Filosofía, ¿Para qué?

Manuel Pérez Rocha

Este consejo lo da un empresario estadunidense muy exitoso. Autor de varios libros, entre ellos El mito de la administración, Matthew Stewart fundó y dirigió una empresa de consultoría que llegó a tener más de 600 colaboradores: habla, pues, con conocimiento de causa. Después de analizar el desarrollo de las ideas que constituyen la base de la ciencia de la administración, Stewart concluye que es una disciplina hueca, inane; la capacidad analítica, la imaginación y la creatividad, habilidades intelectuales muy útiles en los negocios, no se obtienen con los estudios de administración; en cambio –afirma– los desarrolla el estudio de la filosofía.

En nuestro país se ha generado un sólido movimiento para que la filosofía sea reincorporada en los planes de estudio de la enseñanza media superior y se fortalezca en todos los niveles (empezando por el nivel básico con las provechosas experiencias de filosofía para niños). Pero no es, por supuesto, ese uso instrumental de la filosofía que avizora Stewart –mera dispensadora de herramientas para la administración o para cualquier otra actividad práctica– el que orienta estos esfuerzos animados por el Observatorio Filosófico de México y otras organizaciones de académicos y educadores.

Poner a la filosofía al servicio de los negocios significaría traicionar dos de sus más valiosos componentes:

La ética y la filosofía política. Hacer negocio es enriquecerse con dinero o bienes cuyo valor es mayor que el del trabajo realizado para obtenerlos (explotando el trabajo de otros o mediante la especulación, el abuso, el engaño o la apropiación de los recursos naturales, patrimonio de la humanidad); si no, no es negocio.

Por otra parte, en contra de lo que la doctrina económica convencional quiere hacernos creer, hacer negocios no es una acción que por sí misma impulse el desarrollo de la sociedad, ni es inocua desde el punto de vista ético o social. Los negocios pueden, en ciertas ocasiones, generar la producción de objetos o servicios útiles, pero en otras muchas generan todo lo contrario. Incontables negocios se hacen mediante la producción de cosas inútiles o incluso dañinas (o con complementos onerosos como la publicidad) y otros muchos también mediante la destrucción de cosas útiles (por ejemplo en las guerras o con la especulación inmobiliaria) y causando estropicios a la naturaleza, a los individuos y a la sociedad (y también después se hacen negocios remediándolos). Otro efecto destructivo es la corrupción que agobia al mundo de hoy, impulsada por la ambición y el afán de posesión y poder que anima al mundo de los negocios.

Construcción y destrucción, bienestar y desgracia, economía y crematística, se confunden en la mezcolanza de la cuantificación monetaria, de los negocios, de su medida, del PIB y su crecimiento identificado como desarrollo, progreso y felicidad. Es, sin duda, la crítica –crítica ética, epistemológica, científica– de este sistema de producción, que además genera alienación, consumismo y desigualdad, la tarea más urgente de la filosofía. Pero esta tarea no la puede realizar si se le reduce a su dimensión instrumental, y se le fracciona y dispersa en un conjunto de competencias transversales como se hace con la reforma educativa. Es claro que este es su propósito: esterilizarlas (a la filosofía y a la educación), en aras de la competitividad y de la prosperidad de los negocios.

En Internet podemos encontrar miles de respuestas a preguntas tales como ¿filosofía para qué? o ¿para qué estudiar filosofía?

Esta cuestión se discute desde hace milenios, sería una insensatez pretender dar respuesta única y definitiva en estos renglones; pero es un tema que urge abordar, porque en nuestro país la filosofía no ha contado con las condiciones propicias para su desarrollo y difusión. En las universidades, generalmente está arrinconada en una escuela o facultad con relaciones, si acaso, muy débiles con el resto de la institución. Esta situación debe superarse y para ello pueden servirnos los esquemas de otros países cuya tradición académica ha impedido la fragmentación total del conocimiento en profesiones especializadas, como ha ocurrido en el nuestro. También en Internet encontramos numerosas respuestas a la pregunta ¿por qué estudiar filosofía como un ‘minor’ (parte de dimensión menor, pero esencial, de un plan de estudios universitario)? En muchas de las respuestas de universidades estadunidenses se afirma, con abundante razón, que la filosofía es sustento y orientación imprescindible de disciplinas como economía, derecho, ciencia política, historia, letras, comunicación, periodismo, antropología; y también de las ciencias naturales. En suma, de toda formación universitaria.

La filosofía no desaparecerá ni perderá valor por la proliferación y desarrollo de disciplinas especializadas. Por el contrario, es creciente el número de preguntas que este desarrollo genera y cuyas respuestas exigen reflexión, abstracción y crítica. La filosofía puede estudiarse y cultivarse con propósitos perversos como el lucimiento y la vanagloria, o para aprender a ser muy listos en los negocios; pero debe estudiarse para ser útil a la humanidad y a sí mismo, enriquecer la vida y darle sentido.

La filosofía debe ocupar el lugar central que le corresponde en los contenidos de la educación, y también en la definición de políticas y reformas educativas. Es urgente. Los directivos de las reformas educativas actuales, tan preocupados por el atraso de nuestro país y de nuestro sistema educativo, personifican bien a ese famoso piloto de aviación que dice a sus pasajeros;

“Señoras y señores: les tengo dos noticias, una buena y una mala; la mala es que estamos perdidos, no sabemos en dónde estamos ni adónde vamos (Chuayffet dixit); la buena es que ya vamos a ir más rápido (¡También Chuayffet dixit!)”.

La filosofía, esto es, la crítica ética, política, lógica, es una tarea apremiante para nutrir la respuesta eficaz de la sociedad a los atropellos de las reformas estructurales. Como en la educativa, en la energética los discursos que la defienden están plagados de incoherencias, cinismo, sofismas, deshonestidad.

Para el pueblo de México, el saldo de los negociazos que persigue la reforma energética serán perjuicios graves.

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Nota mía: Respetuosamente me permití modificar levemente la estructura del artículo de Manuel Pérez Rocha, con la exclusiva finalidad de facilitar su lectura en el formato de Odiseo. Alfredo Macías Narro.


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