Jóvenes incandescentes

 

Jóvenes incandescentes

Gabriela Rodríguez

La Jornada/180512.

Como la actividad del Popocatépetl, el México profundo está expresando su indignación con explosiones de intensidad creciente. El episodio de la Universidad Iberoamericana fue como el domo de lava enrojecida que asoma sobre el cráter del Popo, erupción que lanza fragmentos incandescentes de lodo, cenizas, como los gritos a Peña Nieto:“¡Fuera! ¡La Ibero no te quiere!”, ¡Asesino, Atenco!  

Erupción que no sólo ocurrió en un volcán, sino también en un centro de enseñanza superior, en un territorio donde se crea y difunde el conocimiento, donde la voz sustituye a las cenizas y es expresión de libertad.

¿Quién pretende contener la indignación de la juventud? Aun frente a la responsabilidad confesa de Enrique Peña Nieto (EPN) por usar la fuerza pública para poner orden y paz a base de tortura y violación masiva que hicieron sus huestes en Atenco.

Se trata de un acto de conciencia de clase, de estudiantes que saben que ninguno de los agresores de Atenco ha sido sancionado (como en los tiempos de Salinas), que reaccionan a la violencia priísta que pretendió comprarlos para callarlos y ficharlos ese día, que piensan que EPN no tiene derecho a ser presidente (como afirmó Carlos Fuentes); muchachos representantes de 20 por ciento de los jóvenes universitarios privilegiados, mientras la otra mitad de la población no tiene acceso ni a la prepa, aunque sí a la televisión (91 por ciento).

La televisión tiene gran influencia en las nuevas generaciones, en mayor medida sobre quienes no leen periódicos y cuentan con menor escolaridad. El Estado ha descuidado otros factores formadores de opinión pública relevantes, como la familia y la educación. La sociedad está teledirigida, diría Giovanni Sartori.

La democracia ha sido definida con frecuencia como un gobierno de opinión, pero el poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea. El pueblo soberano opina sobre todo en función de cómo la televisión le induce a opinar, ya sea en la elección de los candidatos, en su modo de plantear la batalla electoral, o en la forma de ayudar a vencer al vencedor.

Los sondeos de opinión consisten en preguntas formuladas por el entrevistador y respuestas que dependen ampliamente del modo en que se formulan las preguntas y que, frecuentemente, el que responde se siente forzado a dar una respuesta improvisada que resulta débil, volátil, inventada en ese momento con tal de decir algo, pero sobre todo produce un efecto reflectante, un rebote de lo que sostienen los medios de comunicación.

Los sondeos de opinión reinan como soberanos: un millar de mexicanos son continuamente interrogados para decirnos a nosotros, es decir, a los otros 112 millones lo que debemos pensar. 

“Porque es falso que la televisión se limite a reflejar los cambios que se producen en la sociedad; en realidad, la televisión refleja los cambios que ella misma promueve”.

El problema surgió cuando el acto de ver suplantó al acto de discurrir, la fuerza arrolladora de la imagen rompe el sistema de equilibrios. Con la televisión, la autoridad es la visión en sí misma, es la autoridad de la imagen. Lo esencial es que el ojo cree en lo que ve; y, por tanto, la autoridad cognitiva en la que más se cree es lo que se ve. Lo que se ve parece real, parece verdadero. Porque la televisión se exhibe como portavoz de una opinión pública que en realidad es el eco de regreso de la propia voz.

“La pantalla es falsa porque descontextualiza, se basa en primeros planos fuera de contexto”.

El reduccionismo es enorme: lo que desaparece es el encuadre del problema al que se refieren las imágenes. La imagen es enemiga de la abstracción; explicar es desarrollar un discurso abstracto, en otras palabras los problemas no son visibles. Para el hombre que puede ver, lo que no ve no existe. La amputación es inmensa (Sartori, G., Homo Videns. La sociedad teledirigida’, Ed. Taurus, Madrid, 1997).

Lo vimos en el debate del 6 de mayo. Nada fue más real que la playmate que vestía de blanco tan fuera de contexto y del encuadre político.  Una imagen dedicada a los hombres, la cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. Verdadera cortina de humo para desviar hacia ella la atención, acto que tuvo un efecto mediático de trascendencia internacional: la gente ni se enteró de lo que ahí se dijo.

A la velocidad del siglo XXI, las redes sociales difundieron la imagen de aquellos pechos expuestos, una nueva erupción que no se originó en la Iztaccíhuatl, sino entre cibernautas del mundo virtual. Un mundo en el que, a diferencia de la televisión, el emisor no es un señor poderoso, sino legiones juveniles que construyen y envían mensajes de humo, donde se rompen las secuencias y el principio de lo consecutivo, donde deja de ordenarse una cosa tras otra. Diría Sartori; 

“Abolida la lógica lineal, todo se hace virtualmente reversible, la lógica circular, sin centro, es infinitamente liberatoria”. La realidad se hace onírica y el mundo se puebla de sonámbulos. 

Las redes sociales son el actor de las presentes elecciones, hasta los más pobres tienen celular y van a los cafés Internet. ¡Despertaron nuestros jóvenes! ¡Como los árabes, los indignados y los ocupas! Sueñan con un cambio verdadero. Frente a la cerrazón de las televisoras ellos toman el control de ese espacio colectivo: crean collages de música, humor y placer estético, afirman su tolerancia religiosa heterosexuales, gays y lesbianas; filman, crean y difunden videos y mensajes políticos; pero también gritan en las calles y convocan a reuniones en espacios populares y universitarios, aunque vuelvan a ser reprimidos como en la época del PRI, lo estamos viendo en Morelia, en Querétaro, en Saltillo, en Veracruz.

Nadie sabe por quién votarán los 24 millones de jóvenes que tienen entre 18 y 29 años de edad, y menos el millón y medio que lo hará por primera vez; lo que sí sabemos es que representan 30 por ciento de la lista nominal del IFE y que este grupo de edad será determinante del resultado electoral.

 


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