Año 2, Número 4. Enero - junio de 2005

Filosofía y educación: Un binomio en crisis.*

Oscar Wingartz Plata

Universidad Autónoma de Querétaro

La reflexión sobre la filosofía de la educación es una actividad que está por realizarse a cabalidad. Pensar o reflexionar la cuestión educativa en nuestro entorno se ha constituido en un auténtico reto, no sólo teórico, sino fundamentalmente, político. La filosofía de la educación vista de esta forma, nos permitiría establecer, no sólo un compromiso teórico, sino también un compromiso concreto, real para así poder visualizar un camino, donde los distintos actores y niveles educativos vean reflejadas sus aspiraciones, necesidades, intereses, deseos y prácticas. Parte de su quehacer es también el repensar y retomar la discusión sobre la relación que guarda el problema educativo y el uso del poder.

La educación contemporánea ha sido la respuesta demagógica de la práctica política de diferentes signos. Se ha hecho demagogia de la educación desde la derecha, la izquierda o el centro ideológico.1

Miguel Ángel Escotet

I.- Algunas consideraciones.

Desde hace algún tiempo hablar o reflexionar sobre la filosofía, la educación; y para el caso concreto, sobre la filosofía de la educación ha sido, sino frecuente, al menos más audible. Esto no quiere decir o significar simplicidad o menosprecio. Más bien, lo que se quiere afirmar es que, en la medida en que se profundiza sobre el punto, cada vez parece más un diálogo de sordos. En este sentido, también se puede decir que, los niveles de análisis y tratamiento han tenido muy diversos tonos y direcciones, y en no pocas ocasiones han mostrado flagrantes contradicciones que han hecho de esta línea discursiva, como el título mismo de este trabajo lo refiere: “un binomio en crisis”. El campo mismo de tratamiento en un sentido muy concreto cada vez está más expuesto por las condiciones bajo las cuales se desarrolla la labor educativa, y que son cada vez más complejas y precarias. No es una exageración lo que se comenta. Simplemente vean en qué condiciones tiene que trabajar la gente que se dedica a la docencia. Esto es, pensar o reflexionar la cuestión educativa en nuestro entorno se ha constituido en un auténtico reto, no sólo teórico, sino fundamentalmente, político. Porque la discusión en términos concretos está referido en esos niveles. No hay que darle más vueltas, ni hacer que como que ‘hacemos ciencias’. ¿Por qué inicio con esta consideración? Por una razón muy sencilla, y ésta es, porque parece algo realmente paradójico, pero mientras más se habla y se reflexiona sobre filosofía y educación, va siendo más compleja y entreverada su comprensión. Con esto no se pretende extremar los términos de la discusión, pero muchos de sus referentes van caminando en esa dirección, ésta es, la de hacer más compleja su captación.

En consonancia con lo planteado hay que decir que, la reflexión sobre la filosofía de la educación en sentido estricto, al menos para nuestro medio y nuestro contexto, es una actividad que está por realizarse a cabalidad, reitero a cabalidad. Con esta afirmación, lo que se desea precisar es que no es algo de todos los días, como para sostener que es un quehacer cotidiano, común, ejercitado de manera sistemática, el considerarla una actividad realmente significativa o como se dice actualmente: de alto impacto. Aunque debiera ser un campo de trabajo y de reflexión permanente para todos aquellos que estamos inmersos en la labor educativa, ya sea como docentes o como administradores. En definitiva lo que se está afirmando es que este quehacer no debe ser visto o contemplado como algo exclusivo de ‘expertos’.

Esto está en íntima relación con los referentes que despierta el hablar de la filosofía, porque mucha gente al escuchar esa palabra, toma distancia y posición. El referir o evocar a la filosofía genera múltiples reacciones entre otras: admiración, escepticismo, incomprensión, duda o franco rechazo, al ser vista como un quehacer eminentemente especulativo, inasible, etéreo, para ‘iniciados’, etc., etc. Entre otras tantas razones, y siendo honestos, esta actividad ha sido considerada para pocos, como una cuasi-secta con derecho de admisión y permanencia. Con esto se ha llegado a una gama muy amplia de confusiones, exageraciones y distorsiones; y de ahí al panfletarismo y la vulgarización; en cuanto que se sobredimensiona o se subestiman sus aportes y planteamientos.

Retomando un punto, el tratamiento sobre la cuestión educativa debe estar en una perspectiva amplia y plural. Porque para muchos, y cuando digo muchos, estoy haciendo referencia a la autoridad educativa y sus diversas instancias que han centrando esta reflexión de manera prioritaria en las cuestiones normativas o declarativas como la Artículo Tercero Constitucional -que dicho sea de paso, está tan parchado y remendado que uno ya no sabe como interpretarlo-, la Ley Federal de Educación, las normatividades respectivas, etc. En este orden uno de los puntos más conflictivos es creer o pensar que la reflexión educativa únicamente está asentada en estos documentos, porque si fuera de esa manera caeríamos en la pauperidad conceptual, analítica y discursiva; y en el último de los casos, estaríamos reiterando una de las viejas prácticas en nuestro medio: la de repetir y predicar principios y consignas como si fueran materia cuasi-divina, de forma catequética o dogmática. Al respecto añadiría que, para que tales principios tengan un real y efectivo sustento, requieren de profundización, estudio y análisis crítico con proyección histórica. Porque de otra manera se convierten en lo que se han convertido, en consignas carentes de toda fuerza y contenido.

II.- Filosofía de la educación.

Para proponer o plantear una ‘definción’ sobre el punto en cuestión, de manera general haría más bien una aproximación a un aspecto más general como ¿qué es la filosofía o el quehacer filosófico? Para de ahí hacer las consideraciones respetivas y la discusión posterior. Al respecto retomaría una afirmación hecha por un compañero nuestro Mario Magallón, que en sus años mozos fuera profesor de educación básica, y dice:

…lo que queda y está a su alcance (de la filosofía) es la de ser sólo mediadora en términos de interpretación entre el saber de los expertos y una práctica cotidiana necesitada de orientación: de fomentar e ilustrar procesos de autoentendimiento del mundo y de la vida […] La filosofía, en lo general, sólo se limita a aprehender estructuras generales teóricas, filosóficas, discursivas y de existencia.2

Con la afirmación propuesta, lo que se desea enfatizar es que debemos entender a la filosofía y su quehacer como un elemento constitutivo de nuestro saber, y como referente en nuestras vidas. En cuanto que propone un sentido, una significación y una orientación ordenadora y consecuente con nuestra vida, que puede ir de lo más sencillo a lo más complejo. Sobre todo, si tomamos esta idea que aprehende esas estructuras generales, tanto de conocimiento como de existencia. Ampliando este punto sobre el contenido y la significación que guarda o debe guardar la filosofía, en un célebre texto Leopoldo Zea explica de manera clara y sencilla, desde su consideración qué debe entenderse por filosofía, y cuál es su quehacer:

Todo filósofo debe estar preocupado por su mundo y su sociedad, no tanto, el pretender parecerse a este o a aquel modelo. No debe estar preocupado por pensar en máximas o en la construcción de un sistema; no se debe estar preocupado por ser llamado filósofo: Simplemente debe estar preocupado por enfrentar los problemas del hombre de su tiempo, del cual, también él es expresión. Y buscar a estos problemas soluciones, de ser posible, definitivas.3

Si tomamos como punto de acuerdo y de partida el planteamiento expuesto por Zea, debemos decir que la filosofía por su propia naturaleza aborda y problematiza un conjunto de realidades; y al interior de ese conjunto de realidades se encuentra y se ubica el campo educativo, donde tiene su espacio y su tratamiento específico. Por otro lado, no hay que perder de vista que la educación, al constituirse en un fenómeno histórico-social, se constituyó en una realidad política, ideológica, económica, y pedagógica; y en consecuencia pide y reclama para sí una valoración, un entendimiento e interpretación, tanto de los actores educativos como del conjunto social. En este orden cabría una matización a los referentes que hace la filosofía sobre la cuestión educativa, y que debería tener entre nosotros, es la siguiente: Todo acto humano, por su propia naturaleza conlleva una cierta dirección, un contenido, una intencionalidad, es decir, conlleva una finalidad; por lo tanto, nos lleva hacia un determinado, que esté suficientemente reflexionado, es materia de otra consideración. Lo que se quiere destacar, es el hecho de que las acciones humanas tiene una carga específica; y en materia educativa esto es determinante en su quehacer cotidiano. Planteo esto, porque se cree o se ha pensando que las llamadas ‘políticas’ educativas son pura acontecer educativo, así sin más. No quiero ser redundante, pero la educación se ha mostrado como una de esas tantas esferas que por la dimensión y significación de sus acciones proclive a la deformación, la falsificación, en una palabra, a la demagogia, del signo que sea. Al respecto Magallón diría lo siguiente, en relación con el campo educativo:

La educación como factor social tiene una función específica, la de establecer relaciones de continuidad y contactos entre una generación y otra. Es a la vez un medio por el cual se transmiten tradiciones, costumbres, ideas, representaciones, mitos, fantasías, utopías, símbolos, valores, es decir, todo lo que constituye el legado histórico. Sin embargo, la educación en sí misma, por su propio carácter, contiene dentro de sí elementos contradictorios en la medida en que puede ser un instrumento para la dominación y el control del hombre, como para su liberación.[...] Educar es desmitificar las expresiones, categorías, conceptos y prácticas políticas que ocultan el sentido real del ejercicio de la dominación.4

Con este planteamiento podemos ver que la educación y su reflexión filosófica se mueven en un amplio espectro, no sólo teórico sino también político. Por eso se afirma que el fenómeno educativo ha llegado a cobrar tantos sentidos y significaciones que su reflexión se ha vuelto compleja. Ahora bien, si la educación condensa en su interior una gama tan amplia de elementos y problemáticas, una pregunta que se impone es: ¿por dónde iniciar su análisis? Al respecto podemos decir lo siguiente: una de las direcciones o de las intencionalidades de la filosofía de la educación, estaría dada en términos de ofrecer una comprensión-interpretación, tanto del acto de conocer como de sus respectivas prácticas; y las consecuencias que conlleva dichas prácticas. Esto enunciado de esta manera puede parecer una obviedad, pero reflexionando con cuidado y detalle veremos que no es tan accesible ni fácil su comprensión, en razón de que exige agudeza, profundidad y método de trabajo; y en buena medida, una dosis importante de compromiso teórico y social.

Por otro lado, esta cuestión nos lleva a una consideración muy concreta, que bajo la actual coyuntura histórica parece como si hubiera desaparecido del horizonte académico e intelectual, y es el asumir críticamente nuestra realidad. Es decir, si esto lo asumimos seria y consecuentemente veremos los tonos y las implicaciones que tiene, conlleva e implica el postular una determinada filosofía educativa, y los alcances que puede cobrar. Donde la definición y la significación que tiene educar expresa un contenido tan preciso que si lo llegamos a aprehender en sus diversos ángulos debemos concluir que, por la situación que estamos atravesando, no podemos ser complacientes con el panorama que se nos muestra. Sobre este punto, me voy a permitir citar una afirmación que puede cobrar el peso de una sentencia contundente en relación con lo que se viene comentando, y es la siguiente:

La filosofía de la educación debe ser un vehículo para descubrir los elementos alienantes y los diversos modos como el poder se ejerce en los distintos grupos sociales, las formas en que los grupos de las clases dominantes se afincan, determinan y someten las conciencias de los individuos la reducirlos a entes “seriados”, por medio de valores morales, sociales y políticos impuestos, no reflexionados, constituyendo sociedades cerradas de características rígidas y de una estructura social jerárquica, en donde las masas sólo practican el silencio, que en muchas ocasiones coincide con la visión fatalista de la sociedad y de la historia y hace difícil asumir una actitud transformadora de sus condiciones de existencia.5

Con esta puntualización, lo que se pretende enfatizar es el peso o el contenido que debe guardar la reflexión filosófica sobre la educación, y que sin desear extrema los términos de la misma, demanda mayores aportes y planteamientos. En este orden, un elemento que nos puede facilitar el acceso que se solicita, es el concebirla como un puente que permita establecer la relación que mantienen los hombres con el mundo, desde su propia historia. Porque a partir de ella que se va mostrando sus acciones y pensamientos.

La filosofía de la educación vista de esta forma, nos permitiría establecer, no sólo un compromiso teórico más explícito con este campo, sino también un compromiso concreto, real, más efectivo; y así poder visualizar un rumbo, un camino, una serie de objetivos, o si se quiere llegar a una determinada propuesta que se asiente en un cuerpo de principios y fundamentos que se puedan expresa como un todo. Donde los distintos actores y niveles educativos vean reflejadas sus aspiraciones, necesidades, intereses, deseos y prácticas. Esto es, que sea vista como una reflexión que recoja conocimientos, saberes, capacidades, experiencias e inquietudes. Pero para enunciar este aspecto de esta forma se requiere como condición central al interior de su propia formulación, su respectivo análisis y crítica. Es decir, el carácter crítico de la reflexión filosófica en materia educativa debe mostrar, sacar a la luz: los ocultamientos, los enmascaramientos, las simulaciones, las apariencias, los vicios, las inercias que una determinada reflexión o formulación va entretejiendo desde su propia elaboración. Esta es una labor fundamental en este quehacer. Esto debería ser uno de los aspectos medulares, no sólo en esta materia, sino en el amplio espectro de nuestra vida cotidiana.

Hago mención de este punto, porque se convertido en un recurso más que socorrido, en muchos espacios la aceptación sumisa, dogmática y acrítica de planteamientos de diversa índole y magnitud; y de ahí a toda una serie de prácticas que más que facilitar la comprensión y el entendimiento de la realidad educativa, nublan, confunden y distorsionan esa misma realidad; y nos hacen entrar en una verdadera camisa de fuerza, donde lo fundamental queda oscurecido o sólo insinuando. En este sentido, podemos ir más sobre este planteamiento sobre la actitud crítica, y coincido plenamente con Magallón cuando dice:

El carácter crítico de la reflexión educativa, por encima de dogmatismos disfrazados que pretendan ocultar la realidad, ha de entenderse como una categoría de búsqueda y revolución de los conocimientos[...] La crítica históricamente no tiene una sola connotación, incluso desde la filosofía tiene un doble significado: el primero[...] trata de los problemas relacionados con la verdad de ciertos conocimientos, adquiere el carácter de una epistemología; el segundo[...] es posible hablar de filosofía crítica, de sociología crítica, de pedagogía crítica[...] una tendencia, a ciertas soluciones que se plantean para cada disciplina. Estos rasgos de la crítica conforman un elemento indispensable en cualquier trabajo intelectual, especialmente en aquellos que están referidos a procesos de formación y de educación.6

Como se puede apreciar, la crítica se constituye en un elemento de primer orden, no sólo para el trabajo académico, sino como en una herramienta fundamental para cualquier ámbito de nuestra existencia. Entre otras razones porque nos posibilita mayores conocimientos y una práctica teórica y social más consecuente y sólida. Por ello la insistencia y la necesidad de crear y fomentar esta práctica entre nosotros. No deseo extender de manera innecesaria la discusión, pero un punto que amerita ser mencionado, es el que se refiere al momento que estamos atravesando en materia educativa, y lo propongo más bien como ejemplo. Hace un par de semanas, se ha venido discutiendo sobre la llamada ley de egresos de la federación o la miscelánea fiscal con sus respectivos “cambios estructurales”. Menciono este punto porque lo considero la muestra más clara y fehaciente de la ceguera, la incompetencia y el desentendimiento más impresionante que pueda tener un gobierno hacia la educación. En dicha miscelánea se hace referencia a tres puntos que se consideran centrales: energía, petróleo y la profundización del modelo económico en boga, bajo su nuevo disfraz, la globalización; o dicho de otra forma, la dependencia y la subordinación más severa del país a los Estados Unidos. Al interior de esta discusión, y en el contexto todo de la ley de egresos, que dicho sea de paso, es más una tomada de pelo por parte de los políticos, que una real y verdadera discusión. La educación en todos sus niveles, simple y sencillamente está ahí, sin relevancia alguna. Se dice y se pregona a los cuatro vientos que es prioritaria, pero la cuestión es que sigue, dígase lo que se diga, postrada y sin esperanzas objetivas, concretas de salir de esa postración, ni a mediano plazo, que ya es decir mucho. Para nuestra de lo que se está comentando, hay que ver en ¿qué condiciones se encuentran la universidades públicas de nuestro país?, parecen “universidades de Beirut”, derruidas y en franco deterioro, no sólo físico sino también académico, lo que es realmente preocupante. Propongo algunos puntos que sintetizarían lo expuesto, y que de manera pertinente encauzarían las reflexiones posteriores:

Un primer punto. Todavía hay un buen trecho por andar para formalizar y sistematizar la reflexión filosófica sobre el campo educativo. Pero para llevar a cabo tal empresa, debemos tener clara conciencia de la realidad educativa en la cual estamos inmersos. Sino empezamos por ahí, estaremos reiterando lo que ya se ha comentado, el de encubrir y mistificar esa misma realidad, que supuestamente queremos superar.

Segundo punto. Los alcances que pueda tener tal reflexión deben estar en consonancia con una comprensión más objetiva, no sólo del fenómeno educativo en cuanto tal, sino que debe estar acompañada de una visualización amplia del contexto histórico, y esto también significa la crítica respectiva en las dos acepciones propuestas, como generadora de conocimiento y como práctica social.

Tercero. No pretender reducir la reflexión y su ejercicio crítico a un conjunto de consignas, que en el fondo sólo hacen más difusa la comprensión sobre el hecho educativo.

Cuarto punto. Salir del esquematismo, entiéndase: academicismo, en que se ha visto envuelta la práctica filosófica, y sus respectivos campos. Lo que ha dado por consecuencia que, esos campos o disciplinas susceptibles de ser trabajadas filosóficamente, se hayan visto seccionadas o segmentadas, por efecto de un hiperteorismo. Este punto sólo lo propongo, y es una consideración personal, que puede ser compartida o no por muchos, o por nadie de los presentes.

Quinto. Una filosofía educativa que sólo reflexione sobre el proceso pedagógico sin más, se quedaría a mitad de camino ante las exigencias que demanda nuestra compleja realidad. Porque como se ha mencionado, la reflexión debe dar un ‘plus’ teórico y práctico.

Desde esta perspectiva podemos ir tomando distancia, no sólo sobre el campo en cuestión, sino sobre la manera o de las maneras en que podemos abordar la reflexión. Como se ha mencionado no quiere tener tintes o pretensiones especiales o ‘iluminadoras’. Esto quiere decir que, así como la filosofía no puede vivir enclaustrada en sus espacios y determinaciones de orden teórico-metodológico. Así también ella misma debe abrirse a la conflictividad educativa e impulsar la reflexión con rigor y método; y entre otros puntos a discutir, ¿qué se entiende por educación o para qué educar?

III. A manera de conclusión.

Entre otros tantos quehaceres que tiene por delante esta reflexión es, la de repensar y retomar la discusión sobre la relación que guarda el problema educativo y el uso del poder. Porque en esta relación es donde se juega mucho, no sólo la reflexión misma, sino la implementación de esas ‘pautas’ o ‘políticas’ a las que se han hecho referencia. Porque es a través del acto educativo que son determinadas en gran medida un bueno número de conductas y comportamientos, por medio del castigo-recompensa, así como la forma en que se desdobla la producción y la calidad de la misma. Donde los sujetos van adquiriendo determinadas habilidades y destrezas que son ‘las herramientas’ fundamentales en el proceso productivo; y de ahí a la utilización del tiempo, la mensurabilidad del esfuerzo, y la calificación que ella pueda obtener bajo un determinado régimen productivo, o como diría Marx, bajo un determinado modo de producción, donde la ganancia a lado de la plusvalía y la acumulación son ‘el combustible’ indispensable de esta vasta maquinaria que es el capitalismo. Concluiría con la siguiente cita que dice, y que de forma muy precisa sintetiza las ideas expuestas en este trabajo; a la vez muestra una de las aspiraciones o los deseos de generar una reflexión consecuente con el momento que estamos viviendo, dice:

La educación debería colaborar en la construcción de la utopía de la liberación, un sueño diurno acariciado durante centurias por nuestras mayorías y por intelectuales comprometidos con nuestros intereses. Una utopía que recibe el nombre de “Nuestra América”, expresión de por sí utópica, porque incluye en su seno lo que debería ser aunque todavía no es: la “nostredad” de una América que se nos presenta no pocas veces como ajena.7

Referencias bibliográficas

1.- Arnove, R. F., La Educación como terreno de conflicto: Nicaragua, (1979-1993), Managua, Editorial UCA, Col. Alternativa, 1994. p.7.

2.- Magallón Anaya, M., Filosofía política de la educación en América Latina, México, UNAM-CCyDEL, 1993. Col. Nuestra América. N° 39. pp. 124-125.

3.- Zea, L., Filosofía Latinoamericana, México, ANUIES, 1976. p. 25.

4.- Magallón Anaya, M., op. cit., p. 130.

5.- Freire, P., Acción cultural para la libertad, Buenos Aires, Ed. Tierra Nueva, 1983. p. 70.

6.- Magallón Anaya, M., op. cit., p. 131.

7.- Cerutti Guldberg, H., “Filosofía Latinoamericana de la Educación”, en Panoramas de Nuestra América. Filosofía de la Educación. Hacia una Pedagogía para América Latina, México, CCyDEL/UNAM, 1993. N° 7. p. 44.


 

* Ponencia presentada en el XII° Congreso Nacional de Filosofía, organizado por la AFM y la Facultad de Filosofía de la UdeG, Guadalajara, Jalisco. (noviembre del 2003).


Para citar este documento:

WINGARTZ PLATA, Óscar. "Filosofía y educación: un binomio en crisis", en línea. México, Odiseo, revista electrónica de pedagogía. Año 2, núm. 4. 27 de febrero de 2005. Dirección URL: http://www.odiseo.com.mx/2005/07/01wingartz_binomio.htm [colocar aquí la fecha de consulta] (ISSN 1870-1477).

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