EDUCACIÓN CONTRA LA CORRIENTE-III
Manuel Pérez Rocha
La Jornada-170411
La certificación de conocimientos en el ámbito escolar (lo que erróneamente se llama exámenes y calificaciones) es la materialización del valor de cambio de la educación.
En la medida en que esta certificación está entremezclada y confundida con el proceso educativo, pierden importancia los conocimientos, el maestro queda convertido en funcionario público cuya firma tiene valor legal y monetario, se pervierte la relación del maestro con los estudiantes y toda la atención se centra en lo que va a venir en el “examen”. En la medida en que esta certificación se asocia con premios y castigos se convierte en ocasión de angustia, humillaciones y vanidades.
En la medida en que en la certificación se valora no solamente los conocimientos demostrados sino otros “méritos” (como la asistencia a clases o la buena conducta) se adultera el significado de certificar conocimientos y se generan el comercio y las negociaciones. Evitar esto último no es fácil, el “ethos” de la sociedad contemporánea es comerciar.
Una condición necesaria para que los estudiantes valoren el conocimiento por su utilidad social y personal, y no solamente por su valor de cambio (los certificados), consiste en separar el tiempo y el espacio del aprendizaje, del espacio y el tiempo de la certificación de conocimientos. Pero por supuesto no es condición suficiente, son muchas las medidas y acciones que deben tomarse en el sistema educativo para que los estudiantes se entusiasmen en estudiar y aprender.
Hay mucho escrito acerca de las estrategias y técnicas que deben aplicarse para lograr la motivación de los estudiantes, su atención prolongada y su permanencia en las aulas (véase por ejemplo el programa Galatea de la UACM). Más importante que las estrategias pedagógicas son las actitudes de los maestros: su pasión por el conocimiento, su compromiso con la educación de sus estudiantes, su honestidad. Pero mucho ayudaría a los maestros el que la certificación se separe del proceso educativo que tienen bajo su responsabilidad. Hace años, un ocurrente funcionario de la SEP y de la UNAM proponía que para que los estudiantes universitarios se interesen en los conocimientos y no en los exámenes, habría que darles su título en el momento de ingresar a la universidad; buen chiste, pero no solución.
Lo que sí puede hacerse en nuestras escuelas y universidades es lo que se hace en muchas partes del mundo: los maestros tienen la responsabilidad de hacer exámenes y evaluaciones a los estudiantes a lo largo de los cursos, pero sus resultados tienen solamente valor pedagógico, no tienen valor de cambio (lo que eufemísticamente se llama “valor curricular”). En otro tiempo y espacio se hacen los exámenes para la certificación. Otra medida indispensable es quitarles su función “desahuciante”, esto es, dejar responsablemente abierta la posibilidad de repetirlos. También es indispensable que los exámenes sean “a libro abierto”, que es la forma como se trabaja en la vida real. Otra medida muy útil es la de hacer la certificación por ciclos y no por cursos.
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México ha alcanzado avances muy importantes en estas líneas. De conformidad con lo que establecen la ley que le da autonomía y el Estatuto general orgánico, la certificación de conocimientos no es responsabilidad del profesor que imparte el curso sino de cuerpos colegiados llamados “Comité de certificación”. La misma ley establece que la condición única e ineludible para otorgar certificados, grados y títulos es que el estudiante demuestre que tiene los conocimientos correspondientes.
Otro avance de la UACM ha sido la elaboración y puesta a prueba de un examen global para la certificación del Ciclo Básico de Humanidades y Ciencias Sociales. Un grupo de académicos de filosofía, historia, creación literaria, ciencias sociales y arte elaboró un procedimiento integral para examinar, evaluar y certificar los conocimientos correspondientes a los primeros semestres que comprenden ese “ciclo básico”.
La doctora Florencia Addiechi hizo un análisis de esta experiencia y advierte:
“La tarea no era sencilla, sobre todo por la apuesta de que todo ello resultara del diálogo y el intercambio efectivo entre los representantes de las distintas áreas y carreras (…) Una apuesta ambiciosa en un medio universitario como el nuestro en el que priman visiones disciplinarias demasiado celosas de su especialidad y fronteras profesionales”.
Addiechi concluye:
“Al margen de las objeciones particulares que pudiesen resultar de un escrutinio experto y de las mejoras que en el futuro pudiesen hacerse, una de las enseñanzas de esta experiencia es que es posible formular e implantar estrategias de evaluación iguales o más efectivas que las que mandatan los contabilizadores de reactivos; que es posible idear y emprender una reforma académica de la educación superior cuyo contenido resulte de refrendar el compromiso de la universidad y los universitarios con el saber y la educación. Enmarcada por una realidad en la que, pese a que todos coinciden en un diagnóstico negativo, insisten en seguir haciendo lo mismo, la UACM ofrece un ejemplo de que es factible hacer cosas distintas sin renunciar a la aspiración de ofrecer una educación de buena calidad.” (ver Suplemento Educación UACM, La Jornada 5 junio 2010).
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