecho y, las “Universidades Virtuales” , se multiplican vertiginosamente y sin freno, a través de las fronteras “nacionales”,2 ya que, en lo referente a la reglamentación correspondiente, el fracaso de las negociaciones del Ciclo del Milenio de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, en diciembre de 1999, ha impedido, al menos hasta ahora, que los principios del libre comercio, se apliquen indiscriminadamente a la educación, aunque ello estaba en la agenda del Acuerdo General sobre el Comercio de los Servicios (AGCS).
Al haberse reanudado las negociaciones, sobre los servicios, en la sede de la OMC en Ginebra, no hay garantía alguna de que la liberalización y la desregulación, del sector educativo, no sean llevadas de nueva cuenta al orden del día. De hecho, como en el caso de México, cada vez son más numerosos los responsables políticos de la educación de diferentes países, que están dispuestos a aceptar, que sea el mercado, quién decida las, políticas, los contenidos curriculares, las finalidades y la organización de la educación.
En este sentido, es preocupante la llegada a nuestro país de instituciones educativas de nivel superior extranjeras, dado que, si el marco normativo que regula (o debiera hacerlo), a la educación particular en México es, de suyo, bastante laxo, ¿bajo qué términos legales, jurídicos y operativos se controlará a tales instituciones? A manera de ejemplo, es sabido que, en los Estados Unidos de América, no puede trabajar ningún profesionista que posea título expedido por institución mexicana alguna, sin embargo, como parte de las “facilidades” que nuestro entreguista gobierno otorga a sus “socios comerciales”, se destaca la facultad de ejercer profesionalmente en nuestro territorio, en obvia competencia desleal, amén de aumentar el desempleo de nuestros profesionistas y contribuir a una mayor distorsión del mercado de trabajo.
Toca a las organizaciones sociales y sindicales, por ejemplo, en el plano mundial a la Internacional de la Educación, en tanto que en el plano nacional, lo es a las organizaciones y secciones sindicales, profesionales y magisteriales no oficialistas, a las organizaciones no gubernamentales y los movimientos ciudadanos, que tendrían que redoblar sus esfuerzos, para contrarrestar esa eventualidad o, llegado el caso, para presentar una resistencia organizada, decidida y tenaz.3
Otra importante y visible trampa, consiste en que, se pretende presentar a la educación, como si fuese una suerte de instrumento clave, para la supervivencia de cada individuo, en la era de la competitividad mundial. Así, el ámbito educativo, tiende a transformarse en un simple sitio, en el que se aprende una especie de “cultura de guerra”4, es decir, una cultura para competir, en lugar de generar una cultura para compartir. Las universidades, los poderes públicos, los estudiantes, los padres e, incluso, muchos sindicatos magisteriales, han aceptado, en general, ese tipo de cultura de la “excelencia académica” y de la “calidad educativa”. A pesar de los esfuerzos, de una buena parte de los educadores, el sistema está llevando a privilegiar la selectividad, al optar por la “selección de los mejores”, por encima de la evaluación equitativa y objetiva, de las capacidades específicas de todos los alumnos.
En el sentido explicado, las directrices principales son, entre otras: aplicar el criterio costo-beneficio, es decir, buscar la eficiencia y competitividad, al mismo tiempo que dejar de subsidiar carreras, actividades o centros educativos que, de acuerdo con su visión, son “improductivos” y concentrarse en los otros. Los parámetros que definen estos términos, son los de la educación vista como un servicio, que debe someterse a la “prueba de fuego” del libre juego de la oferta y demanda (mito central del neoliberalismo, que considera como mercancía todo bien o servicio, producto del trabajo humano).
Un aspecto más, de las trampas puestas a la educación, es la subordinación de ésta a la tecnología. Al creer, (desde los años setenta), que la tecnología es el principal motor de los cambios de la sociedad, la burocracia oficial, obediente a sus intereses de clase, han impuesto la tesis de la importancia y de la urgencia de adaptarla, sea cual sea el campo de su aplicación, (la energía, la comunicación, la salud, el trabajo), sostienen la tendencia a considerar, como algo inevitable, todo cambio económico y social ligado a las nuevas tecnologías.
Para la inmensa mayoría de los administradores de la globalización, esta es producto directo del progreso tecnológico. Oponerse a ella es insensato. El papel fundamental de la educación sería, por tanto, dar a las nuevas generaciones, la capacidad de comprender los cambios en curso y los instrumentos para adaptarse a ellos.
El constante cambio de las nuevas tecnologías, ha producido efectos significativos en la forma de vida, el trabajo y el modo de entender el mundo, por parte de las personas en las sociedades industrializadas. La fácil comunicación mundial, proporciona el acceso instantáneo a un vasto conjunto de datos, de modo que obliga a las personas a hacer un mayor esfuerzo de asimilación y discriminación, lo que implica que deben efectuar un esfuerzo de ajuste cada vez mayor. Por otra parte, la rapidez en las comunicaciones, aumenta más el acceso a las nuevas tecnologías en la casa, en el trabajo y en los centros escolares, lo cual significa, entre otras cosas que, el aprendizaje pasa a ser una actividad de carácter permanente, con un carácter eminentemente competitivo y ferozmente individualista, en el que el recorrido del cambio tecnológico, fuerza a una evaluación constante del proceso mismo de aprendizaje.
Este desarrollo acelerado, está permitiendo la diversificación acelerada y casi infinita de las aplicaciones de toda índole. Ha permitido “computarizar” prácticamente todo: desde sistemas administrativos, hasta herramientas cibernéticas para todas las necesidades y en todos los niveles curriculares, en fin, incluso los juegos virtuales, han comenzado a llamar la atención de especialistas de la conducta, al tiempo que han surgido nuevos trastornos físicos, (tales como ciertas tendinitis de los dedos de la mano, provocadas por la posición obligada de las muñecas frente al teclado de las computadoras por periodos prolongados; asimismo, los lapsos prolongados frente al monitor de aquéllas produce, desde resequedad de las conjuntivas, debido a la falta de parpadeo que las lubrique, hasta trastornos de la motilidad de los músculos oculares y, más serio aún, la exposición constante al centelleo de los monitores, ha acarreado un incremento en los daños retinianos y en el desencadenamiento de crisis convulsivas en sujetos predispuestos., por mencionar algunos). También, se ha generado una notoria falta de socialización entre los asiduos a la computadora. En efecto, la proliferación de cada vez más “espacios computarizados”, ha traído, entre otras consecuencias, que las personas se retraigan en sí mismas, desde el momento en que su atención se enfoca hacia una especie de “diálogo” con el programa de la computadora, en vez de su entorno social.
Todo lo antes dicho, se ha convertido en un fenómeno social de nuestro tiempo y algunos de sus serios efectos, incluso desde el punto de vista de salud pública, no son nada halagüeños.
Finalmente, una trampa más sutil, pero no por ello menos perniciosa, es la utilización del sistema educativo como medio de legitimación de las nuevas formas de división social. De acuerdo con el discurso de las clases dominantes, las economías y las sociedades de los países desarrollados, habrían pasado de la era industrial, basada en los recursos materiales y en los capitales físicos, a la mal llamada era del conocimiento, fundada principalmente en los recursos y los capitales intangibles (los saberes, la información, la comunicación, la digitalización, etc.). El conocimiento, se habría convertido, de este modo, en el recurso fundamental de la “nueva economía” nacida de la revolución tecnológica (de las TIC’S), traducida en la construcción de las redes digitales y sus derivados directos: el “e-comercio”, el “e-transporte”, la “e-educación”, la “e-empresa”, el “e-trabajador”.5 Bajo esta óptica, la empresa es vista como el sujeto y el lugar principal de la promoción, de la organización, de la producción, de la evaluación y de la difusión del “conocimiento que cuenta”.
Promover, la difusión de un espíritu empresarial y de creación de empresas, en el medio educativo y redinamizarlo para, su posterior transformación, en una especie de territorio privilegiado, por una parte, para la construcción de la “sociedad del conocimiento” y, por otra, para cambiar la mentalidad de los estudiantes más jóvenes, en “futuros emprendedores”, constituyen algunas de las grandes intenciones de las políticas públicas para la educación. Muestra de ello, es el hecho de que, la titular de la SEP, Josefina Vázquez Mota presentó, apenas hace unos días, el programa Prep@rate, que tiene como objetivo becar a jóvenes, para que estudien el bachillerato en línea. Al exhortar a la empresa privada, para que participe en la escuela pública, la secretaria de educación anunció que, en el próximo ciclo escolar, se introducirán, “por primera vez” contenidos de finanzas y economía, con “espíritu emprendedor, desde primero de primaria hasta secundaria”.6
Esta tendencia, se ha puesto en marcha cuando, en todo el mundo, se está instaurando una nueva división social entre los “calificados” (aquellos que tienen acceso al “conocimiento que cuenta”) y los “no calificados” (aquellos que están excluidos de ese acceso). Esta nueva división, viene a agravar las ya existentes, debido, entre otras razones, a las desigualdades de acceso a la alfabetización básica, a la falta de equidad en las condiciones para acceder y en la falta de reales oportunidades de permanencia, en el sistema, para una gran cantidad de estudiantes, de todos los niveles. El conocimiento, se está convirtiendo, pues, según palabras de Ricardo Petrella, en “El principal material de un nuevo muro (el “muro del conocimiento”) entre los recursos humanos nobles (organizados en las nuevas corporaciones profesionales planetarias) y los recursos humanos del pueblo, nuevo proletariado del capital”. 7
Finalmente, podemos añadir que, en este sentido, no sólo se ha consagrado en el marco normativo correspondiente, desde el precepto constitucional, la igualdad de oportunidades de acceso a la educación, sino que dicha condición igualitaria, (cumplida en la esfera legal), resulta inoperante en la realidad. Más allá de los aspectos técnicos y operacionales y de organización curricular, están influyendo constantemente en el sistema educativo en general, factores de presión provenientes de ámbitos diferentes al propiamente educativo, pero de los que no puede sustraerse. Uno de estos elementos de presión, lo conforma la visión generalizada de que la escuela funciona de manera determinante en la capacidad de otorgamiento a las clases sociales de un elemento de movilidad social, legítimo y aceptado por las clases superiores.
En realidad no hay pruebas sólidas que ratifiquen tal visión, sin embargo, se ha puesto a la espalda del sistema educativo la pesada carga de enfrentarlo como tal, siendo que, en rigor, esta función de movilidad social le corresponde más al ámbito económico y productivo que al educativo.
Como corolario, podemos decir simplemente que, la educación es, en primer término, un problema político y no uno de mero orden técnico-pedagógico. Por tanto, la solución no vendrá de ningún programa de actualización docente, por más modernizador que luzca o por la cantidad de tecnología que se le imprima en las formas. Tampoco provendrá de las reformas curriculares (como la actual, referente al Nivel Medio Superior Tecnológico), que pretenden abordar el problema educativo, desde la óptica parcial y limitada, de modificar o sustituir algunas asignaturas o redimensionar ciertos departamentos académicos. Tampoco habrá cambios significativos, en la estructura de la enorme burocracia educativa y la no menos mastodóntica de la organización sindical, si no se tiene el pleno conocimiento del rumbo político e ideológico del cambio necesario, así como la convicción política de hacerlo realidad.
La transformación de fondo provendrá, por tanto, de la construcción de una nueva y diferente interacción entre personas libres, conscientes y críticas de su tiempo y de sus circunstancias, así como del nivel de compromiso social elaborado en conjunto por los actores que, hasta ahora, han sido marginados por las estructuras del poder, organizados en torno a una nueva institucionalidad democrática, no sólo representativa de la sociedad, sino construida desde la sociedad misma.
Desde ahora y de cara al futuro.
1 “Ha llegado el momento de elaborar una crítica rigurosa del concepto y de las prácticas de los “recursos humanos” y de abandonar la utilización de ese término en las sociedades que se dicen fundadas en los Derechos Humanos”. Riccardo Petrella en Le Monde diplomatique, octubre del 2000.
2 Según un estudio del banco de negocios norteamericano Meryll Lynch, hacia el 2025 el número de jóvenes que siguen estudios superiores en el mundo alcanzará la cifra de 160 millones.
3 Diario La Jornada: Notas de Karina Avilés de los días 19 y 25 de septiembre del 2007; “Recomienda OCDE privatizar la educación media y superior”, “Planean adaptar educación a necesidades del mercado” y “Convoca la SEP a empresarios a participar en la educación pública”.
4 Riccardo Petrella. Ibid.
5 “Hacia la sociedad cognoscitiva”. Luxemburgo, 1995. Lester C. Thurow
6 Diario La Jornada: Nota de Karina Avilés del día 25 de septiembre del 2007; “Convoca la SEP a empresarios a participar en la educación pública”.
7 Op. Cit.
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Soy Docente de Preparatoria en Caborca, Sonora, Licenciado en Filosofía, y estoy totalmente de acuerdo con el grave y real contenido de todo éste artículo, análisis completo del Doctor Narro, y empiezo por rechazar inscribirme y “estudiar” el Profordems, porque es una agresión y un burla a la lógica humana…continuaré las publicaciones para descubrir qué se puede hacer para contrarrestar en lo cercano, lo dañino de éstos planes internacionales, donde los que mandan son los judíos ateos…por fin están logrando lo que hace 2012 años querían: Ellos dominar…por eso mataron a Jesucristo…quién lo iba a decir…