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El caos pedagógico*
Caída en su propio descrédito, la
presente época de pragmatistas y utilitarios, es llegado
el momento de jubilar a toda esta generación de jóvenes
viejos y de viejos que se creen jóvenes porque nunca llegaron
a madurez. La pedagogía del presente deberá rebasar
los linderos que han querido marcarle los teóricos de la
utilidad y volverá a asentarse en los valores eternos.
José
Vasconcelos
ontemplado
en su conjunto, el desarrollo pedagógico de los últimos
treinta años, nos demuestra un carácter común
de ensayo pequeño y de investigación por análisis,
que corresponde exactamente a la era de liquidación en que
estos sistemas se han producido. Por eso mismo, creemos que la escuela
de mañana ha de tener caracteres completamente distintos.
En la época de reconstrucción que se inicia harán
falta sistemas organizados y visiones de síntesis. En vez
de reducirle los hechos al tecnicismo especial escolar, el maestro
enfrentará al alumno con la realidad misma en toda su trágica
grandeza; le enseñará a abordarla en las distintas
maneras como nos interesan las cosas: no únicamente para
aprovecharlas, sino también para contemplaras y buscar en
ellas el vestigio de la sobrehumana realidad absoluta.
Con sólo pensar despejadamente y en grande, nos damos cuenta
que la mezquindad del psicologismo y sus arbitrarias clasificaciones,
tan inferiores a la vieja concepción herbartiana, mucho más
comprensiva que todos los distingos analíticopsicológicos
al uso del día. El Hombre y la Naturaleza; según estas
dos categorías esenciales y evidentes, fundamentó
Herbart su plan racional de enseñanza. Incompleto, sin duda,
pero superior al criterio pragmático que se dice ante la
cosa: ¿cómo puedo aprovecharla? Una civilización
cabal no puede acallar en los labios del niño la otra pregunta
vieja que inquiere: ¿cuál es el ser de la cosa? Caída
en su propio descrédito, la presente época de pragmatistas
y utilitarios, es llegado el momento de jubilar a toda esta generación
de jóvenes viejos y de viejos que se creen jóvenes
porque nunca llegaron a madurez. La pedagogía del presente
deberá rebasar los linderos que han querido marcarle los
teóricos de la utilidad y volverá a asentarse en los
valores eternos. La ciencia ha de ser enseñada como lo que
es: una prolongación de la artesanía, una última
etapa del instinto que permite al salvaje construirse instrumentos
y útiles. Pero la educación, más allá
de la técnica, reanudará la labor de los siglos, que
consiste en despertar en el hombre los dones sobrenaturales de su
conciencia. La escuela nueva está condenada, porque confunde
el adiestramiento, que es propio de las artesanías, con el
raciocinio, que abarca el conocer concreto, pero lo supera en la
abstracción. El método que es bueno para las manos
no puede seguir siendo el método eficaz para la conciencia.
Corresponde a cada actividad una disciplina que le da término,
y cada enseñanza trae la suya; pero es deber propio del maestro
otorgar a la enseñanza la unidad y ella se obtiene volviendo
una y otra vez al núcleo del pensamiento consciente, allí
donde palpita, en el anhelo de cada hombre, la ambición de
convertirse a la totalidad del Universo. La misión del pedagogo
es despertar lo que hay del hombre total en el propio especialista.
Y recordarnos que la verdad es grande; no es asunto de cenáculo
ni se aprende en escuelitas de ayer o de anteayer; porque, a través
de los tiempos, los hombres de eternidad se dan la mano y se transmiten
la sabiduría, para que cada cual la disfrute según
la amplitud y elección de su idiosincrasia, única
y comúnmente maravillosa.
El afán de descubrir algo por sí mismo en el orden
técnico, preocupación característica de la
pedagogía de Dewey, parece un eco de la epopeya de los "pioners".
Por vivir de la sola realidad, fueron lentos incluso para extraerle
las normas. Y al estudiar hoy las refelxiones del pedagogo pragmático,
evocamos la actualidad del campamento. Hay uno que se va por el
bosque y grita de júbilo cuando descubre el tronco grueso
y alto que servirá de pilastra; otro ha ido en busca de agua
y otro a cazar la libre que asegura el almuerzo; cada uno ha contribuido
con un descubrimiento, y el "settlement" evoluciona en
la ciudad a base de una acumulación de pequeños hallazgos
en el desierto. El trabajo del explorador, en tales situaciones,
sobrepasa al del sabio. Pero se vive en ellas dentro de un régimen
de excepción que no puede dar la norma de una sociedad ya
cimentada.. Asimismo, nuestra actividad cambia totalmente de táctica
cuando la dedicamos al estudio de la teoría de nuestro ser
y del ambiente en que nos movemos. Por ejemplo, la ciencia de los
número es teórica, por mucho que en cada caso podamos
insertar sus leyes en el cuerpo de la realidad. Sabido es que la
alta matemática ya no puede encarnar en objetos físicos,
y se vuelve relación de entes ficticios, pero no vanos. Y
esta teoría matemática y la teoría del lenguaje,
y, en general, las teorías todas de la ciencia, son objeto
de la investigación del escolar. Forman, además, parte
del medio en que bregará y vivirá; ejercitan en ese
medio una influencia tan efectiva como la de los objetos. En este
mundo teórico de nuestra realidad, el método de nuestra
adaptación ya no se parece al método que el "pioneer"
estableció en la selva. Es infantil suponer que el niño
descubre cómo se hace una suma. Ni es tan rigurosa la distinción
que establece Dewey de actividad académica del espíritu
y actividad manual o de manipulación. En los dos casos, el
sujeto del juicio es el mismo. Cambian los datos, y según
el dato, varía el método. Pero el sujeto es una unidad
teoricoactiva. A veces, tenemos delante objetos, otras veces reflexionamos
sobre representaciones de objetos. Y si aplicamos a la representación
el mismo método del objeto, la misma actividad espiritual
manipulante de la técnica, obtendremos como fruto de la escuela
el tipo Babbit, fruto medio de la educación norteamericana
pragmática. Sin embargo, lo académico que al criterio
de Babbit parece extraño y remoto, confuso, es para muchos
una realidad superior y más firme que la realidad que se
puede someter a molde o a talla mediante el trabajo de nuestras
manos.
La escuela libresca es deficiente; pero una escuela que reemplaza
el libro con el útil, condena a la mayoría de la especie
a no conocer jamás el mundo de las ideas. La vida, al fin
y al cabo, obliga a la mayoría a usar las manos y enseña
a usarlas; pero el uso de los libros únicamente la escuela
puede darlo. De donde se infiere que es menos nociva, menos imperfecta
una escuela nada más libresca que una escuela nada más
técnica. En la vida hay, al fin y al cabo, pasiones y casos
que despiertan el alma; en cambio, una escuela sin enseñanza
desinteresada, independiente de la inmediata adaptación a
la práctica, sería una escuela destinada a consumar
el degüello del alma. La escuela toma fuerza cuando comparte
el entusiasmo de impulsos gregarios como la fe en el progreso y
el patriotismo; pero también ha de conservarse un momento
de autocrítica para advertir, con el Eclesiastés,
la vanidad de todo conocimiento. Gana a menudo la escuela resistiendo
la confusión de los impulsos gregarios. En la escuela concurren
las fuerzas jóvenes y la corriente ancestral de la historia,
no sólo el presente. Vida y sabiduría buscan en la
escuela equilibrio, y no ha de tolerarse que la sabiduría
se convierta en apéndice de los afanes perecederos, ni que
el presente se vuelva parodia de ayer. La magia del educador consiste
en juntar, en síntesis viva, la tradición y el impulso.
En los libros vedánticos, el maestro habla de igual a igual
con los reyes; su comunicación con el alumno está
también libre de todo compromiso con el Estado. El maestro
de la democracia industrial, ya lo dice Dewey, no se preocupa de
la responsabilidad eterna y humana del maestro frente a un alma
intacta. Lo que busca es adaptar los impulsos del niño
a las exigencias y propósitos de la sociedad. Por donde
se ve de paso a qué monstruoso resultado llega una escuela
que comenzó proclamándose libre. En cambio, la escuela
de sólo sentido común, en todos los tiempos, procura
salvar, aprovechar las ventajas del maestro, acaso no muy adaptado
a la hora social, pero agente de la sabiduría, y el niño
que renueva con sus anhelos el contenido de la humanidad. El error
de tantas escuelas nuevas es creer que es posible la eliminación
del maestro.
Buena parte de estos propagandistas de novedades vagas no son en
realidad maestros, y a menudo, ni siquiera cuentan con el requisito
que justifica, que legaliza una invención: el título
de expertos reconocidos en su oficio. No pocos maestros nuevos
proceden por desconocimiento cuando exhiben como novedades doctrinas
y prácticas ya en uso o bien rechazadas por ineficaces. ¡Cuantos
de estos innovadores resultan propugnando lo seudonuevo sólo
porque no lograron hacer el curso completo en su Normal! Y s olvidan
de que en los programas de cualquiera buena escuela están
ya catalogados y juzgados multitud de ensayos que al lego parecen
la última palabra de la práctica educativa. "Aquí
todo el mundo inventa o hace que inventa, porque nadie se toma la
pena de leer", me decía hace muchos años un condiscípulo
de Derecho. En verdad, ¡cómo desilusiona el estudio
a todos los que nos hemos creído favorecidos por la originalidad!
Pues bien: un educador serio, lo mismo que uno profesional cualquiera,
no tiene derecho a la ignorancia, y únicamente tras de una
larga y comprobada preparación teórica, podrá
reclamar los honores de la innovación. Desconfiemos del innovador
aficionado. Apenas se le obliga a precisar, y cae en la vaguedad,
la confusión. El uso y abuso de las palabras espíritu,
libertad, vida, acción, expresión, forma la trama
de no pocos métodos o sistemitas rebeldes a la escuela
ordinaria, opuesto al sistema oficial, por supuesto, mientras logran
imponer sus propias reglas, y aun minucias, por medio de la acción
del oficialismo. La mayor parte de estos insurrectos de la ciencia
usual desconocen la ciencia, como Rousseau desconoció la
filosofía. La literatura seudofilosófica de Rousseau
contagia a los impreparados y los arrastra por el camino fácil
de la improvisación. Sus remordimientos de padre que abandona
sus hijos a la inclusa desarrollaron en Rousseau la preocupación
pedagógica, pero, es claro, que desviada y encaminada a buscar
justificaciones de su propia aberración. Lo curioso es que
durante años lo haya tomado en serio la pedagogía.
El resultado es que la ha desgraciado. La influencia de Rousseau
ha mantenido al pedagogo separado de las grandes corrientes mentales
de todos los tiempos. Y lo que todavía hace falta es restablecer
la comunicación con los valores altos y definitivos de la
cultura. Fundamentar la pedagogía en Rousseau equivaldría
al intento de organizar la filosofía en torno a Voltaire.
Cuando así se desplazan las categorías, es natural
que se caiga en la más dolorosa confusión.
Si al maestro le falta la autoridad moral en el grado en que le
hacía falta a Rousseau, el problema del criterio se torna
confuso; si al maestro le falta la autoridad científica de
una carrera profesional regular, entonces el problema de la jerarquía
se vuelve agudo. Buena parte de la rebelión escolar contemporánea
depende de la poca estima social que se otorga al magisterio. Su
opinión no pesa, porque su condición económica
es ínfima. Cuando el criterio de la consideración
social era el estoico de la virtud cumplida, el mas humilde maestro
de aldea podía presentarse a los alumnos como fuente de autoridad
y modelo a seguir. Cuando el criterio de la estimación pública
se define con la frase de Dewey: adaptarse a su ambiente
-criterio behaviorista norteamericano--, cualquier felón
gana autoridad si dispone de dinero que maneja los resortes sociales;
entonces el maestro resulta un infeliz de quien los alumnos hacen
burla o, a lo sumo, le dispensarán piedad. Colocado el maestro
al margen de la consideración pública, los valores
sociales quedan a merced del primer rufián encumbrado. Y
a la influencia del educador sucede la del aventurero afortunado.
He aquí entonces el interés social de otorgar a la
escuela todos los requisitos de ciencia, conciencia y conducta que
son necesarios para restablecer su autoridad.
Negada la autoridad de la sabiduría, se desenvuelve sin
freno el capricho y aparecen las escuelas en que "el maestro
observa" y dicta informes, en tanto que los alumnos organizan
comités. En la misma Rusia soviética, que quiso tomar
de maestro a Dewey, se marca ya una reacción contra la incoherencia
(véase el libro reciente de Fisher). Juzgando con el mismo
criterio pragmático de nuestros reformadores contemporáneos,
es y a tiempo de condenar, por sus resultados mediocres, toda esta
pedagogía derivada del galimatías de Dewey. ante el
caos de las pequeñas mentalidades que hoy gobiernan la escuela,
se echa de menos al severo maestro a lo Herbart: "transmisor
de la sabiduría". El sistema de los "proyectos
a ejecutar por el alumno" es bueno para constuir un artefacto
con las manos o con la máquina, pero no basta para enterarse
de los valores que constituyen la cultura. Por malo que sea el tema
que en historia, por ejemplo, proponga el texto o el maestro, siempre
será mejor tomarlo como base antes que perder el tiempo de
la clase con las ocurrencias del niño que lee su primer tema.
Es mejor recibir hecha una cosa bien hecha que hacer por nosotros
mismo algo mal hecho. Negar esto es negar la continuidad del esfuerzo
humano.
*Tomado de:
VASCONCELOS, José. De Robinsón
a Odiseo. Pedagogía estructurativa. Madrid, Aguilar,
1935. pp. 31-36.
Odiseo, revista electrónica
de pedagogía. Año 1, núm. 1. 1 de
julio de 2003.
http://www.odiseo.com.mx/2003/07/04vasconcelos_caos.htm (ISSN
1870-1477).
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