Narrativas de un maestro rural: letras que transforman

Luis Alberto Zepeda Ornelas

El texto narra la trayectoria de un docente rural, desde su origen humilde en una comunidad marginada hasta su consolidación profesional. Relata cómo su vocación surgió al participar en el programa del CONAFE, enfrentando retos en comunidades aisladas, lo que lo motivó a dedicarse a la enseñanza. Describe su formación en la Universidad Pedagógica Nacional, su experiencia en distintos niveles educativos y su evolución de métodos tradicionales a estrategias innovadoras, como la coevaluación. Además, reflexiona sobre su compromiso con la educación, su interés inicial por el sacerdocio y la importancia de la formación continua, destacando cómo su labor transforma vidas y contribuye al desarrollo de las comunidades rurales.

La vista atrás me ayuda a recordar quién soy; la mirada al frente, hacia dónde voy.

¿Quién soy realmente? Soy Luis Alberto Zepeda Ornelas, de tez morena, con una estatura de 1.76 metros, peso 78 kg. Soy delgado, de pelo corto y nariz afilada. Nací en Tocario, municipio de Tacámbaro, y actualmente radico en el municipio de Álvaro Obregón, Michoacán. También soy una persona sencilla, carismática, solidaria, cooperativa, apasionada y con muchas metas por cumplir. Me considero muy respetuoso y empático con los demás. Me gusta hacer deporte, pero lo que más me apasiona es salir a correr en mis ratos libres. Asimismo, disfruto de una buena lectura, que me hace sentir menos solo en esta comunidad donde conozco poca gente con quien convivir.

Mi comida favorita es el mole. No me gusta que me bromeen con mentiras porque todo me lo creo. Tampoco me gusta compartir mis asuntos personales con cualquier persona, solo con aquellas en las que realmente confío, que, les cuento, son pocas. Soy feliz de ser quien soy (un profesor) y de estar donde estoy (mi comunidad de trabajo y el municipio donde vivo), porque creo firmemente que: “Si no eres feliz con lo que tienes, no lo serás con lo que desees.”

Lo más importante en mi vida considero que es mi salud, tanto física como mental. Si gozo de buena salud, estoy bien conmigo mismo, lo cual me permite estar bien con los demás, es decir, con toda la gente que me rodea: mi familia, amigos, compañeros y alumnos.

Soy muy espiritual y creo que ya tenemos un destino marcado en la vida. Nada es casualidad; todo tiene un propósito, y todos tenemos un objetivo que cumplir en este mundo. Desde que iba a la telesecundaria tenía la inquietud de dedicarme a la docencia. Sin embargo, mi familia no tenía los recursos suficientes para enviarme a estudiar a la ciudad. Además, éramos nueve hermanos, y por lo tanto, mi sueño parecía muy lejano.

Estando en la preparatoria escuché hablar del CONAFE y su programa educativo. No dudé ni un momento en ingresar a esta institución al terminar la prepa, para así obtener una beca que me permitiera seguir estudiando. Al prestar mi servicio en este proyecto, me asignaron a una comunidad muy lejana de mi hogar, donde tenía que caminar cerca de dos horas para llegar. Estar con esos niños, que tenían tantas ganas de aprender y que veían con gran emoción mi llegada porque sabían que traía conocimiento útil para la vida, fue una experiencia que fortaleció mi vocación de servicio. Esto reafirmó mis ganas de enseñar a las futuras generaciones, porque siempre he dicho: “Es mejor educar al niño, así no habrá que castigar al hombre.” Por eso decidí ser profesor.

Aunque les confieso que no fue fácil, créanme que el primer día lloré. Todo era nuevo para mí: una comunidad sin luz, agua potable ni alcantarillado, y la comida no era tan sabrosa como la de mamá. Poco a poco me fui acostumbrando, y así pasé dos años. Gracias a ello recibí una beca de seis años para estudiar lo que yo quisiera.

Investigando en varias universidades, por obra del universo logré entrar a la Universidad Pedagógica Nacional (UPN). Durante mi estancia allí me di cuenta de que muchas cosas que nos enseñaban ya las conocía gracias a mi experiencia en el CONAFE.

Mi primer acercamiento a la práctica docente fue peculiar, y hoy me da risa recordarlo. Planeé con anticipación lo que impartiría al día siguiente, pero al estar frente al grupo me puse tan nervioso que no supe qué decir, y de lo planeado no trabajé nada. Improvisé otras estrategias que nos permitieran conocernos. Más tarde, al ganar confianza con el grupo, comencé a aplicar lo que había aprendido.

Mi primer trabajo oficial fue en la Secundaria Técnica 104 de Uruétaro, municipio de Tarímbaro, Michoacán, después de haber terminado mi licenciatura en pedagogía. Allí cubrí un interinato de tres años. Los grupos eran grandes y con mala disciplina. Al principio no sabía cómo trabajar con alumnos con esas características, pero me apoyé en maestros con mayor experiencia, quienes me enseñaron estrategias para controlarlos. En aquel tiempo, las estrategias eran tradicionales: dictado, resúmenes, síntesis, copiar páginas completas de libros, entre otras. Con el tiempo aprendí que hay muchos métodos y estrategias que favorecen el control grupal.

Posteriormente, trabajé cinco años en colegios particulares en primaria. Mi primer grupo fue de primer grado, y allí aprendí métodos para enseñar a los alumnos a leer y escribir. También aprendí sobre valores y muchas cosas más. Finalmente, decidí realizar un examen de admisión en Guanajuato para ingresar a la modalidad de telesecundaria, pues mi perfil lo permitía. Así conseguí mi plaza. No fue difícil adaptarme a este programa porque yo mismo egresé de una telesecundaria, y muchas estrategias que recibí como alumno las implementé como docente. Aunque actualmente se trabaja de manera diferente, considero que la esencia es la misma: “Monitoreo constante entre alumno y docente.”

Llevo cerca de ocho años en este estado. Me gusta lo que hago y estar aquí, con sus pros y contras. Me siento afortunado de tener un empleo que me hace feliz.

Durante mi práctica he tenido experiencias tanto buenas como malas. Hoy les contaré una positiva en la que considero que hubo cambios significativos en mis alumnos. Antes, el grupo que atendía tenía dificultades para realizar exposiciones de calidad: leían sin interpretar, no tomaban el trabajo en serio, sus herramientas de apoyo eran deficientes y carecían de facilidad de palabra. Un domingo por la noche, mientras planeaba los proyectos de la semana, decidí implementar una estrategia para combatir esta área de oportunidad. Recordé una clase de maestría sobre tipos de evaluación e instrumentos, y se me ocurrió implementar la coevaluación. Diseñé una rúbrica con aspectos como vocabulario, volumen de voz e interpretación, contenido, participación, postura y contacto visual. Aunque al principio fue difícil, con el tiempo mejoraron significativamente. No todos alcanzaron el nivel esperado, pero la mayoría logró un progreso notable.

Soy honesto: en algún momento también quise ser sacerdote. En mi parroquia llegaron seminaristas que formaron un grupo de jóvenes. Participé y luego ingresé temporalmente al seminario. Cumplí mi tiempo, pero descubrí que mi camino era otro: el de servir a los demás mediante la docencia.

Nunca he descuidado mi formación docente. Durante mi labor educativa he realizado diplomados, cursos y talleres. Actualmente estoy estudiando la maestría en telesecundaria y medios tecnológicos, y si todo va bien, en julio la terminaré. Me llena de felicidad alcanzar otra meta más en mi vida.

Tomo un momento para reflexionar y agradecer la oportunidad de estar vivo y de tener un empleo que me permite seguir cumpliendo mis metas y formándome profesionalmente. “Mi historia no ha terminado aún, pero espero que mi narrativa haya inspirado a otros a encontrar su propio camino y a nunca rendirse.”


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