Ciencia y tecnología… ¿para qué?

Arq. Alfredo Macías Narro

Abril 24 del 2006.

En últimas fechas, se ha agudizado el “tradicional” desinterés gubernamental y de la iniciativa privada por apoyar el desarrollo científico y tecnológico de nuestro país, comenzando por el Sistema Nacional de Investigadores y su base de sustento esencial, la educación científica y tecnológica, en sus diversas modalidades, niveles e instituciones educativas.

En efecto, el colmo de la crítica situación a la que el gobierno foxista ha orillado a la comunidad científica nacional, se ha evidenciado de múltiples maneras, desde la falta de pago de los estímulos a investigadores miembros del S.N.I., a la inexplicada suspensión de pago a becarios en el extranjero (a quiénes se ha dejado librados a su suerte) o por la notoria disminución presupuestal en el gasto aprobado por el Congreso de la Unión, dado que el único rubro afectado es, justamente, el Ramo 25 (educación tecnológica, entre otros puntos) por cerca de dos mil millones de pesos, por citar sólo algunos ejemplos.

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El hecho es que esta situación no es nueva, ni mucho menos.

En efecto, en el año de 1971, existía una planta registrada en el Instituto Nacional de la Investigación Científica, de 3,300 investigadores cifra que, relacionada con la población total de México (48’225,000 habitantes. Censo de población de 1970), arrojaba la ridícula proporción de 6.8 investigadores por cada cien mil habitantes (en la misma época, en Argentina había 50 y en E.U.A. existían 260). En ese año, se destinaba para Ciencia y Tecnología, el equivalente al 0.13% del P.I.B. (Producto Interno Bruto), en tanto que la participación en estas actividades, se proporcionaba de la manera siguiente: El 90% del financiamiento provenía del Estado; el 4% era aportado por la comunidad internacional y el Sector Privado aportaba sólo el 6% restante.

El panorama, treinta años después, se prefiguraba como sigue:

En el año 2001, el S.N.I. agrupaba a una planta de 6,350 investigadores, misma que en proporción a la población nacional (redondeada a 98’000,000 de habitantes), nos arroja una cifra de 6.4 investigadores por cada cien mil habitantes. Asimismo, se ha destinado para Ciencia y Tecnología el equivalente al 0.30% del P.I.B. (pese a que el discurso zedillista y ahora el foxista, mencionaban reiteradamente la cifra del 0.7% y del 0.8%, respectivamente). El origen de la principal fuente de financiamiento sigue siendo estatal (85%), en tanto que la participación del Sector Privado ha decrecido a menos del 4%.

Esta sintética comparación, hecha a vuelo de pájaro, nos permite visualizar que la grave situación a la que se enfrenta el frágil sector científico y tecnológico nacional, está en relación directa con la dependencia (financiera, sobre todo) creada con el Estado y el Gobierno Federal.

Si bien, concordamos en lo general con la visión de muchos especialistas, respecto de la excesiva carga burocrática que tiene que arrastrar tras de sí la comunidad científica y tecnológica (ha sido un enorme error poner el CoNACyT en manos de la Secretaría de Educación Pública), también es cierto que, esta especie de “parto doloroso” y “destete” simultáneo, que implica el independizar y dotar de mayor grado de autonomía al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y a otras entidades similares (¿por qué no también al Consejo del Sistema Nacional de Educación Tecnológica ?), pudo haberse efectuado en un proceso gradual pero firme, incluyendo la voluntad política de cambio expresada (pero no manifiesta) del secretario Reyes Tamez y de sus correspondientes subsecretarios y demás colaboradores, sin embargo, esto no sucedió.

De este modo, ahora estamos ante una tensa situación disyuntiva: por una parte, en el proyecto de nación de la izquierda mexicana, se está incorporando la opinión y la visión de los propios investigadores, profesores y trabajadores académicos en el proceso de reconstrucción de las tareas de la educación científica y tecnológica, de las instituciones en que se apoyan y se pugna por determinar un marco de respeto a los derechos laborales y salariales de aquéllos. Por la otra, se perfila una clara situación de continuismo o, quizá peor aún, de franco retroceso en el proyecto político de la derecha, a la que el manifiesto rezago educativo de nuestro país y la dependencia científica y tecnológica, le resulta muy conveniente, ya que a los “empresarios” la educación, la ciencia y la tecnología les representa “nichos de oportunidad” para hacer jugosos negocios particulares que, sólo a ellos, beneficia enormemente.

Debemos atender a las lecciones que nos da la historia, ya que sólo así podrá comenzar a darse un verdadero cambio.

De lo contrario, alguien encontrará ciertas cifras dentro de treinta años y serán las mismas… o peores.


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