Educación; proceso permanente

Educación; proceso permanente

  • Imagen. Manuel Pérez Rocha.
  • Foto. Guillermo Perea/Cuartooscuro.
  • Cortesía de <www.contralinea.com.mx> 

Manuel Pérez Rocha

La Jornada/010913.

“El mundo atribuye su infortunio a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que subestima la estupidez”.

Adolfo Bioy Casares

  • En estas líneas, las palabras estupidez, arbitrariedad y autoritarismo no son insultos, son descripción.

Estupidez, arbitrariedad, autoritarismo es lo que anima a la reforma laboral discriminatoria aplicada de manera exclusiva y denigrante a los maestros mexicanos, perversamente presentada como reforma educativa.

  • Estupidez, porque quienes en verdad creen que con ello se mejorará la educación no comprenden que están haciendo todo lo necesario para conseguir lo contrario, porque ignoran todo el conocimiento que hay sobre estas materias. Estupidez, porque sus dichos están plagados de inconsistencias y atropellos a la razón, a la lógica más elemental.
  • Arbitrariedad, porque han impuesto reformas legales sin justificación expresa, consistente y suficiente. Arbitrariedad, porque dejan al arbitrio de autoridades indefinidas decisiones que afectan los derechos de personas.
  • Autoritarismo, porque sostienen su proyecto solamente en la fuerza que les da su posición de gobernantes y el apoyo de los intereses de la plutocracia que domina y explota a este país, y del aparato propagandístico a su servicio: Televisa, Milenio, Reforma, TVAzteca y otros muchos.

¿Exagero? Lean este párrafo de la pretendida ‘Ley del Servicio Profesional Docente’ (el corazón de la reforma educativa según sus autores y sus propagandistas):

El personal con nombramiento definitivo tendrá garantizada su permanencia en el servicio público siempre y cuando se sujete a los procesos de evaluación del desempeño. Cuando se identifique la insuficiencia en el nivel de desempeño de la función respectiva, el personal de que se trate deberá incorporarse a los programas de regularización que la autoridad educativa determine, que incluirá un esquema de tutoría. De ahí en adelante, dos evaluaciones más, y si no hay resultados satisfactorios en un término no mayor de doce meses, el despido sin responsabilidad para la autoridad’.

  • ¿Qué quiere decir para ellos definitivo si es que está permanentemente condicionado?
  • ¿Quién es la autoridad que va a identificar la insuficiencia en el nivel de desempeño?
  • ¿En qué momento o momentos se hará tal identificación?,
  • ¿con qué criterios, con qué procedimientos?
  • ¿Quién va a definir los criterios?
  • ¿Cuál es la autoridad que va a determinar los programas de regularización a que deberán someterse los maestros?
  • ¿Es irregular un maestro que no se ha sometido a esos programas?
  • ¿Quién determina el contenido y método de esos programas?
  • ¿Cuáles serán las atribuciones del tutor?
  • ¿Quién lo designará?
  • ¿Será una nueva categoría de trabajador con ingresos adicionales?
  • ¿Cuál será su relación con el tutorado?
  • ¿Será una relación jerárquica?
  • ¿Cómo podrá defenderse un maestro ante tanta arbitrariedad?

Más de millón y medio de maestros serán incorporados a un sistema y procedimientos centralizados inoperantes y costosísimos.

Ya se ha anunciado que serán contratados 5 mil evaluadores, los cuales tendrán condiciones de trabajo privilegiadas en comparación con las de los maestros (entre otras cosas, a ellos sí se respetan los derechos establecidos en el artículo 123 constitucional, a los maestros no).

Estos evaluadores también serán evaluados

  • ¿Y los evaluadores de los evaluadores también requerirán de un sistema que los evalúe?
  • ¿Con qué criterios y procedimientos?
  • ¿Y quién evaluará a la cúspide de este aparato?

Todo este absurdo y arbitrariedad no se eliminan con las declaraciones acerca de que las evaluaciones deberán considerar el contexto, concesión retórica con la que pretenden engatusar a la CNTE.

Hoy, más que nunca, tiene valor la afirmación de que la educación es un proceso permanente, a lo largo de toda la vida. Si esto es cierto para el común de la gente, lo es más para los maestros, su educación nunca termina, siempre será insuficiente. Siempre serán irregulares a los ojos de los burócratas y tecnócratas que ignoran sus ignorancias.

¿La educación está mal?… Sí, sin duda.

Pero la educación es uno de los asuntos más complejos en la vida de las personas y de las sociedades. Complejo no solamente quiere decir que presenta obstáculos, quiere decir que en él intervienen múltiples factores con múltiples interrelaciones interrelacionadas (sí, así es). En una de las discusiones de la CNTE con los diputados y senadores, uno de estos propuso:

“Veamos primero los aspectos legislativos y después discutimos los pedagógicos”.

En los mismos proyectos de leyes que se pretenden imponer se señala en un transitorio que deberá (después) discutirse el modelo educativo. Entonces ¿qué legislan? Ignoran incluso que se introducen en un campo minado sobre el cual se discute desde hace milenios.

La crítica es el uso de la ciencia, de la razón, de la cultura para destruir los prejuicios, los mitos, la introducción subrepticia de los intereses en los razonamientos. Muchos intereses inconfesados y muchos prejuicios sobre los maestros mexicanos (y sobre los mexicanos) subyacen en el absurdo proyecto de un nuevo Leviatán que tiene el encargo de vigilarlos y controlarlos.

Con razón la demanda central de la CNTE es la profesionalización del magisterio, profesionalización que implica no solamente el desarrollo de las competencias para lograr que los estudiantes aprendan, sino la condición de confianza en sus capacidades y compromiso.

La solución al problema educativo (real) está en propiciar la creación de múltiples espacios (las escuelas) en las cuales los maestros tengan condiciones que les permitan una formación permanente en el trabajo y mediante el trabajo (FTMT).

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Nota mía: Respetuosamente me permití modificar levemente la estructura del artículo de Manuel Pérez Rocha, con la exclusiva finalidad de facilitar su lectura en el formato de Odiseo. Alfredo Macías Narro.


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