Luis Oscar Gaeta Durán
Los empresarios de las emociones y la positividad miran en las escuelas el mercado necesario para la adquisición de ganancias económicas.
En los últimos años, las instituciones educativas se han visto afectadas por diversos hechos de violencia. Algunos de ellos con desenlaces lamentables. Los incidentes involucran a estudiantes, padres de familia contra docentes, docentes y estudiantes, altercados entre maestros, disputas de padres de familia, por mencionar algunos ejemplos. Sin embargo, a pesar de lo anterior, las escuelas también son consideradas como lugares adecuados para crear espacios de diálogo y prevención.
Por ello, los mercaderes de la educación, como buenos comerciantes, no han pasado desapercibida la gran oportunidad que se les presenta, pues pretenden aprovechar las dificultades que algunos planteles enfrentan a causa de la violencia y miran la crisis como un medio para generar ganancias. Tanta es su avaricia que no piensan que los objetivos de la educación y la escuela escapan a los intereses del lucro.
Para subsanar los hechos de agresividad, las empresas o consultorías organizacionales, psicólogos, terapeutas y conferencistas proponen ingresar a las escuelas para implementar charlas, talleres o pláticas con temas como bullying, acoso escolar, drogadicción y alcoholismo y, con ello, sensibilizar y capacitar a padres de familia, estudiantes y docentes. Otras veces, ofrecen (venden) sus servicios (negocio) a las autoridades educativas – indudablemente, a cambio de remuneración económica y con alguna ventaja a su favor-. A fin de promocionar su trabajo, recurren a presentaciones que han llevado a cabo, las cuales quedaron archivadas en plataformas digitales como YouTube, Facebook, TikTok, Spotify. Mencionan que su intervención se convierte en una gran “ocasión” para contribuir en favor de la educación de nuestro país y, para ello, proponen charlas como alternativas de solución no-violenta.
Las exposiciones de estas personas o grupos de autoayuda –que además se hacen pasar por expertos- se caracterizan por emplear un lenguaje altamente emotivo, optimista y con miras a favorecer el éxito, bienestar, mejorar la salud (física, psicológica y emocional) de los sujetos y ofrecen a los asistentes superar sus problemas personales. Ya en el desarrollo de sus talleres, hacen uso de dinámicas grupales, actividades físicas y ejercicios lúdicos. Sin duda, convierten la terapia en una gran fiesta. Otras veces, explotan al máximo la fragilidad emocional de los asistentes, al grado de provocar llanto en ellos y generar un ambiente conmovedor donde cada quien expresa lo que siente; exteriorizan sus temores, recuerdos de infancia, anhelos y hasta el nombre de su mascota, todas actividades de confesión – situación que adquiere amplia relación con el concepto de poder pastoral (de Foucault)-.
Pero, como ya se dijo, el servicio que ofrecen los coach de vida no es gratuito, sus presentaciones tienen un costo y cuando a éstos se les deja hacer negocio en nuestro sistema educativo, los recursos que deberían encaminarse a las necesidades y requerimientos de las instituciones escolares, pasan a formar parte de sus bolsillos. A esto se agrega que el origen de los problemas de violencia que se viven al interior de las instituciones educativas y en la sociedad, no son discutidos ni estudiados. Las teorías educativas y la pedagogía no son tomadas en cuenta por los charlatanes de la emotividad y los docentes, tutores y estudiantes se convierten en espectadores de un show sentimental que no contribuye en la solución de los problemas que ocurren en los planteles escolares. Es así como, los empresarios de las emociones y la positividad miran en las escuelas el mercado necesario para la adquisición de ganancias económicas.
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