Didáctica y pedagogía social

Miriam Gpe. Zepeda González

Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Querétaro

Amén de las muy pertinentes críticas que ha recibido la modalidad no formal de la educación, en el sentido de que significa una excelente oportunidad para que el Estado se libere de una de sus principales obligaciones – la de educar -, es posible encontrar en ella una posibilidad para incorporar a aquellos actores sociales que por diversas circunstancias, se han quedado al margen de la educación formal o institucionalizada. De tal suerte, la educación no formal permite que el quehacer educativo trascienda las aulas, alcanzando dimensiones mucho más amplias en términos de cobertura, pero también de contenidos y de recursos didácticos.

La pedagogía social se convierte entonces en una disciplina capaz de atender las demandas educativas de quienes han optado por estos nuevos recursos para retomar e incluso iniciar, algún proceso formativo. Sin embargo, las características de esta disciplina educativa rebasan las funciones de la enseñanza en su visualización tradicional, debido a que identifica lo diverso, lo recategoriza, y propone las pautas para la “reconstrucción de la convivencia social” (Núñez, 2002).

La pedagogía social está considerada por autores como Antonio Colom Castañeda o Violeta Núñez, una oportunidad para generar praxis educativa, en tanto debe orientar el ejercicio formativo, hacia la transformación de los individuos desde el terreno del conocimiento y de la adquisición de la conciencia para que, al actuar en sociedad, acudan en busca de su propio bienestar pero también del de su colectividad.

Desde la perspectiva de estos autores, la pedagogía social cumple una doble función: una, es la de educar a la sociedad en sus diferentes ámbitos, espacios socioculturales, actores sociales y momentos históricos, con el fin de que las condiciones particulares de vida de sus protagonistas sean más favorables, proporcionando elementos que fundamenten consecuciones propias, más autónomas, con más argumentos, precisamente basados en el conocimiento y en “la racionalidad social” (Colom; 1995: 17). La otra función – totalmente complementaria con la primera – es la de socializar el papel de la educación, de manera que los grupos sociales encuentren en ella una alternativa de crecimiento y desarrollo, de soporte y de preparación, de adquisición de herramientas concientizadoras que les permitan enfrentarse a los diversos escollos de la vida cotidiana y de la vida en comunidad.

Colom particularmente, distingue el quehacer técnico del quehacer científico en la práctica educativa (1988:15), y pondera la visión científica argumentando que todo profesional de la educación no puede prescindir de tres elementos: el conceptual, el histórico-social y el heurístico-hermenéutico que conlleve a la actividad interpretativa del pedagogo social, regido claro está, por métodos y metodologías de la investigación social que verdaderamente le permitan apropiarse de la realidad en la que pretende intervenir.

Si partimos de la premisa de que la educación debe apoyar la vida humana y el funcionamiento social, contribuyendo a que los individuos se apropien de su cultura y la puedan reconstruir a partir de prácticas más concientes que develen su capacidad competente y la responsabilidad sobre sus decisiones, es momento de precisar que el ejercicio de una intervención educativa, ya sea en el marco de la educación formal o de la pedagogía social, debe sentar sus bases en el conocimiento profundo de los espacios donde se inserta y de las personas con quienes se va a intervenir. Es así como la investigación se convierte justamente en la fuente de donde emana la comprensión de la realidad; es la génesis de la praxis educativa, que requiere de “un importante corpus de teoría e investigación que aclaren los distintos procesos y procedimientos de producción de la acción social” (I. Cohen, en Guiddens et all; 1990:351). Cohen abunda diciendo que aquellos procedimientos que han priorizado la acción social sobre el conocimiento de las particularidades de las distintas colectividades que componen una sociedad, suelen ser erróneos y confusos, debido a que es necesario reconocer bajo alguna perspectiva epistemológica, cómo es que la acción social y las colectividades específicas siempre se interrelacionan y se condicionan mutuamente en tanto los seres humanos son quienes día a día construyen su propia historia.

Antonio Latorre (2005), defiende la actividad investigativa del educador atribuyendo a éste la responsabilidad de implicarse en la búsqueda de más y mejores impactos de su enseñanza en la formación de sus discentes. Tradicionalmente, enseñanza e investigación han coexistido como actividades complementarias, pero finalmente paralelas y totalmente adjudicadas a personas y a disciplinas diferentes. Este distanciamiento ha obstaculizado los ejercicios didácticos propiamente, desde el momento en que no se visualiza que la educación y en particular el proceso de enseñanza, no puede generalizarse ni concebir destinatarios comunes y homogéneos cuyas disposiciones, referentes conceptuales, puntos de partida cognitivos, afectivos y sociales, difieren entre individuos que incluso comparten un mismo contexto.

Juan Delval, en su libro intitulado Los fines de la educación, arguye que la educación y sus propósitos han evolucionado a través del tiempo, de las circunstancias sociales, de los intereses institucionales y de los descubrimientos que la ciencia ha aportado acerca del aprendizaje humano y sus develaciones cognitivas (Delval, 2004; 1-5). Aquella educación que en el siglo XIX y principios del XX sólo trataba de sostener y reproducir los patrones culturales existentes, hoy en día apunta a impulsar el desarrollo del ser humano a partir del fortalecimiento de sus propias capacidades y de la redefinción metodológica y estratégica de los procedimientos que le favorezcan la adquisición y la consecuente aplicación del conocimiento.

La didáctica como herramienta educativa encargada del proceso de enseñanza pero también del aprendizaje, ha evolucionado transformando su proceder a través de un serio cuestionamiento al hecho de que la información y el conocimiento se transmitan unilateral y verticalmente, sin incorporar la retroalimentación con el educando, sin considerar sus características socioculturales y en general psicopedagógicas.

La nueva concepción de la didáctica, sostiene que su contribución educativa debe conducir a que una persona adquiera las herramientas suficientes para descubrir y explotar todas sus potencialidades, vinculándolas satisfactoriamente con su medio y en definitiva, buscando su propia realización, pero en pos de una sociedad más justa. Esta imagen más actual del proceso de enseñanza-aprendizaje, se ha enfocado a generar condiciones y mecanismos pedagógicos que vayan otorgando “un poder de individuación” (A. Opazo, 2001) que al ser humano le permitan reconocerse como un individuo único, irrepetible y con múltiples potencialidades a desarrollar libre pero responsablemente; capaz de discernir o de elegir caminos que le son inéditos y que podrá enfrentar con las competencias que justamente la educación, en cualquiera de sus modalidades, le ha otorgado. En su andar por las sendas de su propio crecimiento y de su vida en sociedad, los individuos recurren a sus conocimientos, a sus habilidades aprendidas, a todos sus referentes afectivos, culturales y cognitivos, llevando a cabo, muchas veces de forma inconciente, los cambios sociales que observamos en el devenir histórico de cualquier sociedad.

La pedagogía social retoma ese sentido de la educación contemplando a más gente, durante más tiempo y en el marco de nuevos espacios; se preocupa además, porque los factores aprehendidos por los individuos a través de la educación, sean aplicados en un nivel de mayor conciencia en la medida en que las personas lleguen a comprender que sus decisiones, por íntimas y particulares que parezcan, tienen en todo momento una trascendencia social. Por esa razón, debe recurrir al empleo de diversas habilidades y de otros campos del conocimiento, para dotarse de nuevas referencias teóricas y metodológicas que le permitan incidir mejor en las distintas manifestaciones de la realidad social, comprendiendo los diferentes contextos, situaciones y condiciones en que se ubican los nuevos actores que se adhieren al emblema de la enseñanza-aprendizaje.a través de los campos de esta modalidad educativa más abierta.

Es la didáctica entonces una pieza clave que permite abordar formas innovadoras del proceso educativo, para atender las nuevas demandas sociales, con recursos paralelos y creativos que caracterizan a la pedagogía social, rebasando las limitaciones – muchas de ellas comprensibles, otras no tanto – de los alcances institucionales en materia educativa.

Si la pedagogía social brinda nuevas perspectivas de la educación en sitios que no tienen una aparente vinculación con ella, debe asirse de los recursos didácticos más adecuados para ser la gestora de nuevos discentes que en muchos casos ni siquiera sienten la necesidad de volverse a incorporar al mundo del conocimiento o de la superación personal; debe enfrentarse a resistencias socioculturales que en muchas ocasiones provocan el detrimento de la vida personal y comunitaria; debe luchar por la utopía de la transformación, pero abriendo brechas sociales e institucionales que se resisten al cambio y sobre todo, a la inserción de procesos educativos bien sustentados que realmente pueden dar resultados eficaces en los propósitos que la educación persigue.

En la aplicación de la pedagogía social, las necesidades metodológicas que circundan los diferentes momentos del ejercicio educativo como es la investigación educativa, los procesos de planificación y de evaluación, se revisten de gran importancia porque el panorama de acción es cada vez más amplio y efectivamente los demanda. Es verdad, las habilidades de un pedagogo social son sumamente diversas y amplias para poder ejercer su tarea, pero no por ello debe soslayar la actividad didáctica. Visualizar la acción docente como ajena a su ejercicio profesional, es descartar definitivamente una de sus competencias más relevantes en el proceso de transformación social, porque ésta es finalmente la que va a conducir a los discentes hacia la “objetivación del aprendizaje” (Meier; 1984: 35).

Un interventor educativo, de manera directa o indirecta, aplicando la actividad didáctica o en la supervisión/evaluación de la misma, debe asumir la responsabilidad de que el aprendizaje realmente sea factible como producto del adecuado ejercicio de la enseñanza; es decir, debe concebirse como pieza fundamental en la orientación de los aprendizajes. Al ser un profesional de la educación, debe nutrirse de conocimientos pedagógicos que conduzcan epistémica y metodológicamente las acciones que garanticen “la efectividad de la enseñanza” (De la Torre et al, 2000); debe participar activamente en los grupos en los que se va a insertar cumpliendo la doble función de instruir, pero sobre todo, de organizar el proceso de enseñanza-aprendizaje, estableciendo un compromiso profesional y moral que implica la corresponsabilidad con aquéllos con quienes va a construir la creación de un proyecto de intervención educativa.

El diseño curricular y la misma evaluación educativa, no pueden desarrollarse al máximo sin el conocimiento de las formas de aplicación de estrategias, o sin los elementos que permitan verificar si los objetivos trazados conjuntamente por el educador y los educandos, realmente se cumplieron mediante la reconstrucción de los conocimientos adquiridos por parte de los segundos.

Todo apunta pues, a que la didáctica y la pedagogía social, con la denominación también de intervención educativa, sean consideradas como elementos ontológicos de la educación, debido a que ambas manifestaciones de la disciplina educativa, en sus respectivas dimensiones y categorías, coadyuvan a cumplir los fines que bajo cualquier instancia y circunstancia, debe perseguir todo proceso educativo.

El pedagogo social luego entonces, debe encausar todas sus competencias hacia el sustento de acciones, actividades y tareas que medien el aprendizaje bajo esquemas de interacción constructiva, generando una verdadera calidad en la enseñanza, a través de la integración del conocimiento de marcos pedagógicos que se conviertan en los ejes del diseño, la aplicación y la evaluación del proceso de enseñanza-aprendizaje, para así augurar mejores resultados en el quehacer educativo, con la mirada hacia la transformación social.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

Colom Castañeda, A. Pedagogía social e intervención educativa.

Edit. Narcea, Madrid, 1988.

De la Torre, Saturnino y Barrios, Óscar. Estrategias didácticas innovadoras.

Edit. Octaedro. 2ª. edición, Barcelona, 2002.

Delval, Juan. Los fines de la educación.

Edit. Siglo XXI. 9ª. edición, México, D.F. 2004.

Giddens, Anthony (compilador). La teoría social hoy.

Edit. Alianza, Madrid, 1990.

La Torre, Antonio. La investigación-acción.

Edit. Graó, 3ª. edición. Barcelona, 2005.

Meier, Arthur. Sociología de la educación.

Universidad de la Habana. La Habana, 1984.

Núñez, Violeta (coordinadora). La educación en tiempos de incertidumbre: las apuestas de la Pedagogía Social. Edit. Gedisa, Barcelona, 2002.

Opazo, Andrés. “La Educación liberadora”

Ponencia para el III Simposio Internacional de Pedagogía.

La Habana, Cuba. 2001.


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Un comentario

  1. Gracias por su artículo Didáctica y pedagogía social, es muy interesante y me ha servido mucho…
    De Reynier

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