La ciudad de todos
- Plaza de las tres culturas-Tlatelolco.
- Imagen cortesía de Urban Sketchers <www.urbansketchersmexico.com>
Bernardo Bátiz V.
La Jornada/080216.
La Ciudad de México no es un estado: pertenece a todos los estados, no es ni más ni menos que las demás partes integrantes de la unión: es diferente.
Su estatuto jurídico ha sido siempre distinto al de las otras entidades que integran y han integrado en el pasado la federación mexicana; la Constitución de 1917, en su texto original aprobado en Querétaro, definió tres tipos de entes políticos reconocidos por ella; en primer lugar los estados libres y soberanos que se unen en un Estado que los abarca a todos en igualdad de circunstancias; con independencia de su tamaño o número de pobladores, en segundo lugar los territorios federales y en tercero el Distrito Federal, con su núcleo básico, la Ciudad de México, rodeada de las demás municipalidades tan autónomas como las del resto del país.
Al correr de los años, los territorios crecieron en población y recursos financieros y pudieron ingresar a la federación con el carácter de estados. Podemos decir que ascendieron de territorios a estados. Así sucedió con el territorio de Tepic, que se convirtió en el estado de Nayarit; con Baja California, que dio lugar a dos estados nuevos y con Quintana Roo. La Ciudad de México mantuvo un estatus diferente por razones políticas e históricas, que ha ido cambiando con el tiempo.
México ha sido y es una gran ciudad, no sólo por su tamaño, no sólo por ser la capital de los Estados Unidos Mexicanos, sede de los poderes federales, sino también por otras características y circunstancias.
La población de la capital, como lo ha reiterado en varias ocasiones, está formada por ciudadanos bien informados, interesados en política, participantes y nada dejados.
El Distrito Federal, hoy Ciudad de México, es además de centro político del país, el centro religioso más importante de América, un poderoso centro financiero; aquí está el Banco de México, aquí también se encuentran las instituciones de educación superior de mayor influencia y reconocimiento, la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional; aquí esta el INAH, El Colegio de México, las universidades privadas de mayor prestigio. Los símbolos más reconocidos de la cultura e identidad mexicana están en la capital o en sus alrededores, el Castillo de Chapultepec, el Paseo de la Reforma con sus monumentos, Cuauhtémoc, Cristóbal Colón y la Columna de la Independencia, sin olvidar la hermosa fuente de la Diana Cazadora.
El gran valle en que se asienta la ciudad se encuentra rodeado de altas montañas emblemáticas, en especial la llamada Sierra Nevada, de la que forman parte el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl. Se podrían enumerar muchas más instituciones, lugares e intangibles culturales que tienen su asiento en la ciudad capital; lo importante es que todas estas riquezas, símbolos, monumentos, tradiciones no son tan sólo patrimonio de los citadinos o habitantes del Distrito Federal son, y así debe ser, patrimonio de toda la nación.
Podemos agregar que, salvo excepciones, las autoridades capitalinas no han estado a la altura del pueblo politizado de la ciudad, no han apreciado debidamente lo que tienen bajo su cuidado y responsabilidad. Un patrimonio invaluable digno de ser protegido y acrecentado; su deber es evitar que la ciudad pierda su prosapia histórica y sus tradiciones, que conserve sus tesoros, sus pueblos originarios, que están esparcidos a todo lo largo del territorio de la capital, pero en especial asentados en el sur, en las delegaciones de Xochimilco, Tlahuac (sic), Milpa Alta, Magdalena Contreras y Cuajimalpa. Todo debe preservarse para todo el país.
También en el sur están las reservas territoriales de la capital: bosques, montañas, los pocos ríos que quedan y especialmente grandes espacios en los que se capta el agua de la lluvia y proporcionan además de este líquido vital, aire respirable para la gran urbe.
Sociológicamente la capital está poblada por los habitantes de los pueblos originarios y por multitud de mexicanos que han llegado de todos los estados de la República. Esta ciudad es especialmente hospitalaria; cada vez que las circunstancias históricas hacen difícil la vida en las demás entidades federativas, la capital está abierta y siempre generosa para recibir a quienes llegan en busca de trabajo, de seguridad o de cultura.
En forma incompleta y ladina se aprobó recientemente la reforma constitucional encaminada a que la Ciudad de México deje de ser una dependencia del gobierno federal y tenga su propia constitución. La oportunidad no debe desaprovecharse; ciertamente la forma en que se integrará el congreso constituyente no es democrática y los políticos de siempre piensan que podrán envolvernos y hacer de las suyas.
Lo evitaremos: es el momento de los capitalinos, es la hora para mostrar que no vamos a permitir una reforma mutilada y tramposa. Por todas partes se está trabajando ya para que la constitución de la Ciudad de México sea de avanzada, justa, igualitaria y democrática.
Comentario. Coincido con el análisis del Mtro. Bátiz. En varios medios se ha preguntado con cierta insistencia cuál debe ser el gentilicio de los habitantes de esta gigantesca urbe; pues bien, dadas la contribución al PIB, la diversidad política, social y étnica de sus habitantes, la concentración de instituciones, las riquezas bióticas, y los recursos naturales entre muchos otros factores, considero humildemente que simple y llanamente nos llamemos ‘METROPOLITANO(A)S’.
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Nota mía: Respetuosamente me permití modificar levemente la estructura del artículo de Bernardo Bátiz Vázquez, con la exclusiva finalidad de facilitar su lectura en el formato de Odiseo. Alfredo Macías Narro.
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